El editorial del matutino Global Times de este lunes podría reflejar la opinión que mantiene el Partido Comunista Chino (PCC) ante el acceso de Donald Trump a la presidencia estadounidense.
"¿Puede China superar a EEUU y dirigir el mundo?", era el titular de ese escrito cuya conclusión era que todavía no había llegado el momento para Pekín -"Chinatodavía no puede competir con EEUU en fuerza integral", se leía en el texto- pero también que su "ascenso es inevitable".
El Global Times tan sólo expresaba una más de las ideas en este sentido que están canalizando los órganos de expresión del PCC para incidir que la llegada de Trump plantea enormes "oportunidades" para ampliar el área de influencia de la nación asiática, especialmente ahora que el líder norteamericano ha declarado su intención de abandonar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP).
Para China, el pacto de las 12 naciones del que había sido excluido, constituía el eje principal del intento de Washington por recuperar su influencia en el área de Asia y el Pacífico. En palabras de la agencia china oficial, "el arma económica de la estrategia geopolítica de la administración Obama para asegurarse de que Washington gobierna de forma suprema en la región".
Anticipándose a las palabras de Trump, el propio presidente chino Xi Jinping se apresuró este fin de semana en América Latina en la reunión del Foro de Cooperación Asia-Pacífico (Apec) a colocar a su país a la cabeza del bloque que defiende el libre comercio frente a la tendencia proteccionista que abandera Trump y promover su propia alternativa al TPP: el Tratado de Libre Comercio de Asia Pacífico (FTAAP) y el Acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP), en el que se integrarían 16 países de esa región pero no EEUU.
"La construcción de una zona de libre comercio en Asia Pacífico es una iniciativaestratégica vital para la prosperidad a largo término de la región. No vamos a crear la puerta al mundo exterior, sino que la abriremos todavía más", manifestó el dirigente comunista en su alocución ante los miembros de la APEC.
"China es un vehemente partidario y defensor del comercio.. que ayudará a revitalizar la economía mundial", aseguraba ayer en su editorial el matutino China Daily mientras que Xinhua reclamaba que se "acelere" el proceso de constitución del FTAAP, que se planteó en Pekín en 2014 y que si llegara a fructificar representaría un 57% de la economía mundial y la mitad del comercio que se realiza en el orbe.
La intervención de Xi Jinping incidió en el principal instrumento de la política exterior china -su fuerza económica- y recordó que en los próximos cinco años su país importará productos por valor de ocho billones de dólares e invertirá 750.000 millones de dólares en el exterior.
Esa ha sido la actuación que ha llevado al estado asiático a inundar países latinoamericanos como Ecuador, Chile o Perú con millones de dólares de inversión y asistencia, estableciendo así una firme presencia en un subcontinente que hasta ahora se consideraba el patio trasero de Washington.
Como recordaba también Xinhua, el comercio entre China y América Latina se han multiplicado de forma exponencial en la última década hasta alcanzar los 236 mil millones de dólares el año pasado. En 2015, China superó a EEUU como el mayor inversor extranjero y se erigió en el principal destino para las exportaciones del continente.
Una pujanza financiera que lógicamente se traduce en creciente influencia política
Sin embargo, el profesor Stephan Nagy, de la Universidad Internacional Cristiana de Tokio (Japón), coincide con The Global Times en que la pretensión última de China todavía no es desplazar a EEUU del liderazgo mundial sino "confirmar -por el momento- su hegemonía" en Asia y "convertirse en el líder de los países en desarrollo".
La misma tesis que mantuvo Xi Jinping en Perú, donde adelantó que China "fortalecerá su lucha por una mayor representación y más voz para los países emergentes y en desarrollo".
Aunque Pekín mantiene una sofisticada estrategia donde combina su potencial económico con la presión diplomática, tampoco ha descuidado el desarrollo de sus capacidades militares que en 2001 suponía un gasto en defensa de unos 52 millones de dólares -las estimaciones sobre el presupuesto chino en este sector siempre son aproximadas- y en 2015 ya ascendían a 214.000 millones, aunque todavía muy lejos de las cifras que dedica EEUU a sus fuerzas armadas.
Por el contrario, la alianza norteamericana en Asia que se basaba hasta ahora en su cercanía con países como Japón, Corea del Sur y Filipinas ha comenzado a resquebrajarse ante el distanciamiento que está adoptando el nuevo presidente de esta última nación, Rodrigo Duterte, y la posibilidad cada vez más real de que la presidenta de Corea del Sur, Park Geun-hye, sea desplazada del poder y deje paso a una administración más progresista que pueda poner en cuestión decisiones tan básicas para Washington como el despliegue del escudo anti-misiles THAAD, al que precisamente se opone China.
Cualquier giro en la Península coreana puede constituir un quebradero de cabeza mayor para Washington ya que todos los analistas coinciden en que es más que una hipótesis que durante la era Trump Corea del Norte adquiera la capacidad para lanzar un misil que pueda amenazar el territorio continental de EEUU y tenga posibilidades de transportar una ojiva nuclear, lo que convertiría a este país en la principal amenaza estratégica para la nación norteamericana.
Todo esto esto, está generando una enorme desazón en el aliado regional más firme de EEUU, Japón, que quedó de manifiesto cuando el primer ministro Shinzo Abe pidió reunirse recientemente con Trump en Nueva York en un hecho inédito para un presidente electo. El mismo Abe reconoció ayer que sin Washington el TPP ya no tiene ningún significado.
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