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¿Hacia dónde se dirige el mundo?
¿Hacia dónde se dirige el mundo en el próximo decenio o el siguiente? Hay dos arenas en las que podemos anticipar gran turbulencia –la geopolítica y la economía-mundo–. Permítanme referirme a cada una de ellas por separado.
El relativo declive del poder geopolítico de Estados Unidos está siendo reconocido casi por todos. La elección de Barack Obama no cambiará eso.
Ciertamente lo acentuará, en tanto que dejará claro que incluso una política exterior más inteligente y multilateral puede al menos evitar un declive de Estados Unidos aún más precipitado, mas no revertirlo.
Hemos entrado en un mundo verdaderamente multilateral, en el sentido de que la verdadera geopolítica del poder de los estados relativamente más débiles es, repentinamente, mucho más grande. Observemos lo que ha pasado este año en Medio Oriente. Turquía está interviniendo en negociaciones largamente pospuestas entre Siria e Israel. Qatar intervino exitosamente en un cese al fuego entre facciones fuertemente enemistadas en Líbano. Egipto busca mediar negociaciones entre Hamas e Israel. La autoridad palestina ha reanudado negociaciones con Hamas. Y el gobierno Paquistaní entró en una tregua de facto con los talibanes dentro de las zonas fronterizas con Afganistán. Lo significante en cada una de estas acciones es que Estados Unidos se oponían a todas estas negociaciones y han sido simplemente ignorados, sin ninguna consecuencia seria para alguno de los actores.
¿Quiénes son los jugadores más importantes en esta división multilateral de la geopolítica efectiva real del poder? Junto con Estados Unidos, que por cierto no es ya un jugador central, encontramos los otros dos emplazamientos del Norte –como lo hemos sabido desde 1970– el conjunto de Europa del Oeste de la Unión Europea y Japón. Pero adicionalmente, por supuesto, encontramos ahora a Rusia, China, India, Irán, Brasil (como el líder putativo de un bloque sudamericano) y Sudáfrica (como el líder putativo de un bloque australafricano).
Lo que sucede es que hay una inmensa cantidad de maniobras en pos de alianzas, con gran carga de debate interno en estas zonas, acerca de los aliados óptimos y gran carga de incertidumbre acerca de quién será elegido. Adicionalmente, hay un gran número de países inseguros de cómo maniobrar en esta situación. Pienso en Polonia, Ucrania, Corea, Paquistán, Egipto, Nigeria, México, Canadá y sin duda otros más. Tan pronto como los enlisto, uno puede ver que estamos en una muy nueva situación geopolítica, muy diferente a lo que el mundo ha visto en mucho tiempo. No es definitivamente anarquía total, sin embargo, ciertamente es desorden geopolítico masivo. Sin duda genera nerviosismo en muchos gobiernos, y los remite a la búsqueda de un conjunto más estable, lo que precisamente incrementa la crudeza de sus desacuerdos internos acerca de sus opciones políticas. Observen los debates en Irán y Polonia ahora, sólo por citar dos ejemplos. Miremos ciertamente el debate que se desarrolla en Estados Unidos y el cual creo será más intenso (y tenso) al finalizar el primer decenio del siglo xxi.
Ahora pongamos este desorden geopolítico al lado de las graves incertidumbres de la economía mundial. Cualquier lector de la prensa financiera del mundo no puede sino ser sorprendido por los amargos desacuerdos entre los expertos y los grandes jugadores del mercado mundial acerca de lo que pasará y lo que, en consecuencia, deben hacer. ¿Hasta donde se hundirán las acciones del mercado? ¿Es la inflación una amenaza real? ¿Dónde está el terreno seguro?
Hay una serie de problemas reales. Está primero que nada, el asunto de las divisas nacionales. Hemos vivido, al menos desde 1945, en un mundo estabilizado por el dólar. El declive de Estados Unidos, en particular su declive como enclave dominante de la producción mundial, combinada con su sobreendeudamiento –deuda gubernamental, deuda empresarial y deuda individual– ha causado un serio decremento en su tasa de cambio, y cuyo punto final permanece incierto pero será aún más bajo, mucho más bajo que en la actualidad.
Este decremento del dólar presenta un dilema económico serio para otros países, particularmente aquellos que han puesto su creciente riqueza en inversiones y acciones en dólares. Estos países están angustiados: por un lado, por querer mantener a Estados Unidos como un comprador importante de sus importaciones y, por otro, por las pérdidas reales en las que incurren en el valor cotizado en dólares de sus activos, ya que el dólar desciende. Es obvio lo que pasa: se están desprendiendo lentamente del dólar, hasta ahora enfatizando el “lentamente”.
Sin embargo, como con todas las salidas financieras, el problema para los poseedores de acciones es la elección del momento adecuado –ni demasiado pronto, ni demasiado tarde–. Siempre hay riesgo, el riesgo elevado del pánico repentino –una virtual “carrera al banco” con consecuencias devastadoras para quienquiera que llegue treinta segundos demasiado tarde e incluso resultados más devastadores para Estados Unidos –su gobierno, sus compañías y sus ciudadanos-residentes–. Todos nosotros estamos conteniendo la respiración.
¿Pero, entonces qué? ¿Alguna otra divisa remplazará al dólar como la reserva económica del mundo? El candidato evidente es el euro. No es seguro que pueda desempeñar este papel o siquiera que los gobiernos europeos quisieran que lo desempeñara, a pesar de que es posible que este papel le sea impuesto. De no ser el euro, ¿podríamos tener una situación de múltiples divisas, una donde el dólar, el euro, el yen, posiblemente el yuan y la libra sean usadas en transacciones mundiales? La respuesta aquí es un tanto semejante a la pregunta de las alianzas geopolíticas: no sería total anarquía, pero sí ciertamente desorden, y los gobiernos y productores del mundo se sentirían por demás incómodos, ni hablar de los pensionistas.
No obstante, la divisa está lejos de ser el único problema. Muchos países extensos han presenciado grandes incrementos en el volumen de sus producciones y su nivel de consumo. Sólo tomemos los así llamados países bric –Brasil, Rusia, India y China– que albergan algo así como el 60% de la población mundial. El incremento en sus niveles de producción y consumo ha conducido a un increíble aumento en la demanda de energía, materias primas, alimentos y agua. Repentinamente los precios en estos lugares han experimentado una escalada incontrolable debido a que la demanda ha rebasado al abasto por un amplio margen.
Alguien tiene que ceder. Podríamos tener una gran inflación mundial, debido a que los precios de estos bienes continúan su escalada, incentivada por los especuladores. Podríamos entonces tener proteccionismo masivo, pues los gobiernos buscarían salvaguardar sus propias reservas limitando cualquier tipo de exportación. Sabemos por experiencias pasadas que esto puede crear un círculo vicioso errático. O podría haber escasez masiva aquí y allá, lo que desembocaría en altas tasas de mortalidad y serias catástrofes gubernamentales.
Gobiernos golpeados por ganancias reales reducidas, y bajo presión de no aumentar impuestos para compensar, podrían tener serios recortes en tres rubros clave: educación, salud y pensiones de retiro. Pero estos son los tres rubros que, como parte de la democratización del mundo en los dos últimos siglos, han sido demandas claves de los pueblos a sus gobiernos. Los gobiernos que no se encuentren capacitados para atacar seriamente el mantenimiento de estas tres formas de redistribución social enfrentarían una grave perdida de legitimidad, con consecuencias muy inciertas en términos de levantamientos civiles.
Ahora bien, esta fotografía completamente negativa del corto plazo es exactamente lo que uno quiere decir cuando dice que el sistema se ha desplazado más allá del equilibrio y ha entrado en un estado caótico. El caos, ciertamente, no dura para siempre. Las situaciones caóticas al final engendran su propia resolución en lo que Prigogine y Stengers llamaron “el orden a partir del caos” que es el título en inglés de su obra clásica.1 Como enfatizan los autores, en medio de una bifurcación hay creatividad, hay elección, pero no podemos estar seguros de cuáles serán las elecciones.
Hoy la pregunta para el mundo es justamente esa: ¿qué debemos elegir?, ¿cómo elegir?, y ¿cómo podemos lograr el resultado que queremos que nuestras elecciones traigan? El mundo de izquierda tuvo un crecimiento vertiginoso en el siglo diecinueve y en especial en el veinte. Movilizaba apoyos a gran escala y de manera muy efectiva. Llegó un momento en el periodo ubicado después de1945 cuando se le veía triunfar en todas partes y de cualquier forma. El tono de triunfalismo dominaba el espíritu de todos los adeptos.
Entonces vinieron las grandes desilusiones, y hubo muchas. Los estados en donde los movimientos antisistémicos llegaron al poder, de una forma u otra, fueron en la práctica distantes de lo que las fuerzas populares hubieran esperado y deseado instituir. Y la irreversibilidad de estos regímenes resultó ser otra ilusión. No es necesario revisar aquí las muchas causas de estas desilusiones y las muchas maneras en que el otrora apoyo masivo a estos movimientos fue disipado. Cualquiera puede repetirlos.
A principio de los noventa, el triunfalismo había desaparecido totalmente en el mundo de izquierda, para ser reemplazado por un extendido letargo, con frecuencia un sentimiento de derrota. Hubo unos pocos que seguían listos para expresar fórmulas, los langue du bois, las certezas de hace treinta años. Sin duda, el triunfalismo cambió de bando. Repentinamente, fuimos atacados por la derecha con el tema de “el fin de la historia” del eslogan de la señora Thatcher “No Hay Alternativa” (tina)2 para la única elección disponible, la globalización neoliberal.
Y sin embargo, como sabemos, el triunfalismo del mundo de la derecha también se desmoronó, con mayor espectacularidad en el absoluto fiasco de la aseveración neoconservadora de una dominación imperial permanente de Estados Unidos sobre el mundo. En cinco años a partir de 2003, la proclama de George W. Bush, en medio de magnificencia fingida, de “misión cumplida” se ha convertido en un chiste rancio. Desde el levantamiento Zapatista en 1994 hasta el exitoso cierre de la convención de Seattle de la Organización Mundial del Comercio en 1999, a la fundación del Fórum Social Mundial (World Social Forum, wsf) en Puerto Alegre en 2001, un mundo de izquierda reencendido está ahora en la escena mundial nuevamente.
La verdadera pregunta es qué tipo de acciones políticas pueden resultar significativas en el mediano plazo de los próximos treinta años que inclinen la lucha por la elección en la bifurcación sistémica en dirección de un mejor sistema mundial, es decir, ampliamente democrático e igualitario. Estoy asombrado por el grado al cual, en este mundo llamado globalizado, la demanda popular insistente es un mayor control popular en el entorno local.
Esta demanda de la devolución de la verdadera toma de decisiones se encuentra en el esfuerzo de movimientos indígenas por lograr estados “pluriculturales”.
Se encuentra en las demandas de trabajadores sin tierra, no simplemente para acceder a la tierra, sino para tener autosuficiencia en la producción de alimentos. Se encuentra en las demandas de grupos compuestos por personas que tienen prácticas sexuales alternas para sacar del adormecimiento a estos estados de cualquier manera posible. Se encuentra en las demandas de trabajadores de la industria amenazados con “huida” para mantenerlos en sus plantas y continuar funcionando incluso si el nivel de rentabilidad es bajo. Y se encuentra, sobre todo, en la insistencia de las mujeres por adquirir autonomía genuina en una miríada de aspectos de sus vidas.
Uno puede pensar que esto es una especie de resurrección del anarquismo clásico. Pero no lo es realmente, al menos porque casi todas estas presiones actúan poco para destruir el Estado que buscando hacer a los estados de alguna forma verdaderamente menos relevantes en sus vidas. Estos empujones no vienen de “lanzagranadas” sino de constructores.
Vivimos en un ambiente mundial caótico. El caos es un gran torbellino con grandes fluctuaciones. Por lo tanto, es muy difícil ver claramente. Es un poco como tratar de avanzar bajo una gran tormenta de nieve. Nunca he estado en una tormenta de nieve verdaderamente cegadora. No obstante, imagino que los sobrevivientes son aquellos que usan algo como una brújula para saber en qué dirección caminar y que examinan las pulgadas de nieve frente a ellos para asegurarse de no tropezar con algún agujero.
La brújula son nuestros objetivos en el mediano plazo –el tipo del nuevo sistema mundial que deseamos construir–. La nieve frente a nosotros son las políticas con el menor de los males. Si no tenemos cuidado con ambas estamos perdidos. Algunas personas sobreviven a tormentas de nieve y otras no. Debatamos acerca de la dirección de la brújula, ignorando los estados y el nacionalismo. Relacionémonos, no obstante, con los estados y el nacionalismo en el corto plazo, para evitar fracturas. Entonces tendremos la oportunidad de sobrevivir. Entonces tendremos la oportunidad de lograr ese otro mundo que es posible.
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