Estaba sentado en la silla, cogiendo un poco de aire después de un esfuerzo sensacional. Bebía agua y varios de esos potingues que recuperan el físico de los tenistas. Era la primera vez que podía empezar a cumplir su promesa. ¿Promesa? Es demasiado suave, suena idílico. Su plan era mucho más macabro. Había pensado muchas veces en ello y se veía capaz de llevar a cabo la definitiva revolución en el tenis mundial. El régimen establecido, en realidad, no le parecía lo peor que podía pasar, pero él estaba convencido de poder hacerlo incluso mejor que los de la clase dominante. Volvió a la pista, largo, espigado, como un espárrago que aún tenía bastante peso que perder. Novak Djokovic y Jo-Wilfried Tsonga empezaban el 'tie-break' y tras nueve juegos, el serbio ganaba su primer grande.
Hasta entonces, Nole era un tenista que había empezado a destacar, pero como han podido hacer muchos otros que se han quedado en el camino. Estuvo en dos semifinales de grandes un año antes, en 2007, y en otra final, además de ganar dos Masters 1.000. Resultados así eran fantásticos, pero no auguraban un nivel tan exageradamente bueno como el que ha dado estos años. A cualquier aficionado al mundo de la raqueta le preguntabas en 2008 quién era Djokovic era más probable que lo reconociese por su virtuosa capacidad para imitar a sus colegas del circuito que por su habilidad para devolver la bola, o por ser el campeón del Abierto de Australia de aquella temporada.
"Al principio de mi carrera me miraban como un rebelde, alguien que empezaba a retar a los dos tíos que dominaban claramente. ¿Quién es este chico de Serbia, un país pequeño, que viene de la nada y dice que puede ganar a los dos mejores y ser número 1? Lo entendía y sentí que la única forma de llegar ahí era mostrar que me lo merecía". Son declaraciones de un Nole maduro en el 'New York Times', un jugador que ha vivido todo lo que tenía que vivir en el circuito, que, como se dice comúnmente, se las sabe todas. Ya no es el loco que hacía tonterías en la pista, sino el mejor tenista del planeta.
Sí, lo es. Me atrevería a decir que lo es, y de largo, además. Estamos a 13 de noviembre. En dos días, Djokovic opta a ganar otro título más, el de los Maestros de este deporte. Sería casi obsceno y desalmado que no ganara lasATP Finals, que no fuera finalmente este 2015 el maestro que ha sido durante los 365 días que durará este año. Un tío que ha bajado a la pista con aura de dios y ha demostrado su omnipotencia en cada partido que ha jugado se merece acabar el año como el más grande. Aun si ya lo es, porque nadie ha ganado tanto como él en una temporada. Es justicia providencial que Londres cierre un círculo casi impoluto.
Djokovic no suele caer simpático. La gente se tomaba mal sus imitaciones, sus gestos, identificándolos como un síntoma de prepotencia, de chulería de un chico que se creía capaz de superar a dos elementos superiores de la naturaleza como Rafa Nadal y Roger Federer. Esa imagen ha perdurado en el tiempo y, aun habiendo cambiado su forma de ser, habiendo relajado su sarcástico y malinterpretado sentido del humor, Djokovic sigue siendo un elemento externo a la dupla de leyendas tenísticas con las que ha convivido y aún hoy convive... y reta. ¿Será por eso, precisamente? Por ser el único que ha podido romper el corazón de Nadal, el que le ha hecho dudar de su superioridad contrastada. ¿Será porque ha ganado a Nadal por lo que Djokovic cae mal? Puede ser. El chovinismo español puede provocar eso y más.
Hay dos formas de afrontar un duelo contra los mejores: una, sabiéndose inferior y ejerciendo como tal. Ser una víctima del sistema impuesto, aceptarlo y alienarse de manera voluntaria. O luchar para transformarlo. Djokovic es de la segunda clase. Pero primero, para poder enfrentarse a ellos, hay que tenerconciencia de clase. Y Nole la tiene.
"Precisamente por Nadal y Federer me convertí en mejor jugador y me hice lo que soy hoy. Pero tuve que ganármelo y aún me lo tengo que ganar. No estoy todavía al nivel de reconocimiento de Nadal y Federer, y se lo merecen, porque han dominado absolutamente. Ellos son los campeones dentro y fuera de la pista y eso me motiva a seguir". Esta entrevista con el 'New York Times' es de septiembre, no de hace años. Es decir, cuando ya había ganado dos Grand Slam y cuatro Masters 1.000 en el mismo año y aún le quedaban por ganar otro grande y otros dos Masters.
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