Tristeza por la victoria de Javier Milei en las elecciones argentinas en el 'búnker' de su rival, Sergio Massa. / C.H.F.
Tristeza por la victoria de Javier Milei en las elecciones argentinas en el 'búnker' de su rival, Sergio Massa. / C.H.F. En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí Ocho y diez de la tarde. Barrio de la Chacarita, Buenos Aires. Miles de argentinos procedentes de distintas partes del país se agolpan frente a una pantalla gigante que retransmite en directo el discurso con el que Sergio Massa, el candidato peronista a la presidencia –su candidato–, confirma, casi una hora antes de lo previsto, la noticia que desde hace varios minutos enmudece las calles aledañas al ‘búnker’ oficialista: Javier Milei será el nuevo presidente de Argentina. “No son los resultados que esperábamos. Ya he hablado con Milei para felicitarlo y desearle suerte, porque es el presidente que la mayoría de los argentinos eligió para los próximos cuatro años”, sentencia Massa ante un silencio demoledor tan solo roto por un grito que parece poner en palabras el sentimiento generalizado: “¡Pero qué carajo le pasó a la Argentina!” Guadalupe y Tadeo, los dos de 18 años, escuchan las palabras de Massa abrazados mientras se consuelan el uno al otro. Han comenzado el día en un colegio electoral de la ciudad de Buenos Aires, como fiscales de la candidatura peronista. Es la segunda vez que Guadalupe vota en su vida –pudo hacerlo con 16 años recién cumplidos en las elecciones legislativas de 2021–; Tadeo ha votado hoy por primera vez. “Voté con esperanza, con ilusión, con ganas de que el país tenga un proyecto colectivo”, comenta con casi las mismas palabras que utiliza su compañera. “Ahora me siento muy decepcionada y angustiada. Me angustia que una persona así, que reivindica lo más terrible de Argentina, haya ganado”, lamenta Guadalupe. “Me imagino ser una madre de Plaza de Mayo, que está viendo cómo gana un candidato que reivindica la dictadura. Una madre que sigue buscando a su hijo, o a su nieto, y me dan ganas de llorar. Me pone muy triste que la Argentina esté en un momento así. Y la verdad es que me da cierto miedo”. Un miedo con el que Malena –nueve años mayor que Guadalupe– convive con resignación desde los 15. “Ya nos hemos comido eso. Ya salimos a pelear por el aborto. Nos han tirado huevos, nos han tirado piedras. Esta gente ya ejerció violencia sobre nosotras, les conocemos. Simplemente, ahora están más avalados”, afirma Malena, asumiendo que, una vez más, les va a tocar “pagar los platos rotos”. “El miedo y el dolor por adelantado tienen que ver con eso. Yo tampoco tengo ganas de ir a comerme gases lacrimógenos, de que me caguen a trompadas la policía o de estar pensando si a mis compañeros les tocaron un pelo o no. Pero sabemos que vamos a seguir teniendo que poner el pecho en las balas. Así conseguimos las cosas y así se construyó este país. Lo seguiremos haciendo. No nos queda otra”, sostiene. El miedo de Gaspar, de 26 años, tiene que ver con el futuro de la democracia, pero también con el de su familia y las de sus amigos El miedo de Gaspar, de 26 años, tiene que ver con el futuro de la democracia, pero también con el de su familia y las de sus amigos. “No van a titubear ni un poquito a la hora de recurrir a la represión más violenta”, afirma mientras se pregunta angustiado: “¿Cómo mierda lo vamos a hacer?, ¿cómo nos enfrentamos a eso?” De nuevo, una referencia surge en su discurso como respuesta a ese miedo: “Tenemos el ejemplo de las abuelas, que bancaron la dictadura. Que salían a la Plaza de Mayo a reclamar pacíficamente todos los días”, reivindica Gaspar, quien apela a la resistencia en la calle como una responsabilidad. “Tengo ganas de resistir, pero no tengo ganas de tener que resistir, ¿me entendés? No tengo ganas de marchar de vuelta por todos los derechos ya logrados. Pero lo voy a hacer. Y quiero ver en la calle a todos los que creían que Milei no va a hacer lo que ha dicho que hará. Háganse cargo”. Para Hugo, de 72 años, esta va a ser “su tercera resistencia peronista”. La asume esbozando una media sonrisa de resignación mientras charla junto a un amigo a unos metros de los cánticos y los ‘pogos’ con los que varias decenas de jóvenes peronistas sobrellevan el duelo en compañía. “Es difícil para nosotros, que ya hemos vivido las dos anteriores. La primera siendo niños y la segunda cuando Macri ganó democráticamente”, comenta mientras recuerda aquella primera victoria de la derecha en la Argentina democrática. “Ese también fue un golpe muy duro, porque había sido votado por el pueblo, y entró a destruir un montón de cosas”, rememora Hugo. Cuando se le pregunta por cómo cree que va ser esta vez esa resistencia, Hugo muestra muchas dudas y una sola certeza. “Lo único que sé es que empieza hoy”, afirma preocupado por “un hilo generacional que se ha cortado” y por la politización de la nueva juventud argentina, seducida por “el que daba imagen de revolucionario: una impostación genialmente hecha por ese sujeto”. “La pandemia fue un golpe muy fuerte a uno de los recursos que tenía el peronismo, como es la calle. Con la pandemia no podíamos ir a la calle, y la derecha fue a la calle con los argumentos más terraplanistas que te puedas imaginar. Pero el objetivo era ganarle la calle al peronismo y, en gran parte, lo consiguieron”, analiza Hugo, quien sentencia la charla con sus motivos para seguir luchando por lo conquistado. “No puedo hacer otra cosa. Si no, me pongo el ‘sobretodo’ de madera y me meto acá mismo en alguna de las tumbas de la Chacarita –señalando el cementerio ubicado a unos metros de la plaza–. ¿Qué voy a hacer? ¿Mirar cómo pasa el desastre? ¿Mirar cómo el río se lleva todo? No. Voy a estar en la calle. Que es donde nosotros siempre estuvimos”. Para Mariana, de 49 años, la resistencia tampoco se negocia. “Ahora mismo solo estoy angustiada y triste. Pero mañana empieza la lucha nuevamente”, sostiene. Mariana ha acudido a votar esta mañana –por primera vez en unas presidenciales– con su hija Laia, de 18 años, que escucha llorando cómo su madre argumenta por qué se alegra de haber acudido finalmente a compartir la derrota con sus compatriotas. “Hace un rato estábamos de camino para acá y ya en la radio dieron los resultados y escuchamos el discurso de Massa”, relata Mariana. “Estábamos dudando entre venir o darnos la vuelta, pero al final aquí estamos. Al igual que la alegría compartida es doble, la tristeza colectivizada también duele un poco menos”. Autor > Carlos H. de Frutos Ver más artículos @c
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