Fiebre por la cerveza artesanal: Agua, malta, lúpulo y mucha pasión
María Gómez Silva
La cerveza artesanal vive un «boom» en nuestro país. Decenas de microcervecerías han florecido en los últimos años, tratando de seducir al paladar español, poco acostumbrado a estos caldos, turbios, aromáticos y, sobre todo, muy sabrosos.
España es el cuarto productor y consumidor de cerveza de Europa y, sin embargo, se podría decir que el «respetable» es poco exigente. Los españoles relacionan su consumo con una caña refrescante pero, cuando se trata de abordar experiencias más intensas, se pasan al vino. No obstante, existe un rico mundo de sabores, matices y aromas en esta bebida milenaria de malta, que la aproximan al mundo «gourmet». Difundir esta «cultura de la cerveza» es uno de los objetivos de las decenas de apasionados cerveceros artesanales que en los últimos años se han liado la manta a la cabeza para montar su pequeño proyecto. Empezaron con un kit para iniciarse en casa, después llegaron las ferias y los intercambios de experiencias con otros aficionados y terminaron por convencerse de que había que probar suerte.
Uno de estos «valientes» es Alberto Pacheco, un riojano que trabajaba de protésico dental y un buen día decidió cambiar la consulta del dentista por una pequeña fábrica de cerveza en la que poner en práctica las recetas artesanales que llevaba perfeccionando en casa desde 2006. Y no le ha ido mal, a juzgar por la plata europea que logró en los World Beer Awards de 2013 (equivalentes a los Oscar en el mundillo) con su cerveza «Santiago», una tostada de estilo abadía belga, dulce, picante, afrutada y con sugerentes matices de especias.
Pacheco explica que, al igual que en el mundo del vino (una cultura en la que debe mirarse la cerveza, según él), hay variedades de esta bebida para «cada momento del día». Santiago está «pensada para segundos platos, guisos, platos de caza y postres de chocolate intensos».
¿Pero a qué se debe este florecimiento repentino de decenas de microcervecerías?Pacheco cree que uno de los factores ha sido la crisis económica: «Ha ayudado en el sentido de que la gente que estaba en una situación más precaria, se ha lanzado a intentarlo, viendo que hay un nicho».
Estefanía Pintado, socia de la fábrica Maravillas, también explica que este florecimiento no está ocurriendo únicamente en España, sino a nivel mundial. Lo que sí es cierto es que España es uno de los países donde esta pequeña industria está menos desarrollada y, por tanto, hay más espacio para crecer. «El 2012 se considera el año cero de la cerveza artesanal», cuenta Pintado. Fue precisamente en ese ejercicio en el que ella y otros cinco socios abrieron este espacio situado en pleno barrio madrileño de Malasaña, en el que es posible degustar la cerveza que se fabrica «in situ», evitando el deterioro que suponen los traslado y cambios de temperatura.
Propuestas excelentes y otras no tan buenas
El problema es que en medio del furor por hacer cerveza artesanal se han «colado» en España algunas marcas con una calidad moderada, que tienen el peligro de disuadir a los clientes que acaben de iniciarse en esta bebida. «Asustan al público. Y no sólo se quitan un cliente, sino que se lo quitan también a otras marcas artesanales», se queja Pacheco.
En cambio, Estefanía Pintado opina que «cuantos más cerveceros artesanales haya, mejor» porque contribuirán a difundir esa afición por una cerveza que vaya algo más allá de las rubias habituales que suelen estar presentes en los grifos de los bares españoles. «Al final, el mercado va filtrando y quedarán las microcervecerías que hagan buena cerveza», dice Pintado.
Y es que las cervecerías artesanales tienen un concepto de la «competencia empresarial» más difuso que en otras áreas. Por poner un ejemplo, la mayoría de los cerveceros ha visitado otras fábricas para compartir experiencias y empaparse de las técnicas antes de dar el salto de crear su propia cervecería. Habitualmente, los anfitriones comparten su «savoir faire» sin demasiados recelos.
Así lo hicieron Francisco José Salvador y Víctor Sagredo con la marca burgalesa «Dolina», que debe su nombre a uno de los yacimientos más conocidos de Atapuerca. Estos dos jóvenes de 28 años terminaron de afinar su receta en las instalaciones de Mateo y Bernabé, en Logroño. Después, montaron su propia fábrica y ahora son ellos los que asesoran a grupos de amigos que quieren lanzar «una tirada» de su propia marca de cerveza.
Y es que para un amante de la cerveza, la posibilidad de «hacer magia» y crear un brebaje propio tiene mucho atractivo.
Si bien hay quien llega a esta afición por motivos muy diversos. Rubén Esquitino, de 36 años, reconoce que él no era especialmente cervecero antes de iniciarse. En su Alicante natal suelen abundar los grifos de San Miguel y a él no le seducía demasiado esta cerveza rubia y ligera. Pero su padre enfermó y decidió buscar una afición que les hiciera pasar tiempo juntos. El virus estaba inoculado. Comenzaron con un kit de fabricación casera y después empezaron a ensayar recetas nuevas. No obstante, otra circunstancia familiar se ha interpuesto en su objetivo de profesionalizarse y abrir su propia fábrica: la paternidad. Aparcada la meta inicial y hasta que llegue el momento propicio, se contenta con seguir probando cosas: «Me gasto como poco 60-70 euros en cervezas, y eso sin ir al bar», asevera.
Y es que los cerveceros son, por encima de todo, consumidores. Alberto Pacheco nos contaba que el sábado previo a la entrevista telefónica que mantuvimos para este reportaje había abierto una Baladin que tenía guardada desde hacía tiempo. Nos explicó con pasión que esta «birra» elaborada por Teo Musso (el mejor cervecero de Europa, según Pacheco) «tiene un precio caro», pero «merece la pena, porque sorprende»: «Una cerveza de catorce grados, un año de envejecimiento en barrica, muchos matices, muchos sabores». «Estaba increíble», zanja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario