¿A qué clase social pertenece usted? La respuesta, como es lógico, tiene un fuerte componente de subjetividad, y, de hecho, la mayoría de los encuestados tiende a clasificarse en un nivel superior al real.
La literatura académica, sin embargo, lo ha intentado objetivar desde hace más de medio siglo. ¿El resultado? Existe un cierto consenso en que la adscripción a una clase social depende, fundamentalmente, de los patrones de consumo, que actuarían como símbolos de pertenencia a una u otra clase social. Es decir, no solo tiene que ver con el volumen de gasto, sino con otras manifestaciones, como el nivel educativo o el prestigio de su profesión.
Y lo que acredita un reciente trabajo del IVIE (Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas) y la Fundación Ramón Areces es que España ha sufrido, como es evidente, una profunda transformación en su estructura de clases desde mediados de los años 70.
Existe consenso en que la adscripción a una clase social depende de los patrones de consumo, como símbolos de pertenencia a una u otra clase
Básicamente, por la creciente incorporación de la mujer como sustentadora principal, por la reducción progresiva del tamaño medio del hogar, por el crecimiento de la clase media y por la fuerte mejora en los niveles educativos de nuestra sociedad. Pero también por el hecho de que el número de hogares ha pasado en menos de medio siglo de apenas nueve millones (con mayor número de miembros por unidad familiar) a 18,5 millones. Es decir, mientras que el número de hogares se ha incrementado en algo más de dos veces, la población solo ha aumentado un 35%, lo que refleja cómo ha cambiado este país.
Esa evolución ha tomado, en particular, tres direcciones. Por un lado, la clase baja, entendida como aquella formada por trabajadores con bajos niveles educativos que llevan a cabo trabajos escasamente cualificados, ha pasado de tener un peso en 1973 superior al 25% de los hogares a superar a duras penas el 3% en 2017.
Ese alto porcentaje en el pasado (uno de cada cuatro hogares) tenía mucho que ver con la geografía. Como muestra el estudio, en los primeros años 70, en los municipios pequeños de hasta 10.000 habitantes, el porcentaje de hogares de clase baja superaba el 40%,llegando a casi el 50% en los de menos de 2.000 habitantes.
Media-media
Estos porcentajes caían significativamente en las ciudades grandes y capitales de provincia, donde no se alcanzaba el 10%. Cuarenta años después, aunque sigue siendo mayor el peso de los hogares de clase baja en municipios pequeños, las diferencias no son solamente muy pequeñas, sino que el peso de esta clase es absolutamente menor.
La clase dominante, la media-media, lo es en todos los estratos, siendo evidente un mayor peso de la clase alta en los entornos urbanos de mayor población. Los ricos, por decirlo de una manera directa, viven en las grandes urbes.
La segunda constatación es que esta evolución ha ido acompañada de una expansión sin precedentes de las clases medias, que pasan del 72,2% en los 70 hasta llegar a un 80,8% en 2017, pero cambiando de forma relevante su composición: mientras que cae el peso de la clase media baja (se pasa del 50,2% al 22,8%), crece de manera muy significativa la media-media de (16,6% al 44,1%).
Mientras que cae el peso de la clase media baja (se pasa del 50,2% al 22,8%), crece de manera muy significativa la media-media de (16,6% al 44,1%)
La tercera tendencia se refiere al aumento de lo que el estudio denomina 'clase alta', que de representar menos del 5% de la estructura social ha pasado en algo menos de medio siglo a suponer un 15%. Es decir, el segmento de mayores rentas se ha multiplicado por algo más de tres veces, lo que sugiere que en la medida que el país es más rico en términos generales (hay más clases medias) esto provoca, al mismo tiempo, mayor número de 'ricos'. O de clases altas, como se prefiera.
No es un asunto baladí, como recuerda el informe, elaborado por los economistas Joaquín Aldás y Marta Solaz, mientras que un hogar de clase alta tiene un gasto total 2,7 veces superior a uno de clase baja, destina 23 veces más en educación, con lo que ello supone desde el punto de vista del ascenso social, muy vinculado al conocimiento, y, por ende, al empleo.
Igualdad de oportunidades
Es más, y aquí está lo más llamativo, cuando llega la crisis se ensancha esa diferencia. Mientras que el gasto en educación en la clase baja cae de forma intensa (un 23%), la clase alta, en un contexto más difícil, incrementa el gasto en formación y cultura un 9%, lo que significa que se acentúa o perpetúa, como lo describe el estudio, diferencias que solo se reducirán cuando la propensión a cursar estudios no obligatorios sea independiente de la clase social. Es decir, que solo los poderes públicos pueden garantizar que no ensanchan las diferencias en cuanto a igualdad de oportunidades ofreciendo acceso al sistema educativo que las clases bajas no pueden pagar.
De la misma forma, se repite una acentuada propensión superior al gasto en ocio (7,1 veces más) u hoteles y restaurantes (4,2 veces), mientras que las diferencias se reducen muy significativamente en bienes básicos como alimentos (1,4), bebidas (1,7) o vivienda y su mantenimiento (2,1).
Estas diferencias son especialmente relevantes, como dice el estudio, cuando vienen mal dadas. Y, en concreto, está acreditado que mayor capacidad de gasto implica también mayor capacidad de ajuste, y de esta forma el gasto de los hogares de clase alta cayó durante la crisis un 22% frente a una caída del 11% en los hogares de renta baja. Ahora bien, el esfuerzo de ajuste se produjo de manera diferente en muchos grupos de gasto.
El esfuerzo de ajuste se produjo de manera diferente en muchos grupos de gasto
Los hogares de renta baja son más inelásticos, ya que no pueden reducir más en bienes básicos como la alimentación, mientras que, por el contrario, en el caso de la clase alta el gasto cae un 16%. Las clases bajas, en cambio, reaccionan retrasando el consumo de algunos bienes duraderos a mejores momentos del ciclo económico en mayor medida que la clase alta (-41% en vestido y calzado, -50% en transporte), mientras que para la clase alta cae respectivamente un 39% y un 35%.
En definitiva, la vieja dicotomía entre ricos y pobres, pero con una diferencia: la educación (y, como consecuencia de ello, la cualificación profesional) es hoy la clave de bóveda que define la estructura social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario