REDACCION
Hubo un tiempo en el que el racismo trataba de revestirse a toda costa de un barniz de discurso científico. A finales del siglo XIX, en una época en la que el colonialismo europeo había llegado a su cénit y dominaba a sangre y fuego la práctica totalidad de los continentes del globo, este imperialismo trató en no pocas de ocasiones de justificarse acudiendo a supuestas superioridades raciales que beneficiaban siempre al hombre blanco. Eran tiempos en los que no se soñaban aún con conocer la secuencia del ADN y en el que se definían a etnias por el perímetro del cráneo, algo de lo que se podía deducir además, el intelecto o las conductas criminales. Hubo un autor destacado de estas tesis, el médico Bartolomé Robert, que llegó a ser alcalde de Barcelona, y que en una conferencia ofrecida en la ciudad en 1898, quiso definir las características físicas de una «raza catalana» avanzada y emparentada con las grandes culturas europeas de la era clásica frente a otras más primitivas, de cráneos redondeados, descendientes quizá de antiguos pobladores africanos en la península y de los que eran representantes los asturianos. Contra estas ideas y su influencia en la política combatió el premio Nobel español, padre de las investigaciones del sistema nervioso y científico como es debido, Santiago Ramón y Cajal.
De las anotaciones del Nobel en sus diarios contra las tesis racistas de Robert se hizo eco Materia en un artículo que recoge su preocupación acerca del vínculo que, a su juicio, había tenido el predicamento de estas ideas en el desarrollo del separatismo catalán y vasco. Lo hizo en tono burlón al considerar el tamaño de la calavera del propio Robert, al que sin embargo le unían lazos de amistad porque habían sido compañeros en la facultad de Medicina de Barcelona durante cinco años. Y con todo, Ramón y Cajal se sorprendía de que hubiera terminado «dirigiendo el nacionalismo catalán y proclamando urbi et orbi, un poco a la ligera (no era antropólogo [...]), la tesis de la superioridad del cráneo catalán sobre el castellano».
Bartolomé Robert inició su mandato como alcalde de Barcelona con una conferencia, el 14 de marzo de 1898 en el Ateneo de la ciudad, que recogió al día siguiente La Vanguardia, en la que describía la superioridad de la «raza catalana» a los que hacía descendientes de los etruscos (y ahí se veían también sus lagunas de historiador porque fue este un pueblo que aunque tuvo colonias en Córcega y Cerdeña, su territorio se ceñía a la península itálica), con unas características craneales de tipo dolicéfalo (largo y delgado), y que imperaba en Levante, frente «al notablemente degenerado, siendo probable que los tales primitivos habitantes procediesen del Norte de África antes de convertirse en estrecho el antiguo istmo de Gibraltar» de tipo braquicéfalo (corto y ancho) que, según afirmaba, era más frecuente en el noroeste, en concreto entre los asturianos.
«Refiriéndose al estado actual etnológico de España que presentó gráfica y claramente por medio de un mapa coloreado, indicó como la región más dólicocéfála de España las provincias del reino de Valencia, y como braquicéfalas a las de Asturias y parte de Galicia», recoge la crónica de La Vanguardia en 1898. Este tipo de cráneos eran los «notablemente degenerados», para Robert, correspondientes con los tipos más «primitivos» en su fantástica visión sobre la evolución desde «la remota época cuaternaria parece deducirse que fué ya entonces poblada nuestra península por seres humanos del típo braquicéfalo», los predominantes en Asturias, y en su charla detallaba cómo había recoirrido la «sólida prueba del índice cefálico de las distintas razas, siguiéndolas en su camino al través de España, modificada su marcha ya por las condiciones climatológicas del país, ya por la resistencia que ofrecían unas a otras razas».
Las teorías sobre los distintos tipos de cráneos, --dolicocéfalos, braquicéfalos y mesocéfalos-- fueron utilizadas en el siglo XIX para el desarrollo de las idea de que existía una raza aria superior y también para justificar la eugenesia, el exterminio de los individuos que, según estas tesis, nacían con taras. Georges Vacher de Lapouge, uno de los pioneros de estas clasificaciones dividía a la humanidad en razas «jerarquizadas» con la aria por encima de todas frente a la «braquicéfala, mediocre e inerte», mejor representada por los «judíos», igual a la que Robert identificaba con los asturianos. Vacher de Lapouge fue inspirador de muchas teorías nazis en los años 30 del siglo XX.
También tras la Guerra Civil española, Antonio Vallejo-Nájera, como jefe de los Servicios Psiquiátricos Militares de la dictadura franquista, trató de desarrollar tesis racistas basadas en supuestos similares con el objetivo de determinar el «gen rojo» y en campos de concentración repartidos por toda la península dirigió trabajos para «determinar qué malformación llevaba al marxismo». Hizo experimentos con presos de las Brigadas Internacionales y con medio centenar de mujeres en Málaga, a las que también consideraba inferiores porque «su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella».
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