He dejado pasar unos días desde la famosa entrevista de Rajoy en Onda Cero para recuperarme de la sorpresa. Es comúnmente conocido que Mariano Rajoy no es un precisamente un titán de la comunicación y que funciona como un motor diésel de los antiguos. Pero lo del otro día fue algo mucho peor que un defecto de comunicación: fue un destrozo político -uno más en este tema- y fue una muestra de la profesionalidad del entrevistador y del peor chapucerismo carpetovetónico del entrevistado.
Al existir imágenes de la entrevista, el episodio se convirtió en carne de YouTube y se propagó a la velocidad del rayo: toda España ha visto la cara de paleta estupefacción del presidente del Gobierno cuando el periodista, sin apenas levantar la voz, le recordó serenamente que los catalanes que lo deseen seguirán siendo españoles porque lo dice el artículo 11 de la Constitución: “Ningún español de origen podrá ser privado de su nacionalidad”. Se puede renunciar a la nacionalidad española y adquirir otra que esté reconocida como tal, pero nadie puede ser privado de ella contra su voluntad. En su estupor ante tamaño descubrimiento, el amigo Mariano solo fue capaz de farfullar: “¿Y la europea?”. Lo que vino a continuación lo han visto y escuchado todos ustedes, no vamos a recrearnos en el ridículo ajeno.
En su estupor ante tamaño descubrimiento, el amigo Mariano sólo fue capaz de farfullar: “¿Y la europea?”.
Llevamos ya más de tres años a vueltas con el tema de la independencia de Cataluña: prácticamente todo el periodo de Rajoy como presidente. Se han vertido océanos de tinta y se han consumido millones de horas evaluando las consecuencias de una hipotética secesión. Y a dos días de las elecciones descubrimos que ni el presidente del Gobierno ha reflexionado ni nadie en su entorno ha llamado su atención sobre los efectos de esa secesión sobre los derechos de nacionalidad de los catalanes. España insólita. ¿Se imaginan el escándalo si David Cameron hubiera cometido una pifia semejante en las vísperas del referendo escocés?
Lo peor es que, con su infinita torpeza, Rajoy ha suministrado varios kilos demunición extra al discurso independentista y ha desaprovechado lamentablemente una magnífica oportunidad de reforzar el argumento de quienes sostenemos que esto de la “solemne declaración de independencia” que anuncian Mas y los suyos es un puro desatino y una estafa. Porque lo que Alsina le puso a Rajoy no fue ninguna trampa, sino lo contrario: un balón botando en el punto de penalti para rematar cómodamente a portería vacía.
La cosa no podía ser más sencilla. ¡Claro que los catalanes seguirán siendo españoles! No solo porque son españoles de origen y la Constitución les garantiza ese derecho, sino porque Cataluña seguirá siendo parte de España ocurra lo que ocurra en estas elecciones autonómicas.
Cataluña seguirá siendo parte de España porque si su Parlamento autonómico emite una declaración unilateral de independencia estará haciendo algo para lo que no está habilitado y esa declaración no existirá para el Derecho: ni para el Derecho nacional ni para el internacional. No surtirá de ella ningún efecto jurídico (aunque sí planteará un problema político grave). No la admitirá el Estado español ni la reconocerá ningún país importante del mundo ni ningún organismo internacional. No veremos al representante del Estado catalán sentado en la ONU ni en el Consejo Europeo ni en el de la OTAN; ningún jefe de Estado relevante aceptará recibir las credenciales del embajador de Cataluña. La famosa DUI será eso, declarativa, pero en ningún caso ejecutiva. Creará muchos problemas pero no solucionará ninguno porque carece intrínsecamente de esa capacidad.
Los catalanes seguirán siendo españoles a todos los efectos porque esa será la única nacionalidad que el mundo les reconozca. Porque para viajar tendrán que mostrar el pasaporte español y es más que dudoso que les permitan subir a un vuelo internacional con el documento que les expidan Mas y Junqueras. Porque podrán seguir moviéndose libremente por Europa gracias a su condición de españoles. Porque si tienen algún problema en el extranjero tendrán que acudir a la embajada o al consulado español. Porque para comprar y vender, firmar contratos, hacer negocios o simplemente encontrar un puesto de trabajo en España o fuera de ella tendrán que identificarse con su DNI, igual que todos los demás españoles.
Seguirán siendo españoles porque se les seguirá aplicando la ley española en todos los actos de su vida, y cumplir la ley no es algo volitivo: yo puedo declararme solemnemente independiente del Código de la Circulación, pero si conduzco en dirección contraria o rebaso los límites de velocidad eso no me librará de las sanciones.
Y seguirán siendo españoles -aunque algunos no quieran- porque los derechos que la Constitución reconoce no son renunciables. ¿A quién se le ha ocurrido el disparate de amenazar a los pensionistas de Cataluña con que pueden quedarse sin su pensión tras el 27-S? De ninguna manera: el Estado español seguirá pagando las pensiones en Cataluña por la misma razón por la que seguirá exigiendo el pago de los impuestos en Cataluña o garantizando el orden público y la defensa del territorio catalán. Y nada de todo eso cambia por lo que declare o deje de declarar el Parlamento autonómico que será elegido el domingo. ¿O es que ya hemos aceptado del todo entrar en la lógica perversa e irreal de los independentistas?
¿Y europeos?, preguntaba el perplejo Rajoy. Pues de cajón, señor mío: seguirán siendo europeos en tanto que españoles. Es increíble que haya que explicarle a un presidente del Gobierno que (desgraciadamente) no existe la nacionalidad europea y no se puede perder lo que no existe. Que la Unión Europea es una agrupación de estados, no de personas. Y que lo único que existe es un concepto vaporoso denominado “ciudadanía europea”, que se introdujo a última hora en el texto del Tratado de Maastricht a instancias de Felipe González y que se reconoce exclusivamente a los nacionales de los estados miembros; vaya, que solo eres ciudadano de la UE si tienes la nacionalidad de un Estado miembro. De perogrullo, Mariano.
Pase lo que pase el domingo, el lunes seguiremos estando ante un problema político colosal, que es un adjetivo muy del gusto del señor presidente. Tan colosal como su arrogante ignorancia de los datos más elementales del problema. Tan colosal como su acreditada torpeza en el manejo de la cuestión catalana, adobada de oportunismo en la oposición y de autismo miope en el Gobierno. Y tan colosal como la certeza de que no es la persona adecuada para liderar la salida de este laberinto (lo que también se aplica, multiplicado por 10, al señor Mas).
La pregunta agobiante es ¿quiénes son y dónde están esas personas? Miro a mi alrededor y no las veo. Creo que nadie las ve, por eso estamos todos tan preocupados.
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