Las “trumpeconomics” a prueba
Antes de que Donald Trump fuese elegido, los mercados bursátiles descendieron cada vez que mejoraba en las encuestas de opinión pública. El capital financiero no quería que ganese. Pero desde su elección sorpresa, los mercados de valores no se han hundido. Por el contrario, han aumentado sustancialmente con un dólar fortalecido. Parece que ‘el Donald’ podría ser bueno para el capital después de todo.
Gran parte de este optimismo se frustrará. Pero las ilusiones pueden impulsar los mercados un tiempo. La idea se basa en las políticas que Trump propone: en particular, los recortes de impuestos para el sector empresarial y los recortes de impuestos sobre la renta personal, que beneficiarán a la parte superior del 1% de los perceptores de ingresos más ricos. Además, afirma que va a gastar hasta 1 billón de dólares en nuevos proyectos de infraestructura y de inversión en todo el país, desregular los bancos y reducir los derechos laborales (o lo que queda de ellos).
Las medidas de estímulo son música para los oídos de los economistas keynesianos, a pesar de la aversión general que los gurús keynesianos han mostrado ante las actitudes y diatribas de ‘Donald’. En efecto, si estas políticas se implementan durante el próximo año, las Trumpeconomics serán el próximo intento de una solución keynesiana para que la economía mundial salga de esta larga depresión. Las Abenecomics en Japón , con políticas similares de gasto público, recortes de impuestos y flexibilización cuantitativa, han fracasado estrepitosamente. El PIB de Japón casi no se ha movido, mientras que los ingresos salariales y los precios se mantienen paralizados.
Pero ahora algunos keynesianos están aplaudiendo el enfoque de Trump como “una tregua del neoliberalismo”. El gran historiador y biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky nos dice que “Trump también ha prometido un programa de inversión en infraestructura de 800.000 millones a 1 billón de dólares, que será financiado con bonos, así como una reducción del impuesto de sociedades masivo, ambas dirigidas a la creación de 25 millones de nuevos empleos y a impulsar crecimiento. Esto, junto con el compromiso de mantener las ayudas de asistencia social, equivale a una forma moderna de política fiscal keynesiana“. Skidelsky continúa: “A medida que Trump se mueva desde el populismo a la política, los liberales no deben apartarse con disgusto y desesperación, sino más bien comprometerse con el potencial positivo del Trumpismo. Sus propuestas deben ser discutidas y afinadas, no descartadas como delirios ignorantes“. Es posible que los liberales pro-keynesianos quieran ‘enganchar’ con Trump y adoptar sus Trumpeconomics, pero aquellos que quieren mejorar la suerte de los trabajadores, la mayoría que no pertenece al 1%, tendrán una visión diferente.
Echemos una ojeada a las Trumpeconomics. Al parecer, Skidelksy piensa que la reducción del impuesto de sociedades creará nuevos puestos de trabajo y aumentará el crecimiento. Bueno, no hay evidencia de que los recortes anteriores en el impuesto de sociedades lo han hecho en ninguna de las principales economías. Las tasas del impuesto de sociedades se redujeron durante el período neoliberal y, sin embargo, no ha habido crecimiento económico. Lo que ha ocurrido es un aumento en la proporción destinada a los beneficios del capital a costa del trabajo y un aumento de la especulación financiera improductiva. Oficialmente, los EE.UU. tiene una tasa marginal del impuesto de sociedades del 35%, pero después de varias excepciones, no alcanza en realidad el 23%, entre las más bajas del mundo.
El plan de infraestructuras de Trump es muy necesario. A menudo he señalado el terrible estado de los servicios públicos y las comunicaciones en los EE.UU.. La edad promedio de los activos fijos en los Estados Unidos es de 22,8 años – la más vieja desde 1925. El gasto en infraestructura se encuentra en mínimos después de 30 años y los puentes, las carreteras y los ferrocarriles se están desmoronando ante nuestros ojos. Según el informe de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles de 2013, los EE.UU. tiene serias necesidades de infraestructura por valor de más de $ 3.4 billones hasta 2020, incluyendo $ 1.7 billones de dólares para carreteras, puentes y cruces; $ 736 mil millones para electricidad y redes eléctricas; $ 391 millones para las escuelas; $ 134 millones de dólares para los aeropuertos; y $ 131 millones de dólares para canales de agua y proyectos relacionados. Sin embargo, la inversión federal en infraestructura se ha reducido a la mitad durante las últimas tres décadas, del 1% al 0,5% del PIB.
Sin lugar a dudas, la inversión pública en infraestructura ayudaría a la economía de Estados Unidos y aumentaría el crecimiento un poco – Goldman Sachs estima que en 0,2% del PIB al año. Pero la propuesta de Trump de invertir $ 1 billón en cuatro años es mentira. La mayor parte de ese dinero no vendría de la inversión pública. Los fondos tendrían su origen en fuentes privadas, que recibirían incentivos para proporcionar el dinero: las grandes empresas constructoras y promotoras (como Trump Inc) tendrían rebajas de impuestos y también el derecho a poseer los puentes, carreteras, etc. construidas para el cobro de peajes a la los usuarios. El gasto y la construcción públicas serían limitados.
Por otra parte, como he sostenido en muchas notas, hay pocas evidencias de que los programas de estímulo keynesiano funcionen a la hora de favorecer el empleo y el crecimiento. Skidelsky habla de la era Roosevelt de la década de 1930. En realidad, se crearon muy pocos puestos de trabajo permanentes con Roosevelt. La tasa de desempleo se mantuvo hasta el comienzo de la guerra. Como Paul Krugman, el gurú keynesiano estadounidense, señala en su libro, Acabar con la depresión ahora , fue necesaria la guerra para alcanzar el pleno empleo y la recuperación económica.
Durante el período de “austeridad”, a partir de 2009, cuando los gobiernos trataron de alcanzar excedentes presupuestarios y recortar la deuda pública después de la Gran Recesión – período en el que todavía estamos – nos dijeron los keynesianos que el “multiplicador” de la austeridad era enorme (es decir, el crecimiento se estaba reduciendo drásticamente en más de uno-a-uno mediante la reducción de los déficits presupuestarios o el gasto del gobierno). Bueno, de nuevo en notas anteriores, he demostrado que este “fuerte multiplicador” está seriamente en tela de juicio. De hecho, hay poca correlación entre la reducción o el aumento de los déficits públicos o el gasto y el crecimiento desde 2009. La mejor correlación con el crecimiento es con las ganancias, no con el gasto público.
Recientemente, Nora Traum, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, presentó un documento titulado “Clearing Up the Fiscal Multiplier Morass” (Aclarando el lío del multiplicador fiscal) . Traum encontró que “los diferentes supuestos crean diferentes multiplicadores”. Pidió a nueve modeladores, utilizando tres tipos diferentes de modelos, que predijeran el efecto sobre el crecimiento de tres propuestas de reforma tributaria diferentes. Para una reforma, las predicciones sobre el crecimiento variaron de -4.2 por ciento a 16,4 por ciento en el corto plazo, y de un 1,7 por ciento a 7,5 por ciento en el largo plazo.
Investigaciones recientes han demostrado que la mejor noticia para el capital es recortar el gasto del gobierno en lugar de aumentar los impuestos para aplicar la austeridad. La reducción de los gastos del gobierno le da más margen al capital privado que aumentar los impuestos, como el impuesto de sociedades, lo que es mucho más perjudicial para el capital y, por lo tanto, para el crecimiento. Si vamos a tener expansión fiscal y no austeridad con Trump (ya veremos), entonces al capital le gustará la reducción de impuestos, pero no querrá que el gasto del gobierno aumente (excepto aquellos promotores que obtienen los contratos), especialmente si interfiere o sustituye la inversión privada directa . Esa fue la objeción en contra de los estímulos keynesianos hecha por el propio postkeynesiano Micheal Kalecki.
La economía marxista explica por qué. Lo que realmente impulsa la inversión en las economías capitalistas modernas, donde predomina la inversión de capital privado, es la rentabilidad de los proyectos. La inversión privada no ha estado a la altura porque la rentabilidad es muy baja, pero aún así el sector público no debe interferir.
Esa es la diferencia entre el plan de Trump y el del gobierno chino con su inversión masiva en infraestructura y urbanización desde 2009. China ha gastado unos $ 11 billones de dólares en infraestructura en la última década – más de 10 veces lo que se propone Trump. Esta inversión pública, financiada por los bancos estatales y llevada a cabo por las empresas estatales, ha debilitado el crecimiento del sector privado en China. Pero en la medida en que el Estado chino controla la economía, y la inversión nacional y extranjera de las grandes empresas (para disgusto del Banco Mundial), las inversiones pueden seguir adelante y conseguir un crecimiento real anual del 6.7% durante esta Larga Depresión.
Por lo que la probabilidad de que las Trumpeconomics vayan a funcionar y llevar el crecimiento económico hasta un 4% anual, según afirma Trump, es muy baja. Es irónico que cuando los asesores de Bernie Sanders sugirieron un programa similar al de Trump que lograría un 4% o más de crecimiento del PIB real, los economistas keynesianos (Romer-y-Romer-evaluación-de-friedman1), saltaron diciendo que era una quimera – correctamente, en mi opinión. Pero ahora que Trump lo defiende, a los mercados financieros y a los keynesianos les resulta no solo atractivo sino posible.
Al igual que las Abenoecomics, las Trumpeconomics son en realidad una combinación de keynesianismo y neoliberalismo. Los nuevos recortes de gastos e impuestos deben ser pagados, al parecer, con una mayor desregulación de los mercados y las condiciones de trabajo para aumentar las ganancias. Esto se supone que aumentaría la tasa de crecimiento en un “modelo dinámico”, o lo que antes se llamaba ‘economía de goteo’, donde se recortan impuestos a los ricos y estos lo gastan en bienes y servicios, de manera que el resto de nosotros conseguimos algo más de ingresos y puestos de trabajo. El principal incentivo, según el propio experto económico de Trump, no son las reducciones en la tasa de impuestos personal o corporativos, sino permitir a las empresas amortizar sus inversiones de inmediato, en lugar de a través del tiempo.
Lo que Skidelsky ignora en su alegre alabanza de las políticas de Trump es el sello de marca de las Trumpeconomics: el proteccionismo comercial y las restricciones a la inmigración. Es mucho más probable que se apliquen estas políticas que su estímulo tipo keynesiano. Trump planea dejar el TTP (el acuerdo comercial regional con Japón y Asia) y el TTIP (con Europa) y “renegociar” el TLCAN, el acuerdo comercial regional con México y Canadá. El objetivo es “proteger” los empleos en Estados Unidos y acabar con la mano de obra barata mexicana.
Como dijo el pasado mes de marzo Donald: “Voy a conseguir que Apple fabrique sus ordenadores y sus iPhones en nuestra tierra, no en China.” Y quiere imponer un arancel del 45% a las importaciones chinas. Se ha estimado que esto podría recortar el PIB de China en un 4,8% y las exportaciones chinas a los EE.UU. en un 87% en tres años, de acuerdo con Daiwa Capital Markets. Incluso si Apple encuentra suficientes trabajadores en los EE.UU., el coste de fabricación de un iPhone 7 de Apple podría aumentar 30-40 dólares, estima Jason Dedrick, profesor de la Escuela de Estudios de la Información en la Universidad de Syracuse. Dado que el trabajo representa sólo una pequeña parte de los costes totales de un dispositivo electrónico, la mayoría de este aumento de los costes provendrían de la importación de componentes a los EE.UU.. Si los componentes del iPhone también se hicieran en los EE.UU., los costes del dispositivo podrían subir hasta 90 dólares. Eso significa que si Apple opta por pasar a los consumidores todos estos costes, el precio de venta del dispositivo podría subir alrededor del 14%. Así que las políticas comerciales de Trump significarían un fuerte aumento de los precios de los bienes en los EE.UU. para empezar, incluso suponiendo que no haya represalias por parte de China.
Como John Smith ha demostrado en su importante libro, El imperialismo en el siglo XXI: La globalización, la sobreexplotación, y la crisis final del Capitalismo : “Alrededor del 80 por ciento del comercio mundial (en términos de exportaciones brutas) está vinculado a la producción internacional de las redes de las empresas transnacionales“. La UNCTAD estima que “alrededor del 60 por ciento del comercio mundial. . . consiste en el comercio de bienes y servicios intermedios que se incorporan en las diversas etapas del proceso de producción de bienes y servicios de consumo final. Una característica notable de la globalización contemporánea es que una gran y creciente proporción de la fuerza de trabajo en muchas cadenas de valor mundiales ahora se encuentra en las economías en desarrollo. En una frase, el centro de gravedad de la mayor parte de la producción industrial del mundo se ha desplazado desde el Norte hacia el Sur de la economía mundial“, como dice Smith citando a Gary Gereffi.
Revertir esta característica clave de lo que se ha llamado “globalización” sólo puede ser perjudicial para las empresas estadounidenses, mientras que al mismo tiempo desplaza la carga de cualquier coste y aumento de precios a los hogares estadounidenses.
La globalización – la expansión transfronteriza de los flujos comerciales y de capital mundiales y el desarrollo de cadenas de valor agregado a nivel internacional – ha sido un importante contra-factor a la caída de la tasa de ganancias experimentada desde mediados de la década de 1960 hasta principios de 1980 en las principales economías desarrolladas. La desregulación de los derechos laborales, aplastando el poder de los sindicatos, la privatización de los activos del sector público nacional, ha ido en paralelo con la expansión global de las multinacionales. Trump habla ahora de revertir este factor compensatorio para beneficiar a su supuesta base electoral en el “cinturón de óxido” del medio oeste de EE.UU. que más ha sufrido con la deslocalización de las multinacionales para explotar mano de obra barata en México, Asia y América Latina.
La ironía (y la preocupación del capital) es que la Gran Recesión y la consiguiente Larga Depresión acaben con la globalización. La globalización ya tenía problemas antes de Trump y el Brexit. La crisis financiera mundial, la Gran Recesión y la consiguiente Larga Depresión (similar a la de la década de 1930) desde 2009 habían frenado en seco la expansión del comercio mundial.
En una medición estándar de la participación en las cadenas globales de valor del FMI, el aumento de la rentabilidad de las principales multinacionales está estancada.
Es verdad que los flujos de información (tráfico de Internet y las llamadas telefónicas, principalmente) se han multiplicado portentosamente, pero los flujos comerciales y de capital están todavía por debajo de sus máximos previos a la recesión. La inversión extranjera directa como porcentaje del PIB está cayendo.
Y los flujos de capital a las llamadas economías emergentes han caído en picado.
Los líderes del G-20 se reunieron poco antes de la victoria Trump y ya eran pesimistas sobre la globalización. Dicen que se oponen al proteccionismo comercial “en todas sus formas”. Como los economistas de Deutsche Bank dicen: “Se siente como si nos acercásemos al final de una era económica … y el tiempo para evitar el cambio de régimen económico y político se acaba, dadas las tensiones existentes en el sistema“.
Los estrategas del capital están preocupados porque las Trumpeconomics no empeoren las cosas para la rentabilidad a nivel mundial. Bin Smaghi, ex miembro del BCE y un importante estratega del capital financiero, comentó: “Tratar de revertir la globalización puede ser perjudicial, especialmente para el país que de el primer paso. Son las economías avanzadas las que se enfrentan a los mayores desafíos en su fase más reciente, que es la razón por la que los movimientos anti-globalización están ganando apoyo y los gobiernos se ven tentados a volcarse hacía el interior. Sin embargo, debido a que sus economías son tan grandes, y tan integradas en la red de la globalización, no pueden revertir su curso, a menos que los mercados emergentes también se retiren“.
Y el riesgo es que las economías emergentes podrían ser empujadas a una depresión en la medida que el comercio se reduzca aún más y las entradas de capital se sequen. Las economías emergentes han ido acumulando grandes cantidades de deuda (crédito) obtenida de los bancos estadounidenses y europeos para invertir, no siempre en los sectores productivos. Esto no ha causado ningún problema hasta ahora porque las tasas de interés a nivel mundial han sido muy bajas y el dólar de EE.UU. ha sido débil, por lo que el endeudamiento en dólares no ha sido un problema.
Pero esto está empezando a cambiar, debido en parte a las Trumpeconomics. Moody ‘s Investors ha publicado 35 reevaluaciones crediticias a la baja este año en países como Alemania, Austria, Turquía y Arabia Saudita, y solo cinco al alza. Y 35 de los 134 países evaluados por la firma de calificaciones actualmente tienen una perspectiva negativa sobre ellos. Eso hace que, al menos, 7 billones de dólares de deuda pública estén en situación de riesgo de una rebaja, según datos del Banco de Pagos Internacionales a finales del año pasado. Esta proporción de países con una perspectiva negativa de Moody es la más grande desde 2012, y no podía llegar en peor momento. Las tasas de interés de los bonos, especialmente de los que tienen plazos más largos, están aumentando drásticamente. Si este es el final de un ciclo de 35 años a la baja en el mercado de bonos, los gobiernos, después de años de bajas tasas de interés, podrían tener que prepararse para mayores costes del crédito muy importantes.
Al mismo tiempo, el dólar estadounidense se ha disparado hacia arriba en comparación con otras monedas importantes.
La deuda global en relación con la inversión productiva está en franco aumento.
Y la deuda del sector empresarial de las economías emergentes en relación con su capital también ha aumentado considerablemente.
El crecimiento económico a nivel mundial es bajo y se desacelera, junto con un aumento del coste de los préstamos y un comercio estancado, que ahora se ve amenazado por las Trumpeconomics: todo ello, lejos de evitarlo, aumentará el riesgo de una crisis mundial.
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