Anton Costas-Tiene el mundo empresarial una responsabilidad indeclinable en el funcionamiento armonioso de la sociedad, o su función se limita a buscar la mayor rentabilidad posible para los propietarios, accionistas y altos directivos? Si la tiene, como creo, ¿puede encontrarse una salida duradera a la actual crisis de las sociedades desarrolladas sin un cambio en la cultura del “coge el dinero y corre” que ha dominado una parte del mundo empresarial en las dos últimas décadas?
El malestar social que está detrás de la reacción populista no tiene sólo su raíz en el mal funcionamiento de la política. Es decir, en la poca acción que han desarrollado los gobiernos durante las dos últimas décadas para repartir más equitativamente los beneficios de la globalización y el crecimiento. Ese malestar es también una reacción contra las élites financieras y empresariales por algunas conductas corruptas y fraudulentas.
No se trata ya únicamente de las conductas claramente delictivas. Conductas que por su naturaleza criminal son perseguibles en los tribunales. Se trata de algo más sutil. Hace sólo unas décadas la relación entre el sueldo del principal directivo de una empresa y el salario medio de los empleados era de 30 a 1. Hoy esa relación es, cuando menos, de 300 a 1.
¿Tienen algún sentido económico estas elevadísimas retribuciones? Ninguno. Se trata más bien de un mecanismo de apropiación privada de rentas generadas por la acción colectiva de todos los implicados en la empresa. De hecho, la desigualdad que estamos viendo en nuestras sociedades en las dos últimas décadas tiene su raíz en la desigualdad de ingresos del trabajo entre altos directivos y el resto de los trabajadores.
Aunque el fenómeno del ascenso de los superejecutivos y de sus retribuciones es fundamentalmente un fenómeno anglosajón –Estados Unidos y el Reino Unido–, ha tenido también su imitación en Europa y en España.
¿Es sostenible este modelo? ¿Es capaz de generar la legitimidad social necesaria para su continuidad? Aquellos que defendemos la eficiencia económica y las virtudes sociales del sistema de libre empresa a la hora de generar riqueza y facilitar la movilidad social tenemos que recordar que el núcleo moral que legitima a este sistema no es la simple búsqueda de la rentabilidad empresarial.
Es la capacidad de este sistema para generar oportunidades para todos, especialmente para los que más las necesitan. Desde esta perspectiva ética, la ejemplaridad empresarial es la clave de bóveda del sistema. Sin esa ejemplaridad no se puede pedir a los trabajadores lealtad al proyecto empresarial, ni a la sociedad que lo apoye. ¿Existen esas conductas de ejemplaridad empresarial? Pienso que sí. Es cierto que en los últimos años han dominado la escena pública conductas escasamente ejemplares.
Que el presidente de la principal patronal española haya sido encausado y encarcelado por prácticas delictivas, y que desde el propio mundo empresarial no se haya dicho nada, no es una buena noticia. Por eso es importante dar visibilidad a trayectorias empresariales que, además de construir un proyecto empresarial de largo recorrido, han aportado a la riqueza y bienestar al conjunto de la sociedad.
En este sentido, la semana pasada el Círculo de Economía, el Círculo de Empresarios Vascos y el Círculo de Empresarios han otorgado el III premio Reino de España a la trayectoria empresarial. El premio fue entregado por el rey Felipe en acto celebrado en el monasterio de las Huelgas de Burgos al empresario de esa ciudad José Antolín Toledano. Junto con su hermano Avelino transformaron lo que en los años sesenta era un pequeño taller mecánico local en un grupo empresarial internacional, líder del sector de componentes del automóvil. En las dos ediciones anteriores el premio fue otorgado al empresario catalán José Ferrer y al empresario vasco Enrique Sendagorta. Son sólo tres ejemplos de esa función social de la empresa, entre muchos otros que existen en nuestro país. Su papel como empresarios es fundamental para conciliar la visión de largo plazo que ellos representan con los intereses más cortoplacistas de los altos directivos y de los accionistas.
Como ha afirmado Alfredo Pastor en un magnífico prólogo a la reedición de la obra clásica de R. H. Tawney, La sociedad adquisitiva, las ambiciones económicas del mundo empresarial son buenas sirvientes del bien común, pero malas señoras.
No podemos entronizarlas como el fin último de la empresa. Son sólo un instrumento de una finalidad superior: la construcción de una sociedad decente, justa y armoniosa. Sin fin ético, el sistema de libre empresa, es decir, el capitalismo, se verá cuestionado social y políticamente.
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