Un capitalismo imposible por la desigualdad
Para vislumbrar el futuro del capitalismo global es útil observar la evolución de la desigualdad en las dos grandes potencias que pugnan por el cetro del poder económico, China y EEUU. La fuente estadística es World Inequality Database y la población se refiere a los adultos.
El primer gráfico G.1 presenta la proporción de la riqueza o patrimonio en manos del uno por ciento de la población más rica desde 1995. En EEUU, a esa famosa porción le fue de cine. El 1% más rico poseía entonces el 29,1% de la riqueza de su país y en 2014 había sumado nueve puntos y medio, hasta el 38,6%. En China el proceso fue aún más grandioso. Si en 1995 el 1% más rico de su población poseía el 15,8% de la riqueza, veinte años después tenía cerca del doble, el 29,6%.
En el segundo gráfico G.2 se observa cómo les fue a los de abajo en ese periodo, pero en un porcentaje cincuenta veces mayor: la mitad de cada población de adultos. Aquí el proceso fue claramente a peor. Espectacular de nuevo en China, donde esa mitad juntaba en 1995 el 16% de la riqueza del país y veinte años después tan sólo el 6,4%. En EEUU la bajada fue inferior, pero lo que impresiona de allí es su nivel. En 1995 la mitad de la población estadounidense poseía una riqueza minúscula, el 1,4% del total, pero como siempre se puede empeorar, desde 2008 suma una riqueza negativa. Y ello a pesar del repunte registrado a partir de 2009, cuando esa mitad de la población sumaba una “riqueza” del -2%.
El enfermo americano y el diagnóstico
La mitad de los estadounidenses posee menos que nada porque sus propiedades no llegan a cubrir sus deudas después de impuestos (hipotecas, créditos para estudiar o pagarse la sanidad…). Esto puede explicar el enfado de muchos norteamericanos que auparon a Donald Trump, con la inestimable ayuda del candoroso Zuckerberg y de Putin, hay que decirlo. Y también demuestra que la rabia, puntual o sostenida, puede volverse en contra de uno mismo. Porque es reconocible que el programa de Trump, más allá de alharacas sobre la grandeza de “América” no favorecerá precisamente a sus votantes de abajo.
Lo que le importa a Donald es el trapicheo con otros colegas mil-millonarios, como Kim o Vladimir. A los derechos humanos, a las instituciones multilaterales, al cambio climático o al crecimiento de la desigualdad le pueden ir dando morcilla. La nueva política de los contendientes por tener más poder y riquezas que nadie, no repara en minucias de afeminado ni en vanos intereses del populacho. La modernidad es que el “pequeño hombre cohete” y el “viejo chocho” se enrabieten, amaguen con su juguete nuclear y rebajen después la tensión escenificando una zalamera amistad. Adrenalina y reality show para flamantes negocios.
Los dos primeros gráficos se refieren al poder real, al patrimonio, lo que se tiene, que no es lo mismo que lo que lo que se ingresa, la renta. Esta segunda es un volumen muy inferior. La renta por adulto es cinco veces menor que la riqueza por adulto en EEUU y siete veces menor en China. Las rentas, siendo flujos, son efímeras, pero a diferencia del patrimonio son imprescindibles. Sin patrimonio y con sabrosos ingresos salariales se vive estupendamente. Sin renta alguna, esa mitad de estadounidenses y sus familias que tienen menos que nada no podrían siquiera sobrevivir. Un buen patrimonio es poder, una renta mínima es menester.
Los dos gráficos siguientes, G.3 y G.4, presentan la evolución de las rentas del 1% y del 50%. Pocas sorpresas. Es claro que el decrecimiento de las rentas de la mayoría de abajo, salarios, pensiones y subsidios principalmente, representado en G.4, está poniendo a dieta su patrimonio en G.2; y también que las rentas crecientes de la cúspide de arriba (G.3), mayormente financieras o empresariales, vienen engordando el suyo (G.1). La población de los dos primeros gráficos no es exactamente coincidente con la de los dos segundos (se puede combinar mucha renta con poco patrimonio y viceversa) pero se aproxima bastante. Lo habitual es que las poblaciones por patrimonio y por renta confluyan tanto por arriba como por abajo, ya que el patrimonio no es más que rentas anteriores acumuladas.
El loco mundo de la política en plena pandemia
El gigante chino acelera (las rectas de regresión convergen en los cuatro gráficos) presto a desbancar a otros rivales en desigualdad, lo que no es fácil ante un campeón como EEUU, y no digamos de Rusia, destacado récord mundial, aunque el WID disponga de escaso detalle estadístico. Con el núcleo duro de los dirigentes de las tres potencias volcado en la tarea prioritaria de desbancar al rival en la lista Forbes, los argumentos patrióticos para justificarse en el poder han ido mutando a grotescos: el prestigio democrático del gran imperio a los pies del pequeño arrogante dictador, el orgullo comunista del campeón mundial de la desigualdad o el gran partido que guía a su pueblo para mejor negocio de los de arriba.
La desigualdad creciente de los tres colosos no es la excepción. La India, Indonesia, Brasil, Pakistán, México, países de África o de la Unión Europea, todos están sumidos en un proceso de crecimiento de la desigualdad de la riqueza y de la renta. De norte a sur, de este a oeste, la desigualdad extrema y creciente es regla recurrente. Y la memez de los argumentos que quieren desviar la atención de ese proceso, confrontarlo sin alternativa o hasta justificarlo, también. De memeces vamos bien servidos en la UE. El populismo anticapitalista, el de los partidos apadrinados por multimillonarios para combatirlo, el nacionalismo buenista o abiertamente agresivo, la xenofobia y hasta el racismo cabalgan briosos a lomos de la austeridad para los de abajo impuesta por el Banco Central Europeo de Alemania.
A la inmortalidad por la desigualdad
Se sabe que no hay país en el mundo que escape al crecimiento de la desigualdad en el medio y largo plazo. Y también que a escala mundial la cúspide del 1% es agudo picacho, de lo que se habla bien poco. El control de lo que ocurre en la economía mundial no lo detenta en absoluto el 1% de la población, sino no más de cien mil personas, con un reparto de riqueza y poder entre ellas todavía muy desigual. Los milmillonarios del mundo son sólo dos mil. Un informe de Capgemini calcula, por ejemplo, que entre los millonarios del mundo (excluida la primera vivienda, coches de lujo y demás bagatelas) el 1% posee el 34,5% de la riqueza conjunta de todos ellos; y el total de esos millonarios, según la restrictiva definición, es bastante menos del 1%. También hay que recordar que el actual campeón de la lista Forbes, ya quisiera Trump, posee ciento doce mil veces más que los tristes millonarios rasos.
Superados los cien mil millones hay que marcarse nuevos objetivos. A por los doscientos mil. Y si se tercia un buen pelotazo, a por el millón de millones. “Hasta el infinito y más allá mientras el cuerpo aguante”, es el lema de quienes pilotan la economía y la política mundial amasando fortuna. Algunos empeñados, según se dice, en alcanzar la inmortalidad. Y pese a todo preocupados, porque la ambición desmedida no está exenta de problemas. Que si convendría trasladar los laboratorios de la inmortalidad al subsuelo, no vaya a ser que una tonta desavenencia en el romance atómico dé al traste con nuestros planes; que si el cacareado cambio climático, que a quién le importará mientras se pueda contaminar gratis, está minando la rentabilidad de nuestras empresas; que a ver si nos van a fallar los contratos de reconstrucción de Siria tras el éxito destructivo de las armas que les hemos vendido… y cosas así. Problemas y problemas sin vacaciones ni descanso, porque en el campeonato de la codicia infinita no hay tiempo que perder.
El capitalismo de la desigualdad extrema y creciente capitaneado por los partidarios de la ambición sin límite no tiene futuro. Por eso es imprescindible establecer un límite al patrimonio. Un millón de dólares, para frenar en seco la irracionalidad del modelo, o diez millones, o cien millones, o mil. Incluso diez mil, mejor que nada. Tal vez la difícil transición entre el capitalismo patrimonialista desbocado y un nuevo capitalismo, o como se le quiera llamar, acotado por la contención de la ambición desmedida y el respeto a las personas y al medio ambiente, aconseje establecer un límite elevado de partida. No lo sé. Lo que es meridiano, a la vista de los cuatro gráficos, es que el capitalismo actual es inviable.
La utopía de la renta básica universal
La imposibilidad del modelo es ya vox populi. Numerosos intelectuales, preocupados por el proceso representado en G.4, proponen establecer una renta básica universal. Esto, que parecía friki utopía, se plantea hasta en las reuniones del club de los poderosos. Porque si una nueva gran crisis se nos viene encima, cercenando de nuevo la renta de toda esa multitud de G.4 que se encuentra mayoritariamente en G.2 (sin un patrimonio que pueda servir de colchón ante un nuevo bache de rentas), urge planificar qué hacer. El exterminio masivo del rival, como en la última gran guerra, no es ya una opción, porque un conflicto global alentaría el exterminio de todos. Además, la justificación de la crueldad de cualquier tipo va perdiendo un terreno que vienen ocupando las mujeres, corroborando el desencuentro de la gran mayoría, también de hombres, con la patológica élite masculina que gobierna el sistema.
La renta básica es buena idea. Pero pretender que quienes controlan el poder, inmersos en la competición por acumular riquezas sin fin, paguen a los de abajo una renta que les prive a ellos de posicionarse mejor en su impostergable escalada hacia arriba es la mayor de las utopías. Hay que impedir primero la continuación de la dinámica de G.1: detener la irresponsable competición en algún punto, porque esa es la dinámica principal que promueve y potencia las otras tres.
No habrá renta básica, ni limitación de salarios, ni reparto sensato alguno que sea sostenible y duradero, si no se establece antes un límite al patrimonio. Parar la contienda de machos que gobiernan el mundo y nunca tienen bastante es lo prioritario. Y si imponer esa mínima cordura en democracia no puede ser, sería bueno ir preparando las naves para un viaje sin retorno que garantice la supervivencia, reproducción y evolución de unos pocos representantes de la especie. Es lo que aconsejaba Stephen Hawking, visto el panorama en el planeta. Y es seguro también un objetivo complementario de alguno de los multimillonarios aspirantes a la inmortalidad, aunque sea para vagar sin tocar tierra por siempre jamás. Ya entonces literalmente.
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