Bitcoin, entre el oro y las 'puntocom'
¿Cuánto vale Long Island Iced Tea? Exactamente, 20 millones de euros (23,8 millones de dólares). Y ¿cuánto vale Long Island Blockchain? Nada menos que 69 millones de euros (82 millones de dólares).
Y, ahora, la pregunta del millón: ¿cuál es la diferencia entre Long Island Iced Tea y Long Island Blockchain y Long Island Blockchain?
Respuesta: ninguna. Es la misma empresa.
Long Island Iced Tea es, como su nombre indica, una empresa que fabrica y comercializa té frío y dulce, en el estilo el Nestea que se consume en España, un producto que tiene una enorme aceptación en Estados Unidos. Situada en Farmingdale, en las afueras de Nueva York -muy cerca del aeropuerto JFK por el que llegan la mayoría de los visitantes extranjeros a la ciudad de los rascacielos- la web de la empresa afirma orgullosa que opera "en el segmento del té listo para ser bebido del sector de las bebidas no alcohólicas". Pero el jueves por la mañana la compañía emitió un comunicado en el que anunciaba que "cambia su nombre al de Long Island Blockchain", y que "pasa a centrar el foco de su actividad empresarial en la exploración de y en la inversión en oportunidades basadas en la tecnología blockchain".
No hay planes de cómo se va a llevar a cabo la transformación. Por ahora, Long Island Blockchain sigue vendiendo té helado. Pero vale un 200% más. Si sus directivos cobran un bonus de fin de año basado en la actuación del valor en Bolsa, han sabido cómo acertar la Lotería de Navidad: cambiando el nombre de la empresa.
Si usted, lector, ha acertado las tres preguntas, recibirá en premio un bitcoin y una acción del Bitcoin Investment Trust, que es un trust -en la práctica, un vehículo de inversión- que cotiza en Bolsa y adquiere la criptmonedaque ha vuelto loca a la Humanidad en este enloquecido 2017.
Pero ¡cuidado!: una cosa es recibir bitcoins y acciones de Bitcoin Investment Trust al precio del lunes y otra, muy diferente, al precio de ayer. El lunes, el bitcoin valía 19.000 dólares (16.000 euros), según CoinDesk, un servicio de noticias especializado en esa divisa. Cuarenta y ocho horas después, estaba a 15.663 dólares, o sea, un desplome del 17,57%. Todavía peor era lo de las acciones del Bitcoin Investment Trust, que en 48 horas se desplomaron un 41%. El lunes, ese vehículo de inversión valía más del doble que su cartera de bitcoin; el jueves por la mañana, la diferencia se había reducido al 50%.
Las aventuras y desventuras del té de Long Island, del Bitcoin Investment Trust y de, en general, todas las criptomonedas basadas en la tecnología blockchain ponen de manifiesto el volumen de la nueva manía especulativa -según sus detractores- o del cambio del paradigma económico -para sus defensores- que las nuevas monedas han desatado. A muchos les recuerda a la burbuja de los noventa, cuando, en el momento en el que una empresa añadía .com a su nombre, su valor se cuadruplicaba. Ahora se trata de añadir Blockchain, que es la tecnología que está detrás del bitcoin, el ethetrum, litecoin, ripple, o las casi 1.400 criptomonedas -incluyendo el audiocoin, que regala la cantante irlandesa Björk con su último disco, y del que 100 unidades apenas valen 15 céntimos de euro -disponibles en el mercado a día de hoy para que una empresa se dispare en Bolsa.
Ese fue el caso la semana pasada de Longfin, una compañía de Singapur que ya lo tenía todo para que le fuera bien con los inversores, porque opera en un sector muy caliente: el fintech, es decir, la intersección de la tecnología y los servicios financieros.
Longfin salió a Bolsa en el NASDAQ neoyorquino el miércoles 13 de diciembre. Fue un desastre, como se encargó de recordar el hedge fund de más éxito del mundo, Renaissance Capital -uno de cuyos fundadores, Robert Mercer, es precisamente el mayor apoyo de Donald Trump- a sus inversores. La acción se mantuvo en el rango de los 5 dólares de la OPV, hasta que el viernes Longfin compró la empresa de microcréditos en criptodivisas Ziddu. Unas horas después, la acción de Longfin valía 142,5 dólares. Aunque lo mejor de todo es que el 95% de Ziddu era propiedad de Venkat Meenvalli, que es, casualmente, el consejero delegado de Longfin.
La criptomanía, como la llaman algunos, se ha convertido en la nueva fiebre del oro. En un mercado sobresaturado de liquidez, de tipos de interés cercanos a cero, y pocas oportunidades de inversión, las criptodivisas tienen un indudable atractivo. Tienen muchas de las características de las burbujas financieras, ya fueran éstas las puntocom de los noventa, la de la radio y el automóvil de los años veinte, o la del ferrocarril, la siderurgia, el petróleo y el telégrafo de finales del siglo XIX: suponen un avance tecnológico, no hay un precedente histórico contra el que compararlas, y tienen un toque místico. Internet, los trenes o el petróleo iban a cambiar el mundo y a liberar al ser humano. Las criptodivisas van a hacer que dejemos de depender de los bancos centrales. El futuro está en nuestros dedos.
Todas esas burbujas generaron nuevos sectores y gigantes industriales. Pero muchos de los grandes nombres que desataron las pasiones de los inversores se quedaron en el camino. Separar el grano de la paja es la gran cuestión en este tipo de episodios especulativos.
Y la criptomanía no es una excepción. El viejo adagio bursátil de que hay que salir del mercado cuando las viudas y los huérfanos entran en él -porque precisamente esos dos colectivos han sido tradicionalmente más vulnerables y han tratado de buscar una seguridad que la renta variable no ofrece- se puede aplicar a las nuevas monedas por ordenador.
Ese es el punto de vista de muchos de los defensores del bitcoin. "Las subidas y bajadas de precios brutales no están justificadas, y se deben en buena medida a la especulación, a los problemas de liquidez, es decir, de casar oferta y demanda, y también al hecho de que muchos inversores no están familiarizados con la inversión en criptomonedas", explica Adolfo Contreras, director de Patrón Bitcoin, una empresa que se dedica a asesorar en la gestión de estos activos y que, al igual que muchos fans de ellas es un partidario de la Escuela Austriaca en Economía que, entre otras cosas, defiende el patrón-oro.
De hecho, el bitcoin y sus 1.400 familiares suponen un cambio de mentalidad en el uso de las monedas. Por una parte, son divisas que, a día de hoy, no sirven para comprar nada, salvo que uno quiera suscribirse a alguna página pornográfica, adquirir un revólver en ciertas armerías de Austin (Texas), o comprar un ataúd en una funeraria de Minnesota. Por otra, el bitcoin no existe físicamente. Así que se guarda de maneras diferentes a una divisa normal.
La opción más común es un monedero virtual, como Xapo o Coinbase, donde, en realidad, no se tiene la divisa, sino la clave de acceso a ella, que está en una serie de servidores dispersos por el planeta. Otra es el "almacenamiento en frío", que no es más que un papel, con una larga secuencia de letras y números que suponen una especie de traducción del código para acceder al bitcoin.
Esos 600.000 bitcoin perdidos fueron en realidad robados de las carteras electrónicas de sus usuarios "a lo largo de un periodo de tiempo que empezó en 2011", según la consultora nipona WizSec. De modo que, siempre que alguien dice que una inversión de 5 euros en bitcoin en 2010 habría generado hoy más de 30 millones, hay que tener en cuenta que, sólo con el colapso de Mt. Gox, hay un 50% de posibilidades de que todo el valor de la inversión se hubiera perdido.
La semana pasada, 4.000 bitcoin valorados en más de 50 millones de euros fueron sustraídos del mercado surcoreano Youbit, presumiblemente en un ciberataque de Corea del Norte. La pérdida supuso el 17% de las criptomonedas de Youbit, que ha suspendido pagos. Esos incidentes no mitigan la confianza de los defensores de estos productos. "El hecho de que atraquen un banco o roben la información de una tarjeta de crédito no cuestiona la validez del euro, el dólar o el yen", replica Contreras.
Para muchos, el verdadero negocio es minar bitcoin. Minar aquí es un neologismo, mal adaptado del inglés to mine, que significa extraer de la tierra, es decir lo que hacen los mineros. Eso es algo que hizo Fernando, un consultor de riesgo político mexicano que prefiere mantener su apellido en el anonimato, que relata de esta manera su experiencia: "En junio abrí mi primera cuenta en Bitso", un mercado de bitcoin mexicano. "Poco después, compré por 2.500 dólares [2.100 euros] un ordenador más potente con el que presto 1.000 gigabytes de memoria a otros ordenadores. Todos estamos en red, y todos minamos ethereum". Como las cantidades de las divisas virtuales son limitadas, cada vez es necesaria más potencia computacional para obtenerlas.
Así, Fernando ha pasado de conseguir "de cuatro éter al día a alrededor de medio", según explica a este suplemento. Claro que en ese periodo el valor del ethereum ha pasado de 155 a 799 dólares la unidad, con lo que la operación sigue siendo muy rentable.
Con ese sistema, este mexicano de 47 años elude, además, las comisiones que cobran los mercados de estos productos, y que oscilan entre el 35% y el 40% de las transacciones. A continuación, cambia el ethereum por bitcoin, una tarea que él considera "de importancia crítica".
Porque, entre las 1.400 criptodivisas hay muchas que no valen para nada. De hecho, este año se han puesto de moda en Wall Street las ICO, es decir, las Ofertas Públicas de Monedas. Se trata de empresas que entran en el mercado de la generación de estos productos pero que, en vez de acciones, ofrecen a los inversores bitcoin o, incluso, las criptodivisas que van a emitir.
Aunque esas claves de acceso están "securizadas", es decir, blindadas a prueba de robos o fraudes, el riesgo de fraude y de robo existe.
Con la actual fiebre del bitcoin, a muchos se les ha olvidado el desastre de Mt. Gox, el mercado en el que se concentraban nada menos que el 70% de las transacciones de la criptodivisa en todo el mundo. En 2014, Mt. Gox, que estaba basado en Japón, quebró y cerró su actividad, después de que desaparecieran 200.000 de los 850.000 bitcoin que estaban registrados en él.
Según la agencia de noticias Bloomberg, las ICOs han obtenido 4.000 millones de dólares (3.370 millones de euros) en financiación este año. Pero la SEC -el regulador del mercado, similar a la CNMV española- ha advertido del riesgo de estas operaciones y este mes ha obligado a cancelar una de ellas por temor a que no se respetaran los derechos de los inversores.
Y es que entre esas 1.400 divisas hay muchas que no son tales. Venezuela va a lanzar el petro, una criptodivisa basada en el petróleo, lo que la convierte, precisamente, en un bono vinculado al barril de crudo, no en una aspirante a moneda como el bitcoin. Lo mismo sucede en España con el bilur, que también se referencia al barril de crudo, lo que implica que no es más que comprar petróleo, pero indirectamente.
En el caso del bilur, además, hay críticos que dicen que la divisa no estará respaldada por las suficientes cantidades de petróleo como para hacer frente a la demanda de los clientes si éstos deciden vender su moneda y hacer caja. La tecnología blockchain va a cambiar el mundo, sin duda. Y también a las divisas. Pero, por ahora, todavía estamos en la fase de la fiebre del oro. Esto es la puntocom de las criptodivisas.
Las criptodivisas contaminan
En el momento en el que Fernando habla con MERCADOS, la temperatura en la ciudad de México es de 8º C. Sin embargo, él declara tranquilamente: "Todo el apartamento está caliente gracias al calor que genera el ordenador". La extracción de bitcoin ha elevado su factura eléctrica de unos 600 pesos mensuales a entre 2.000 y 3.000 pesos, es decir, de 26 a un máximo de 130 euros. La potencia de los ordenadores necesarios para extraer bitcoin los convierte en verdaderas máquinas devoradoras de energía. Las criptomonedas, así pues, son tremendamente contaminantes, porque, según Bloomberg, el 58% del bitcoin se obtiene de computadoras situadas en China, y otro 16%, en EEUU, dos países relativamente poco eficientes en consumo energético y que, además, son los mayores consumidores mundiales de carbón. Alrededor del 60% de la producción eléctrica china proviene de centrales térmicas de carbón, mientras que en EEUU el porcentaje supera el 35%. El resultado es que el bitcoin consume el 0,16% de la electricidad del mundo, es decir, tanto como Bulgaria y más que Irlanda. Ni siquiera Arabia Saudí o Venezuela, países famosos por su despilfarro energético, tragan menos electricidad que los mineros del bitcoin. Y, entretanto, el consumo sigue creciendo. Según ha declarado Alex de Vries, de PwC, a Bloomberg, sólo en el último mes se ha disparado en un 30% el gasto en electricidad derivado de las criptomonedas. No sólo por su popularidad, sino por el hecho de que, a medida que el proceso informático para extraer más bitcoin se complica, los ordenadores deben ser más potentes. A eso se añaden los cientos de millones de ordenadores que han sido hackeados para usar parte de su potencia en extraer bitcoin sin que sus dueños lo sepan, y que suponen un gasto adicional de energía. "El algoritmo que gobierna el bitcoin hace que cada serie de monedas sea técnicamente más complicada de 'minar', lo que implica un mayor consumo de energía", explica Juan José Ovies, de la consultora Intermedia, quien hace años se planteó 'minar' criptodivisas. "En aquella época era viable, hoy la rentabilidad del proceso es muy complicada, debido al tremendo coste energético", concluye.
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