miércoles, 22 de noviembre de 2023
Las generaciones anteriores nos hacen mejores...casi siempre!
El legado de 20 años de Nadal resumido en una cena que se le atragantó a Alcaraz: «No dije lo que quería decir»
Historia de Relevo •
1 d
París, 4 de junio de 2023. Noche de domingo, Carlos Alcaraz cena con su círculo más estrecho. Familia, cuerpo técnico y poco más.
Lo suyo en Roland Garros estaba siendo espectacular, pero el resto de la mesa lo miraba extrañado: el español no estaba contento.
«Lo que dije no fue lo que quería decir», argumentó.
¿De qué estaba hablando Alcaraz? ¿Qué no había querido decir ese prodigio de veinte años que llegó a París como número uno del mundo y con aura de favorito? ¿Cómo podía estar inquieto, si la vida le sonreía?
Aquella edición del Abierto de Francia era especial, porque faltaba Rafael Nadal. El catorce veces campeón del torneo había anunciado semanas antes, durante una conferencia de prensa de ribetes inquietantes en Manacor, que ponía un «punto y aparte» en su carrera. Se dedicaría a acondicionar su cuerpo, su físico. Quería concentrarse en arreglar lo que había que arreglar —lo que se pudiera arreglar, si es que se podía— en esa armadura que fue su mayor aliada y, a la vez, la gran traidora.
Lo explica Toni Nadal, su tío y entrenador desde la infancia hasta 2016: desde que comenzó a competir en el alto nivel, en 2003, hasta finales de 2023, Nadal se perdió dieciséis torneos de Grand Slam por lesiones. En veintiún años estuvo cinco sin jugar. Y, así y todo, compite por el título de jugador más exitoso de todos los tiempos.
El tenis venía preguntándose hacía ya años por lo que vendría tras el «Big Three», la trilogía Federer-Nadal-Djokovic. Los tres le dieron forma a una época única, irrepetible del tenis, pero como suele suceder, cuando algo dura mucho, no importa si es sublime, muchos se preguntan: «¿Y ahora qué, quién viene ahora?».
La respuesta estaba clara en ese junio de 2023: ahora Alcaraz, el que viene es Alcaraz, campeón del US Open 2022 a los diecinueve años y de Wimbledon 2023 a los 20. El número uno del mundo más joven de la historia desde que la ATP comenzó a publicar en 1973 su ranking mundial. El primer teenager en la historia en cerrar una temporada como número uno.
De Nadal, en aquel Roland Garros, quedaba el recuerdo, su estatua junto al estadio y una pregunta incómoda, casi angustiante: ¿y si nunca más volvía, y si todo había terminado?
En ese contexto de efervescencia por el new kid on the block y la nostalgia anticipada ante la posibilidad de que París ya no volviera a ver a su abrumador campeón, la sucesión simbólica de Nadal a Alcaraz se aceleró.
Una periodista francesa le preguntó a Alcaraz, en español, si creía que los fans de Nadal, huérfanos en ese 2023 en París, ahora lo apoyaban a él. Y Alcaraz, audaz veinteañero, contestó que sí, que confiaba en que esos fans ahora estuvieran de su lado.
La pregunta, sencilla, había dado paso a una respuesta de tintes complicados. ¿Estaba acaso Alcaraz instalándose como sucesor de un jugador que aún no se había retirado, como el nuevo poder en lugar del mejor deportista de la historia de España?
Claro que no, pero en vez de responder que no se puede decir algo así, ya que nadie igualará nunca lo hecho por Nadal en París y que su plan era regresar a competir y ganar, Alcaraz respondió que sí, que esperaba ese trasvase de fans.
Por eso estaba preocupado Alcaraz aquel domingo, una estrellada noche de primavera en París.
«No quiso decir de ninguna manera que se llevaría a los fans de Nadal. Pero se lio en la respuesta, se dio cuenta enseguida«, explicó un miembro de su entorno.
Que el nombre de Nadal surgiera casi en cada contacto de Alcaraz con la prensa era natural. La historia era demasiado buena, casi irreal. Dieciocho años después de la explosiva aparición de Nadal en la temporada 2005, otro español, también moreno, también alucinantemente intenso y talentoso, sacudía el tenis. ¿Cómo no compararlos?
Había, además, un consenso en el mundo de este deporte: Alcaraz incluía en su juego un destilado de lo mejor de Nadal, Federer y Djokovic. Lo decían muchos, entre ellos Juan Carlos Ferrero, entrenador de Alcaraz, en una entrevista con el sitio CLAY: «A nivel competitivo, Carlos es buenísimo, a nivel de golpes tiene esa agresividad de Djokovic, ese subir a la red de Roger y la mentalidad, obviamente, de Rafa. Si se los quiere comparar con los tres, iría por ahí«.
Alcaraz lo ve de manera algo diferente. En aquellos días del 2023 parisino, el autor de este libro le planteó la pregunta: «Mucha gente ve golpes de Nadal, Federer y Djokovic en tu juego, ¿coincides?».
La pregunta era fallida, no se trataba de golpes, sino de impronta, actitudes y cualidades: lo que dijo Ferrero, competitividad, agresividad ofensiva, fortaleza mental. Y Alcaraz, que a sus veinte años tenía toda la ambición del mundo y no le interesaba en absoluto ocultarla, respondió con lógica: «Dicen que tengo golpes de Nadal, Federer y Djokovic, porque es lo que la gente ha estado acostumbrada a ver durante veinte años. Pero yo no me defino, no he buscado ser como nadie. Me gusta pensar que soy yo al cien por cien, y no la copia de golpes de ningún otro jugador«.
Tiene razón Alcaraz, él no es la copia de nadie. Y eso es tan cierto como aquello de que «la gente ha estado acostumbrada a ver durante veinte años» a Nadal, Federer y Djokovic. La gente… y él.
Antes de que Nadal irrumpiera en el primer plano del tenis, ningún jugador —al menos no un jugador de los grandes— saltaba como un poseso en el túnel de ingreso a las pistas o en la red ante su rival en el momento del sorteo. Las fotos de Roland Garros 2023 muestran a Alcaraz haciendo exactamente eso mismo que hizo Nadal en toda su carrera: saltar, soltar la tensión ante sus rivales, arrojándoles de paso un buen baño de intimidación.
Alcaraz hace eso porque lo hizo Nadal. Creció viéndolo por televisión y lo incorporó como algo natural.
Alcaraz no sería como es de no haber existido Nadal. Lo explica muy bien Toni Nadal.
—De no haber habido un Nadal, ¿habría sido posible un Alcaraz en España?
—Sí, claro, porque un jugador como él nace por generación espontánea. Y todo, evidentemente, siempre sigue una cadena. Al final en la vida, ¿tú qué haces? Alcaraz le pega más fuerte que Rafael. Y Rafael le pegaba más fuerte que Bruguera. Los dos jugaban con efecto, Rafael hacía lo mismo, pero más fuerte. Tú siempre partes de donde ha llegado el otro. Cuando llegamos al circuito y queríamos ganar en tierra, debimos ganarles a Coria, a Ferrero y a Moyá. Es ley de vida, siempre el que llega después tiene que superar. El que quiera superar a Usain Bolt sabe que tiene que correr 9,50, y que lo otro no bastará.
—¿Qué hay de Nadal, Federer y Djokovic en el juego de Alcaraz?
—Yo creo que Alcaraz es más parecido a Rafael que a Djokovic, que juega con menos intensidad que Rafael. Alcaraz juega con alta intensidad. Djokovic juega con gran tranquilidad, sin desmontarse, como Murray.
—¿Y de Federer qué le ve?
—A lo mejor la ambición ofensiva. Alcaraz es muy rápido y tiene la capacidad de acabar el punto rápido. Creo que Federer le pegaba de manera mucho más elegante, Federer lo hacía mucho más elegante que cualquiera.
Antonio Martínez Cascales, el hombre que llevó a Ferrero al número uno y que ejerce de «entrenador del entrenador» de Alcaraz, al que acompaña por el mundo en algunos torneos, ve las cosas de manera muy similar a Toni Nadal.
«Carlos sobre todo tiene formas de juego, más que golpes, de Nadal, Federer y Djokovic. La tenacidad de Nadal, la transición veloz y los golpes de talento de Federer, la elasticidad de Djokovic«.
Y, sí, es verdad que en el joven Alcaraz hay trazas del joven Nadal. «Es cierto que uno ve y copia lo mejor. Es cierto que él salta en el túnel y en la red de la manera que saltaba Nadal, algo que nadie hacía».
Hay, sin embargo, algo en lo que el rey y el príncipe, el consagrado y su sucesor, son muy diferentes. Nadal hizo gala a lo largo de toda su carrera de una modestia a veces lindante con la exasperación. Una modestia que descansaba en aquello que la educación prusiana del tío Toni le había grabado en la mente: respeto, siempre hay que respetar al otro. Sentirse ganador antes de tiempo es, en la mirada de los Nadal, una falta de respeto al rival. Y plantearse en público metas exageradas también. Aunque íntimamente se esté convencido de que se puedan alcanzar.
Ese fue el «método Nadal». El «método Alcaraz» es radicalmente diferente.
En diciembre de 2020, Alcaraz era el número 141 del ranking mundial y, en una entrevista con la Cadena SER, habló de sus próximos pasos en el tenis: ser el número uno del mundo.
Dos años más tarde, aquella apuesta era ya insuficiente. «He tenido suerte de conseguir mis sueños muy pronto, ser número uno del mundo, ganar un Grand Slam».
A esas alturas estaba ya claro que Alcaraz no sueña, que a Alcaraz no le «gustaría» nada, Alcaraz no le ofrece espacio a la duda: él se propone y dispone. Y lo anuncia previamente, casi siempre con esa sonrisa de oreja a oreja que muestra con generosidad en las ruedas de prensa y en muchos momentos de partidos en los que se lo ve disfrutar. ¿Sonreía Nadal en las pistas? Muy poco, muy poco. Lo suyo fue siempre de entrecejo fruncido y tensión competitiva. Si Nadal se activó desde la coraza, Alcaraz lo hizo desde la sonrisa.
¿A qué aspiraba entonces Alcaraz dos años después de plantearse y alcanzar objetivos inalcanzables para casi cualquier mortal? «Ahora mismo mi sueño en el tenis es ser uno de los mejores de la historia, como ya he repetido muchas veces. Es posible que sea demasiado ambicioso, demasiado grande, pero en este mundo hay que soñar siempre a lo grande, pensar siempre en grande, ponerse objetivos de alta gama». Absolutamente impensable en Nadal. Hablar de «soñar a lo grande» y de «objetivos de alta gama» está tan lejos de él como la posibilidad de afiliarse al Partido Comunista.
Nadal, en su primer Roland Garros, aquel de 2005, se llevó el título. Tenía diecinueve años. Alcaraz, en su primer Roland Garros, el de 2021, con dieciocho años, perdió en la tercera ronda. Tampoco lo ganó en 2022, ni en 2023.
Hay similitudes, claro. Y muchas diferencias.
Porque Alcaraz es Alcaraz. Y Nadal es Nadal.
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