Esta es la pregunta que se hace el Institute for Anacyclosis, dedicado a predecir las amenazas sistémicas a la democracia. La anaciclosis es una teoría política esbozada por Aristóteles y desarrollada por el escritor romano Polibio. Dice que la historia es cíclica, una rueda de sistemas políticos que se suceden como consecuencia de las tendencias que llevan en su interior. Un ciclo que se habría dado, con fidelidad relativa, en diferentes épocas de Occidente, y que tiene varias fases. Su esencia es que todos los regímenes degeneran y acaban siendo reemplazados.
La democracia es una de esas fases, y tiene raíz económica. La democracia llega con la clase media: una capa de población lo suficientemente numerosa y próspera como para ser independiente (libre de subsidios, pleitesías y redes clientelares) e imponer su voluntad al Estado, mediante las urnas. Si desaparece la clase media, también lo hace la democracia. “La secuencia está relacionada con la difusión y la reconcentración de la riqueza”, dice a El Confidencial Timothy Ferguson, abogado corporativo, profesor y presidente del Institute for Anacyclosis. “Si la precondición para el desarrollo orgánico de la democracia es la difusión de la riqueza, la precondición para la monarquía es la reconcentración de la misma”.
Ferguson insiste en que no se pueden identificar nítidamente los modelos; a veces coexisten dos sistemas, como la democracia y la oligarquía, en un brochazo gris, y el lento proceso de cambio se ramifica durante años por la estructura institucional. El Instituto ha actualizado la teoría de Polibio: ha acentuado su aspecto internacional y económico y reemplazado el término “oclocracia” (gobierno de la muchedumbre) por “demagarquía” (dominio de los demagogos).
El paralelismo que usa Ferguson para entender el presente es la Antigua Roma, que pasó de reino a república, plutocracia, demagarquía y vuelta a la casilla de salida. Nuestra fase equivaldría a la Roma del siglo I antes de Cristo. La expansión romana por el Mediterráneo aceleró el flujo de esclavos y mercancías baratas a la república. La clase media agraria no pudo competir, declinó y nació una sociedad polarizada entre los ricos, poseedores de tierras y esclavos, y el resto. Es decir, una plutocracia (“gobierno de los ricos”). Los minifundistas, empobrecidos, pusieron sus esperanzas en manos de una serie de demagogos que prometieron devolver al pueblo su riqueza. El Senado perdió autoridad, estalló la guerra civil y la única manera de restaurar la paz fue mediante la imposición de un mando único: el del emperador, cargo absolutista y hereditario.
El predominio de la plutocracia
Dice Ferguson que, aunque Estados Unidos sigue siendo una democracia, ya predomina el sistema plutocrático. La desigualdad es hoy mayor que nunca en la historia; pese a la recuperación económica de los últimos seis años, el norteamericano medio ha retrocedido al nivel de vida que tenía hace dos décadas y la clase media ha dejado de ser mayoría en 2015, según el Pew Center. Un indicador gráfico son los sueldos dentro de una empresa. En los años 50, el consejero delegado medio ganaba 20 veces más que el trabajador medio; en el año 2000, 120 veces más. Hoy en día lo multiplica por 204. El pesimismo también está en máximos.En otras palabras, EEUU y Europa, que presenta un cuadro general todavía peor y un ascenso más claro del extremismo, estarían maduros para la aparición de líderes demagogos que prometan devolver al pueblo la prosperidad perdida, de una manera o de otra. “Hay demagogos nacionalistas, o reaccionarios, que explotan la xenofobia o las dependencias de la gente, y que prometen el mundo. Y esto se va a poner peor”, añade Ferguson. Pese a las diferentes ideologías, todos los demagogos tienen algo en común: la simplificación y el tamaño de sus promesas.
No es coincidencia que 2016 sea el año de Donald Trump y también de Bernie Sanders, un socialista relativamente desconocido que ha logrado, contra todo pronóstico, presionar a Hillary Clinton y sumar el apoyo masivo de la juventud. Serían las dos caras de la misma moneda: la fe en soluciones que estiran las costuras de la realidad. Trump promete levantar y vigilar un muro de 3.000 kilómetros con México, prohibir la entrada en el país a los musulmanes (una cuarta parte del género humano) y localizar, detener y deportar a 11 millones de inmigrantes sin papeles, lo que sería imposible sin instalar un estado policial. Bernie Sanders promete crear un sistema de salud público universal, volver gratis la universidad, crear un millón de empleos para jóvenes, duplicar el salario mínimo por hora e invertir un billón de dólares en infraestructuras.
Lo próximo, según esta teoría, sería una competición internacional de demagogos que se habrían hecho con el poder en Occidente. El Instituto quiere arrojar un palo en esta rueda, para que se quede atrancada en la sección que dice “democracia”. Quiere convencer a la sociedad de que lo fundamental es proteger a la clase media. “Y tiene que ser una clase media independiente, que no dependa de nadie. Si no, sería un patronazgo. Todo esto ha pasado antes”, dice Ferguson.
Cuando la democracia va "demasiado lejos"
Hay otra teoría, más conservadora; es de Platón y la ha actualizado el escritor Andrew Sullivan. Dice que la democracia lleva dentro su propia destrucción porque va demasiado lejos. Cuando la democracia madura, llega un momento en que las tradiciones se revierten: los hijos mandan sobre los padres, los extranjeros tienen los mismos derechos que los nacionales, las razas y clases sociales se mezclan, el patriarcado pierde peso, el sexo es libre y los animales comienzan a ser tratados como personas. El ciudadano ya no conoce barreras; hace lo que quiere y se vuelve caprichoso. Cualquier nimiedad le ofende y se queja públicamente. Esta “hiperdemocracia” revuelve las entrañas de una parte de la sociedad, que percibe anarquía, decadencia y un exceso asfixiante de sensibilidad y corrección política. Es entonces cuando surge el demagogo, abrupto y redentor, que promete dar un puñetazo en la mesa para restaurar “el orden”.“Hay un despertar autoritario en Estados Unidos y Europa”, dice el investigador Matt MacWilliams, de la Universidad de Massachusetts, Amherst. A diferencia de otros expertos, el análisis de MacWilliams va de dentro afuera; él sondea la semilla negra de la caverna, la nostalgia de la tribu, y cómo se manifiesta luego en las estructuras externas.
El verano pasado, MacWilliams daba los últimos retoques a su tesis doctoral sobre el autoritarismo en EEUU, cuando cierto magnate anunció su intención de ser presidente. “Cuando terminaba mi tesis, veía despegar la campaña de Donald Trump y me di cuenta de que su retórica, su mensaje y sus formas estaban enfocados a atraer a los votantes autoritarios que yo había estado estudiando. Realmente me sorprendió”, reconoce a El Confidencial. El investigador procedió a sondear las tendencias autoritarias de 1.800 votantes americanos con una encuesta clásica, que consiste en cuatro dilemas: no de política o ideología, sino sobre qué valores hay que inculcar a los hijos. Cada uno representaba una dicotomía entre libertad y orden:
- Independencia o respeto a los mayores.
- Curiosidad o buenos modales.
- Autosuficiencia u obediencia
- Ser considerado o portarse bien.
Trump, el líder frente al caos
“El autoritarismo está considerado como una disposición; es parcialmente heredado y parcialmente enseñado. Es la raíz del populismo, el nativismo, el fanatismo y todo eso”, explica MacWilliams. “El comportamiento autoritario implicaría ser agresivo contra el ‘otro’, estar dispuesto a obedecer y tener aversión a la diferencia; les gusta la uniformidad y la conformidad”.El investigador añade que esta disposición de carácter es políticamente neutral. “El autoritarismo no reconoce a la izquierda o a la derecha. Puedes tener regímenes de izquierdas autoritarios, el ejemplo perfecto es Hugo Chávez en Venezuela. Y no es necesariamente 'antiestablishment'. Los autoritarios en general apoyarían a la clase dirigente, porque protege las normas. Pero si sienten que esa clase se aleja de esas normas, los autoritarios lo atacarán”, y añade como ejemplo la campaña del Brexit en el Reino Unido, antiélite y antiinmigración.
En Estados Unidos, dice, “las personas con tendencias autoritarias solían estar repartidas por el espectro político: republicanos, independientes y demócratas. Pero en los últimos veintitantos años, los autoritarios se han reagrupado en el Partido Republicano”. El investigador cita un estudio de M. Hetherington y J. Weiler que describe la reacción conservadora frente al avance de los derechos civiles en las últimas décadas. Donald Trump sería la consecuencia natural de este proceso de polarización. Según MacWilliams, el millonario habría aprovechado el desorden del Partido Republicano (17 aspirantes iniciales a la Casa Blanca) y su dominio de los medios y las redes sociales para difundir su mensaje y sumar las fuerzas autoritarias bajo su liderazgo.
La personalidad del votante de Trump ha sido descrita en muchas otras encuestas. Un sondeo de CBS News en las primarias de Carolina del Sur reflejó que el 75% de los votantes republicanos apoyaba prohibir la entrada de musulmanes a EEUU y casi la mitad quería expulsar inmediatamente a los inmigrantes sin papeles. La mayoría votaron a Trump. Según un sondeo de PPP, un tercio de los seguidores del magnate quieren impedir la entrada de homosexuales en el país y uno de cada cinco está en desacuerdo con la abolición de la esclavitud.
A la pregunta de si la mayoría de las personas dan la democracia por descontado, Timothy Ferguson responde: “Absolutamente”, y cita a Polibio: “Cuando surge una nueva generación y la democracia cae en las manos de los nietos de quienes la fundaron, estos se han acostumbrado tanto a la libertad y la igualdad que ya no las valoran, y empiezan a buscar la preeminencia”.
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