75 años después de Bretton Woods, no queda ni dinero ni ideas
"Es verdad que ellos tienen los sacos de dinero, pero nosotros tenemos los cerebros". En Washington, durante las negociaciones previas a la firma de Bretton Woods, el embajador británico en EEUU, Lord Halifax susurró esa frase al representante británico en la Conferencia, John Maynard Keynes.
Es una idea que suena a mecanismo compensatorio -"somos más listos que ellos, aunque seamos más pobres"- pero que, 75 años después, plantea dos preguntas: ¿quién tiene el dinero y quién tiene las ideas para coordinar la política económica mundial?
Nadie. El FMI solo tiene dinero para resolver una crisis muy pequeña sin la ayuda del G-7 u otro grupo de países. Si mañana hubiera que rescatar a, por ejemplo, Turquía, todo dependería de Donald Trump, del mismo modo que el gigantesco rescate a Argentina de 2018 fue una decisión de EEUU. Y Trump, ya lo sabemos, toma sus decisiones muchas veces por motivos más personales que técnicos o políticos.
Lo cual lleva a la cuestión de quién tiene las ideas. La respuesta es la misma. El funcionamiento del Gobierno de Donald Trump es, en cierto sentido, similar al de China: decisiones centralizadas, que necesitan el respaldo del líder, pero sin ningún sistema o procedimiento que siga unas reglas.
En otras palabras: discrecionalidad absoluta. Para un sistema como el de Bretton Woods, basado, más o menos, en reglas - aunque luego éstas fueran a menudo forzadas por las grandes potencias, fundamentalmente EEUU - eso significa una erosión constante. Antes, al menos, existía una apariencia de sistema. Ahora, ya no es necesario ni guardar las formas.
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