El Eco.Aunque no quiera admitirlo, Theresa May empieza a darse cuenta de que, fuera de la UE, el mercado único y la Unión Aduanera, hace mucho, mucho frío. Si estos días es la Bestia del Este la que congela el país, bloquea sus comunicaciones y amenaza con paralizar a cualquiera que se atreva a salir del calor de su hogar, será el Brexit lo que ponga en jaque a Reino Unido a partir de la primavera de 2021 si es que llega a concretarse un periodo de transición.
"La vida va a ser diferente", reconoció la premier el pasado viernes durante su discurso en la Mansion House de Londres. "Ninguna de las dos partes va a conseguir lo que quiere". Porque May, que si hay algo que le caracteriza es su resiliencia y su capacidad para intentar aparentar fortaleza cuando vienen mal dadas, empezó a deshinchar con sutilidad el globo de ilusiones que pintaron los partidarios del Leave durante la campaña del referéndum de junio de 2016.
Un panorama idílico en el que la UE casi rogaría al Gobierno británico por llegar a algún tipo de acuerdo comercial que les permitiría mantener todo lo bueno de la membresía sin las obligaciones que comporta. Por eso es tan revelador que tenga que ser la líder conservadora, una de las que más ha trabajado en la sombra para que esto sea una realidad, quien empezase a concienciar a los suyos de la "dura realidad" del Brexit.
Se salta las lineas rojas
Ni siquiera fue suficiente esta vez el guiño que intentó mandarle a los brexiteros más duros insistiendo en que van a "retomar el control de las fronteras, las leyes y el dinero", ya que la primera ministra tuvo que reconocer que Reino Unido tendrá un acceso a los mercados europeos "menor que el que existe ahora" -con daños colaterales como la pérdida del pasaporte financiero de la City- además de admitir que seguramente tengan que acatar "algunas decisiones del Tribunal de Justicia de la UE". De un plumazo, May se había saltado dos de las líneas rojas que ella misma había fijado para las negociaciones de divorcio.
Y todo ello con la única intención de conseguir lo que ahora mismo se ha convertido en la gran obsesión de su Gobierno: lograr una victoria en forma de acuerdo a la medida que reafirme la posición de los tories no sólo de cara a su imagen internacional sino también de puertas para adentro. "Necesitamos encontrar un nuevo equilibrio, no aceptaremos los derechos de Canadá y las obligaciones de Noruega", pidió May. "No pueden acusarnos de elegir a placer; todos los acuerdos de libre comercio implican una variedad de acceso a los mercados en función de los intereses de los países implicados".
Poco entusiarmo en la UE
Desde la UE sin embargo, y a pesar de que durante esta semana se dará una respuesta oficial por medio de un documento firmado por los 26, ya han dejado entrever que no han recibido con especial entusiasmo la propuesta de May. Por ejemplo el controvertido Guy Verhofstadt, líder del comité del Brexit en el Parlamento Europeo, ya advirtió durante el fin de semana del "poco apetito" que hay de "renegociar las reglas del Mercado Único para aplacar las diferencias dentro del partido conservador".
Aunque el belga no andaba para nada desencaminado, lo cierto es que se quedó corto a la hora de señalar los frentes que tendrá que acometer May por lo menos hasta mayo, que es cuando se votará en el Parlamento una propuesta del líder de la oposición, Jeremy Corbyn, para decidir si Reino Unido se queda en la unión aduanera. Una opción que, aunque se queda entre dos aguas porque el líder laborista también ha condicionado la posibilidad a la creación un acuerdo a la medida, podría destapar las divisiones en el seno del partido torie ya que son varios los diputados conservadores que se han manifestado a favor de una decisión que también gusta, y mucho, a las empresas británicas.
El poder económico de la City
Pero May, que no quiere perder la posibilidad de negociar acuerdos comerciales bilaterales con otros países como China o EEUU permaneciendo en la Unión Aduanera, parece que se va a decantar por jugar la baza del poderío económico de la City a la hora de exigir un modelo de acuerdo propio. "Los bancos radicados en Reino Unido suscriben alrededor de la mitad de la deuda emitida por las compañías europeas, además de proveer más de 1.200 millones de euros en préstamos sólo en 2015; éste es un claro ejemplo de cómo mirar únicamente a los precedentes puede herir tanto a la economía de Reino Unido como a la de la UE", advirtió.
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