Un horizonte de extrema debilidad? Oportunidad para Europa
Si concebimos la Unión Europea como una necesidad para poder controlar democráticamente el proceso de globalización, debemos tomarnos en serio el debate propuesto por Emmanuel Macron como he dejado expuesto en otro artículo.
El mundo necesita que Europa sea algo más que un club mercantil. Empezando por la propia Francia, un país importante en el continente pero cada vez menos determinante a nivel global. A pesar de la retórica de soberanía europea exhibida ante Trump, bastó unos pocos gestos de éste para colocar al presidente francés bajo el prisma del imperio y sin soporte alguno a sus declaraciones. La ruptura del acuerdo nuclear con Irán y el traslado de la embajada USA a Jerusalén anticiparon la llamada a Merkel.
Dos mensajes quedaron claros a los principales dirigentes europeos: a Merkel que las empresas alemanas tienen la obligación imperial de respetar las sanciones norteamericanas contra Irán; a Macron que el liderazgo francés en Europa es tan real como la silla de De Gaulle en Yalta: ¡Ni estaba ni se la esperaba!
Francia versus Alemania, una lógica de debilidad
Por separado y divididas, son poca cosa. El nuevo presidente liberal de Francia empieza a chocar con el nacionalismo alemán. Merkel no apoyará las aventuras bélicas del presidente USA, pero tampoco se opondrá a su hegemonía en Oriente Medio. La canciller lo ha dicho muy claro: el gobierno de Berlín apoya a las empresas alemanas, pero no puede hacer nada frente a las sanciones que les puedan sobrevenir si mantienen el comercio con Irán. Y respecto a las propuestas de Unión Europea, nada que pueda ir más allá del control alemán sobre la deuda de los países y entidades financieras de la Unión.
Desde la unificación, Alemania, que era en los años sesenta (RFA) uno de los estados más igualitarios de la zona del Mercado Común, ha pasado a ser uno de los más desigualitarios, y la desigualdad sigue creciendo en ese país durante el siglo XXI como bien ha mostrado Piketty.
El capitalismo alemán ha acentuado sus rasgos como país exportador neto, por lo tanto acreedor, en especial de sus socios de la UE, para ir transformándose en una economía global, la cuarta mundial. Para ello ha modificado su modelo social, cada vez más alejado del estándar europeo acercándose al modelo anglosajón de desigualdad extrema. ¡Una vez unificada, la Alemania socialcristiana no ve ningún interés en la creación de un espacio político y militar común en Europa! Solo un giro drástico de la socialdemocracia, con el apoyo de la izquierda alemana, podría acercarla al traspaso de soberanía a Europa, y a permitir un giro social en su política europea.
Nuevas asimetrías ante los riesgos de crisis
Son varias las lecciones del momento. La primera, es que las naciones europeas ya no son nada por sí solas. La segunda, que el mundo necesita contrapesos al dominio de una sola potencia, único modo de que los acuerdos internacionales se liberen de los caprichos imperiales. La tercera, que la falta de cohesión actual dela UE la incapacita para soportar los efectos asimétricos de una nueva crisis energética.
Tras el bombardeo de Siria y el inicio de la presión unilateral sobre Iran, el petróleo ha vuelto a colocarse en el centro de la escena internacional, un contexto en el que Europa tendrá muy difícil mantener el acuerdo contra el cambio climático o la disciplina energética de sus miembros. Son demasiados los países de la Unión que no se creen que vaya en serio el cambio hacia las energías renovables, empezando por el gobierno de España.
En ese contexto, corremos el riesgo de que la tensión precipite una segunda crisis relacionada con los precios y la deuda del petróleo, que tendría consecuencias desastrosas dado el desequilibrio de balances financieros en Europa entre deudores y acreedores. Una coyuntura en la que Estados Unidos volvería a ocupar una vez más una posición de dominio, lo cual con Trump en la presidencia puede ser el prólogo de la catástrofe.
Volviendo a la realidad: los retos para la izquierda
La hora liberal protagonizada por Macron puede durar más bien poco; mientras, la ola populista tiene demasiadas turbulencias, la izquierda no comparece. Por un lado, cada día son más las señales que apuntan a Bruselas como la meta de las soluciones políticas, incluso de los conflictos internos (¿?) de cada una de las unidades estatales que componen la Unión. Por otro, a pesar de estrellarse, día sí y día también, con el estrecho marco de los gobiernos nacionales, las políticas no encuentran el camino europeo que las encauce.
El capitalismo global, mientras tanto, teje su entramado de gobernanza mundial, que convierte el camino hacia los centros de decisión en Bruselas, Ginebra o Nueva York, en una auténtica carrera de obstáculos, sembrado de minas financieras.
Una nueva generación de dirigentes y activistas de la izquierda, tiene la obligación de salirse de su estrecho marco y centrarse en el análisis de la complejidad entre local, nacional y global. Implica el reto de conseguir pequeños avances sociales en el espacio con más riqueza acumulada del planeta, corregir el crecimiento acelerado de la desigualdad y enfrentarse a la amenaza global al medio ambiente.
Para ello, habría que deshacerse de lo accesorio y, como dice la dirigente verde canadiense Naomi Klein, ser conscientes de que los problemas a los que nos enfrentamos exigen una regulación democrática de los dos parámetros principales de la economía: la inversión en industria y la inversión en conocimiento. Ambas opciones deben salir del campo de las decisiones privadas y convertirse en las herramientas del “Bien Común”.
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