Alberto Núñez Feijóo se difuminó el domingo como opción a liderar el PP. No importa tanto que hace un año rechazara el relevo como los resultados obtenidos por Pablo Casado en Madrid, donde salvó los muebles y se garantiza un período de relativa tranquilidad, sin citas electorales relevantes por delante. Sí las tiene Feijóo en Galicia, que como muy tarde en septiembre del año próximo debe afrontar unas autonómicas para las que aún no ha confirmado su candidatura. Esa es ahora su gran decisión: si deja la política, como amagó hace tres años, o se mide a un PSdeG que resurge. Es otra de las claves de las municipales de cara a 2020: la concentración de la oposición gallega en torno a los socialistas, que hace solo año y medio estaban groguis y ahora polarizan la opción de cambio.
Si el PP nacional obtuvo el 26-M una derrota endulzada por Madrid, al gallego le ocurrió lo contrario: logró una victoria amarga, por menos de 9.000 votos sobre el PSOE y sin plazas importantes donde gobernar. Y para colmo de Feijóo, sin apenas aspiraciones ya de dar el salto a Génova. Es un escenario que reduce sus posibilidades a seguir en Galicia para optar a un cuarto mandato o retirarse, bien para disfrutar de su nueva familia, o bien para ingresar en la empresa privada. Si en la pasada legislatura eligió volver a presentarse después de haber sostenido reiteradamente que era su último mandato, en esta se ha cuidado de hacer promesas. Se limita a afirmar que revelará su decisión cuando lo considere oportuno.
La diferencia respecto a hace tres años reside en las posibilidades de éxito. En 2016 se animó a competir con una oposición hecha unos zorros, pero ahora el panorama se aclara con la irrupción del PSdeG, que no tendría problemas en gobernar si las autonómicas calcasen los resultados del 28-A o del 26-M. Es decir, que las opciones son un dilema entre irse a tiempo o arriesgarse a una derrota, lo que volverá a disparar las especulaciones de aquí a que Feijóo resuelva esta nueva duda sobre su futuro, un clásico de su trayectoria política.
La victoria del PP en Galicia es ajustada, relativa y hasta engañosa, porque el 32,7% de votos es el porcentaje más bajo en su historia en unas municipales, solo ligeramente superior a las autonómicas de 1981, cuando aún competía con UCD. En unas elecciones al Parlamento gallego jugaría en su favor el propio factor Feijóo, pero no se puede descartar que no le alcance para gobernar, lo que le expone a la posibilidad de decir adiós con una derrota. Es lo que le ocurrió a Manuel Fraga en 2005, un riesgo que el presidente de la Xunta sin duda valora.
El PSOE, al acecho
El PSOE le pisa los talones. El domingo solo le distanció medio punto del PP, pero mientras ese resultado le permitirá gobernar hasta seis de las siete ciudades y al menos tres de las cuatro diputaciones, los populares quedan arrinconados en localidades de pequeño tamaño. Con Gonzalo Caballero en la secretaría general, los socialistas han vivido el primer año y medio de relativa tranquilidad desde que perdieron la Xunta en 2009. Ya en las generales de abril se produjo el primer sorpaso de la historia, al conseguir el logro inédito de superar al PP en Galicia. Ahora son la lista más votada en Vigo —de forma asombrosa—, Santiago y Ourense, y se quedaron muy cerca de serlo en A Coruña.
Caballero no tardó en enfocar los buenos resultados del domingo —un empate técnico, según los suyos— como un nuevo paso para asaltar el Gobierno gallego, un gobierno que lleva 16 de los últimos 19 años en manos del Partido Popular. Si el 28-A logró un vuelco histórico, en las municipales ratificó que es un serio aspirante a desbancar a los populares de la Xunta, aunque el secretario general es consciente de que, en los tiempos que corren, un año es un plazo en el que puede pasar de todo. En todo caso, su mérito reside tanto en los resultados como en su capacidad de transmitir sosiego a un partido de tendencia al cainismo, que reaccionó al impulso de las Mareas con una sucesión de guerras internas.
Es otra de las claves del 26-M en Galicia: la desaparición del fenómeno de las Mareas, simbolizada por la caída de los alcaldes de A Coruña, Santiago y Ferrol. Más que el producto de una desastrosa gestión, es el resultado de un proceso de división interna no muy distinto al que se vivió en Madrid, con En Marea, Podemos, Esquerda Unida y los movimientos asociativos que fraguaron en las ciudades ahora en descomposición. El resultado en estas municipales huele a fin de ciclo, el ciclo que abrió Xosé Manuel Beiras con Alternativa Galega de Esquerda (AGE) en 2012, antes incluso de que se fundara Podemos. Hace solo cuatro años, cuando la convivencia era pacífica, En Marea superó al PSOE en las generales. En las de abril, los socialistas aventajaron en 288.000 votos a En Común-Unidas Podemos, mientras que En Marea —abandonada ya por sus principales referentes— lograba apenas 17.700 votos, solo 1.000 más que el Pacma.
El escenario más probable es un triple camino para el espacio de la izquierda rupturista, con Podemos, por un lado, aliado con Esquerda Unida, de escasa implantación en Galicia; por otro, En Marea, que seguirá en caída libre de la mano de Luís Villares, y finalmente Anova, partidaria de refundar un nuevo proyecto a partir de movimientos locales. Son sectores antagónicos que conviven a regañadientes en el Parlamento gallego en el grupo de En Marea que capitanea Villares, que en 2016 logró los mismos 14 escaños que el PSdeG pero le superó en votos. Consumado el desastre del domingo, se prevé guerra en el grupo parlamentario.
De la caída de las Mareas se beneficia también el BNG, con posibilidades de recuperar su tradicional papel a la izquierda de los socialistas
De la caída de las Mareas se beneficia no solo el PSOE. También los nacionalistas del BNG observan posibilidades de recuperar su tradicional papel a la izquierda de los socialistas que desempeñaron las últimas décadas, aunque el avance en estas municipales fue más moderado de lo que esperaban. Ahora de la mano de Ana Pontón, con un perfil más amable que el de los comunistas de la UPG —el partido que ejerce el control en la formación frentista—, el Bloque amarra una holgada mayoría en Pontevedra, ajeno al desgaste de 20 años de gobierno, y entra en la corporación de las siete ciudades, gracias a los 187.000 votos cosechados (12%). Está lejos de rivalizar con el PSdeG, pero ha detenido la caída e inicia la remontada.
Las otras consecuencias que dejan en Galicia las elecciones municipales de cara a las autonómicas consisten en la irrelevancia de Vox, que no consiguió ni un solo concejal, y la discreta implantación de Ciudadanos, que sumó 29.070 votos, el 1,93% del total. Duplica el número de ediles, pero solo aparece en cuatro de las siete ciudades, las cuatro capitales, con entre una y dos actas en cada una de ellas. No es necesario para gobernar excepto donde menos lo desearía: la Diputación de Ourense, donde tiene que decidir si deja caer a la saga de los Baltar o se alía con ella. La fragmentación del voto de la derecha no será un problema para Feijóo si decide optar a su quinto mandato, pero como contrapartida tampoco andará sobrado de eventuales socios con los que formar Gobierno.
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