¿Está amenazada la democracia? Salvini, Orban, Erdogan... y ahora Bolsonaro
Todos los que me conocéis y leéis mis artículos sabéis muy bien cuál es mi opinión de Trump, del nuevo gobierno italiano, de su deriva 'nacional-populista' y del avance de la extrema derecha en Europa en general.
Son muchos los italianos que me han tachado de 'incendiario' y que me han criticado -a veces con dureza- por mis opiniones sobre Matteo Salvini y sus títeres. Sin embargo, en los últimos días han tenido que tragarse muchas de sus invectivas contra mí. Y es que, contra evidencias, no valen correcciones políticas ni componendas. Todo el mundo se ha hecho ya eco de la decisión de la alcaldesa de Lodi, Sara Casanova, de discriminar a algunos alumnos a los que ha retirado el comedor y la ruta escolar. Nada menos que 200 pequeños cuyo único 'delito' es el de ser hijos de inmigrantes. Una decisión infame y vergonzosa que ha desatado las críticas más feroces por parte de la oposición y el desprecio más absoluto de todos los italianos que todavía creen en la democracia.
Pocas horas después de esta increíble decisión, en una carrera de solidaridad sin precedentes, se recaudaron 90.000 euros para ayudar a todas las familias que habían quedado excluidas de las ayudas sociales. Una decisión que hirió el corazón de todas las gentes de buena fe, que siguen siendo a pesar de todo una inmensa mayoría en el mundo, que hundió nuestro orgullo como país civilizado y democrático y que da idea de la gravedad de las cosas que están ocurriendo en Italia. Decisiones políticas y hechos inhumanos, que están desatando las más bajas y despreciables pasiones y que afectan de lleno a nuestros derechos más básicos.
Brasil, el último ejemplo... por el momento
No me estoy refiriendo a una simple anécdota cruel ocurrida en Itala. En todos los países donde ha llegado a gobernar la extrema derecha 'nacionalpopulista', Brasil es el último ejemplo por el momento, es la propia existencia de la democracia la que se está viendo amenazada por esta creciente ola de intolerancia hacía el otro, los que piensan de forma diferente. No me gusta ser alarmista pero es evidente que muchos de los derechos y libertades que pensábamos ya estar arraigados, parecen ponerse en discusión en diferentes partes del mundo. Es mucho lo que nos jugamos y algunas situaciones recuerdan, cada vez más, a algún período histórico al que creímos que la humanidad nunca retrocedería, como el tenebroso período de entreguerras vivido en Europa entre 1919 y 1939 y la sórdida y repugnante República de Weimar.
Se están poniendo en tela de juicio nada menos que la independencia de la justicia y la libertad de expresión, de prensa y de opinión, al amparo de gobiernos que -disfrácenlo algunos como quieran- pero es evidente que persiguen un poder cada vez más totalitario y excluyente.
Los casos de Polonia, de Hungría, o fuera de la UE el de Estados Unidos y de Turquía, son claros avisos de que no podemos ni debemos tomarnos a la ligera esta ola regresiva. El último triunfo de esta fiebre de intolerancia, no por esperado menos preocupante, ha sido el de Brasil. Tal y como vaticinaban todas las previsiones, el candidato de la extrema derecha homófoba, xenófoba y racista, el militar devenido en político, Jair Bolsonaro, se alzaba con la victoria frente al candidato de la izquierda, Fernando Haddad, en la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales cuyo resultado amenaza con darle la vuelta a un país que es todo un continente en sí mismo. Bolsonaro es el mismo personaje que ha instado en no pocas ocasiones públicamente a agredir a los homosexuales, que ha dicho que prefería tener un hijo muerto que homosexual, o que declaró durante la campaña electoral que no aceptaría ningún otro resultado electoral que no fuera el de su victoria, aunque luego tuvo que matizar y acabar desdiciéndose de tan tremenda afirmación. Sí Bolsonaro, que en diferentes ocasiones ha dicho que la dictadura en Brasil fue blanda, 'se torturó mucho pero se mató poco'. Visto desde fuera parece indudable que estamos ante el clásico perfil de un tipo que cree, con total certeza, que puede gobernar un país como Brasil, en el que 147 millones de personas estaban llamadas a las urnas, como si de un cuartel se tratara.
Turquía; una situación asfixiante e insoportable
Cruzamos el globo y atendemos a otro escenario inquietante: Turquía. Allí, su presidente, Recep Tayyp Erdogan, en un mitin en Ankara hace no demasiadas semanas, pronunció unas palabras con las que reafirmó, por si hubiera dudas, su talante dictatorial y totalitario: "No puede haber una democracia con medios de comunicación". Por respetar la literalidad de sus palabras, el discurso fue así: "Si hay un pueblo, hay democracia, si no hay pueblo, no hay democracia. Con los medios de comunicación y esas cosas, no puede haber democracia".
Todo un puñetazo a la libertad de prensa y de expresión, a la que el sátrapa turco ha declarado ya una guerra abierta y fulminante. Erdogan investiga el terrible asesinado del periodista Saudí Kashoggi pero mantiene entre rejas a decenas de periodistas opositores.
Según esta peculiar teoría de Erdogan, los políticos no pueden gobernar con la espada de Damocles del temor a la crítica de los medios de comunicación: "Si un político tiene miedo a lo que salga en los medios de comunicación, no puede hacer una política sólida. Es algo colosal. He visto que los países que creíamos fuertes no son gobernados por sus dirigentes, sino por los medios de comunicación".
Rasgos totalitarios del discurso del miedo
Hago tanto hincapié en las palabras de Erdogan, aunque podría hacerlo en muchas otras que hemos escuchado en los últimos meses de las hiperactivas e incendiarias bocas de Salvini, Orban, Bolsonaro o de otros líderes 'nacional-populistas' porque recuerdan vivamente a discursos leídos y releídos de Hitler y adláteres del tercer Reich. Estas palabras nos dicen, alto y claro, que el único idioma que cuenta para ellos es el de la simpleza emocional, que llega solo a una parte del pueblo, que es precisamente la única que a ellos les importa. Un discurso completamente vacío de valores y de principios, pero rebosante de recetas fáciles para complejos problemas y sin sentido común de ningún tipo.
Es un lenguaje pseudopolítico, repleto de exclamaciones, de mucha violencia verbal, de palabras impregnadas por el odio, por la homofobia y con reiteradas invocaciones a la fortaleza del Estado y de la Nación.
Son palabras que llegan a la gente y a su estado de ánimo. En Turquía ya no hay libertad de prensa, pero en Italia sí... al menos de momento. Falta por ver cuáles son ahora los primeros pasos de Jair Bolsonaro en Brasil, aunque tras escuchar las recias proclamas proferidas durante la campaña electoral podemos imaginar que más de lo mismo. Miedo, amenazas y censura para la prensa libre y democrática. Malos tiempos para la libertad si todos los que aún creemos en la democracia, y seguimos siendo muchos millones de personas, no nos movilizamos de manera rápida y eficaz.
Euprepio Padula, Presidente Padula&Partners y Experto en Liderazgo
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