Ignacio Gracia Noriega
Alarcos, Bueno y la «cultura asturiana»
Leo una afirmación peregrina, por sorprendente: Emilio Alarcos y Gustavo Bueno no fueron respetuosos con la «cultura asturiana». La irreverencia de Bueno, en cualquier caso, debe de ser menor, porque se le resuelve con ese reproche; en cambio, a Alarcos se le dedica más espacio, en el que se insinúa, acaso, alguna cuestión personal. No entro en ese asunto, ni en la historia rocambolesca de las relaciones de Alarcos con el bable, según la versión a la que me refiero, y en la que se establece una fecha probable misteriosa, entre 1985 y 1986, en la que Alarcos, tal vez llamado al orden por el «madrileñismu» predominante, cae del caballo como Saulo camino de Damasco, sólo que por el estribo contrario: pues Saulo, luego Pablo, se vuelve cristiano de pronto, después de haber perseguido a los miembros de la nueva secta, en tanto que Alarcos apoya a los reivindicadores del bable en sus comienzos, hasta que pone un «hasta aquí» y, de paso, los puntos sobre las íes. El motivo de la conversión de Saulo es de sobra conocido; el de la nueva actitud de Alarcos respecto a la «llingua llariega», ahora se desvela: lo hizo más o menos presionado por el «madrileñismu».
En fin, todo esto es muy poco serio, a la vez que poco elegante, e incluso poco razonable. ¿Cómo se puede ser, me pregunto yo, poco respetuoso con una cultura? ¡Como si la cultura fuera una feminista capaz de enfurecerse porque se le cede el paso! Habría que averiguar, por otra parte, qué entiende el que hace el reproche por «cultura asturiana». O qué entiende por cultura, en general. Porque yo estoy viviendo en la misma región que él, y más o menos en ambiente parecido, y no tengo la impresión de estar inmerso en una cultura diferente de la de, pongamos por caso, Santander, León o Lugo cuando me acerco a las provincias limítrofes.
También tendría que precisar el que reprocha qué entiende por respetar y por respetable. ¿Es que respetan a la «cultura asturiana» los políticos de izquierda y los sindicalistas, los locutores de «Tele Tini» o el pintoresco Gabino de Lorenzo durante una campaña electoral en plan baturro con boina que fue una absoluta falta de respeto a todos los asturianos, y así le fue, cuando por demagogia confunden el bable con un español mal hablado? Por lo menos, Alarcos sabía qué era el bable, y muchos que hoy se erigen en sus abanderados aprendieron lo poco que saben en sus clases, no en sus ámbitos familiares, en los que sin duda se hablaría sin complicaciones la lengua española con las peculiaridades locales que se quiera, como en la mayoría de las casas asturianas. ¿O es que Alarcos bromeaba cuando escribía sobre la metafonía asturiana o rastreaba el seseo en un documento ovetense medieval o anotaba «La Regenta»? Incluso sacó el bable de su ámbito habitual del «chigre» para llevarlo a la carta de uno de los mejores restaurantes de la región, a Casa Conrado. Alarcos hizo todo lo que se puede hacer por la dignificación de una lengua prácticamente extinguida, pero no admitió su aprovechamiento político. Como catedrático, lo mismo que Bueno, fue el gran lujo de la Universidad de Oviedo durante la segunda mitad del siglo XX, y aprovechó su estancia aquí para estudiar las modalidades lingüísticas asturianas, las obras de algunos escritores nacidos en Asturias, y escribir páginas inolvidables de excelente prosa plenas de comprensión y afecto hacia Asturias, lo asturiano y los asturianos. Si esto es falta de respeto...
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