sábado, 27 de enero de 2024
No olvidamos...
Ursino Gallego, sed de justicia
Foto: Bernardo Pérez, El País. Entierro de Ursino Gallego
Parla era tenía entonces una población próxima a los 40.000 habitantes, y eran continuos los cortes de agua, por lo que ese domingo el pueblo volvió a ocupar las calles, al grito de ¡Queremos agua!
Por Angelo Nero
“Ursino Gallego-Nicasio, de catorce años, murió a las cinco de la tarde del domingo de una hemorragia interna producida por el impacto de una bola de goma disparada por la policía antidisturbios en Parla. La violenta manifestación era de protesta por la escasez enorme de agua que sufre el pueblo, de 40.000 habitantes, y por el hecho de que la carretera Madrid-Toledo cruce por el centro de la localidad. Seis personas, entre las que se encuentran un capitán y un número de la policía, resultaron heridas. Durante la tarde y la noche de ayer continuaron los duros enfrentamientos.” Así comenzaba el artículo titulado “Ursino Gallego, de catorce años, muerto en Parla por el impacto de una bola de goma”, publicado el 6 de marzo de 1979 por el diario El País.
La violenta manifestación parece estar en el origen de la muerte, que no asesinato, del joven Ursino, que tuvo la mala fortuna de tropezar con una pelota de goma. Pese al burdo juego de palabras del diario de la progresía madrileña de entonces, no podemos dejar de referirnos a este crimen como otro más que sumar al triste inventario de la Transición Sangrienta. Poco importaba si te manifestabas por la autonomía andaluza, como José García Caparros, en Málaga; en contra de las centrales nucleares, como Gladys del Estal, en Tudela; en un primero de mayo, como a Manuel Montenegro Simón, en Vigo; o reivindicando tu salario, como a Valentín González, en Valencia. El brazo represor del régimen, en el franquismo y en el post-franquismo, siempre aparecía para disolver cualquier demanda social, aunque fuera aparentemente tan inocente como la que en aquel marzo del 79 echó a las calles al pueblo de Parla, a pedir un abastecimiento de agua del que carecían.
Sólo unos días antes, el primero de marzo, se habían celebrado las segundas elecciones generales en España tras la muerte del dictador, ganadas por la Unión de Centro Democrático, una formación derechista formada por elementos reformistas del franquismo, dirigidas por el que fuera secretario general del Movimiento, Adolfo Suárez. Los Pactos de la Moncloa ya habían puesto las bases para la Transición, y una de las tareas primordiales del gobierno de Suárez, y de los que le siguieron, fue apagar los conatos de fuerte contestación social que se sucedieron a lo largo de todo el estado.
En un reportaje de la revista Triunfo, titulado “Vivir, morir en Parla”, publicado el 7 de marzo de 1979, y firmado por Gonzalo Goicoechea, se podía leer: “En las elecciones de marzo la izquierda ganó por amplia mayoría, cómo dicen los políticos, un 75 por ciento de los votantes la eligieron (45 por 100 al PSOE, 25 por 100 al PCE, y cerca del 5 por 100 a extraparlamentarios) ¿Beneficiarían los violentos conflictos a los partidos populares de cara a las elecciones municipales. Evidentemente no. El domingo 4 de marzo era el tercer domingo de manifestación en protesta por la falta de agua y los traidores cortes en el suministro, que estropeaban los motores de las lavadoras. Nadie firmaba la convocatoria. La gente fue porque era un problema que afectaba a toda la ciudad. Se vio distribuyendo carteles tanto a militantes de la CNT como a falangistas.”
Parla era tenía entonces una población próxima a los 40.000 habitantes, y eran continuos los cortes de agua, por lo que ese domingo el pueblo volvió a ocupar las calles, al grito de ¡Queremos agua!, como habían hecho una semana antes, y también la semana anterior. No tardaron en aparecer los antidisturbios, siempre con esa voluntad de “servir y proteger” tal como nos ilustran la telenovela de la tarde en RTVE, pero, dejemos que la sea otra vez el diario progresista del grupo PRISA el que nos relate los hechos: “A esa hora los manifestantes se enfrentaron con una compañía de policía antidisturbios, desplazada hasta el pueblo en previsión de una posible manifestación. Pronto los enfrentamientos cobraron caracteres de gran violencia. Comenzaron a formarse las primeras barricadas en las calles. Los policías antidisturbios actuaron contundentemente y dispararon botes de humo y pelotas de goma. En vista de que los vecinos recrudecían su postura de violencia ante la policía, fue ordenado el envío de dos compañías más.”
¿Recuerdan esa cantinela que, todavía hoy, se repite en todas las cadenas y periódicos de los medios de (des)información masivos? Ante la alteración del orden público, las fuerzas de seguridad del estado se vieron obligadas a emplear la fuerza, haciendo uso de abundante material antidisturbios… parece que nada a cambiado, tan solo el uniforme. Aquellas crónicas de la Transición no parecen muy diferentes a las que leímos en la pasada huelga del metal en Cádiz, aunque ahora el ministro del interior es un socialista, Fernando Grande-Marlaska -que siendo juez de instrucción, como ha señalado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, ignoró múltiples denuncias de torturas de militantes vascos-. Entonces el ministro del interior era Rodolfo Martín Villa, que había ocupado relevantes cargos en la dictadura como los de jefe nacional del Sindicato Español Universitario (SEU), y secretario general de la Organización Sindical Española (OSE), el llamado sindicato vertical, ocupando también el cargo de gobernador civil de Barcelona. En aquel marzo de 1979 el que estaba al frente del gobierno civil de Madrid, era otro conocido franquista, Juan José Rosón, que también había sido secretario general del SEU, y que también ocuparía el cargo de ministro de interior, durante cuyo mandato se produciría el asesinato de los jóvenes Luis Cobo, Juan Mañas y Luis Montero, en el Caso Almería.
Volvamos ahora a esa tarde del domingo del 4 de marzo de 1979, y al relato que nos ofrecía, sin firmar, el diario que dirigía, por aquel entonces, Juan Luís Cebrián, otro de los arquitectos, en la sombra, de la Transición: “A primeras horas de la tarde los enfrentamientos habían alcanzado su punto culminante. Mientras los manifestantes arrojaban piedras sin cesar, tumbaban automóviles, semáforos y postes del alumbrado, la actuación de la policía consiguió dispersar las concentraciones de manifestantes, aunque se producían saltos por numerosos sitios. El ataque contra la policía continuaba y se arrojaban macetas y objetos contundentes contra los vehículos policiales y contra los propios policías. A esa hora había resultado herida de extrema gravedad una niña. Poco después, sobre las cinco de la tarde, murió Ursino Gallego-Nicasio.”
Gonzalo Goicoechea, en Triunfo, narra lo narra así: “El tercer domingo de la manifestación, la Policía llega con numerosos efectivos. Carga, según opinión unánime de todos los partidos, con brutalidad. Como consecuencia de una hemorragia interna, producida por un pelotazo policial en el pecho, a las cinco de la tarde, muere el adolescente Ursino Gallego-Nicasio. Llevaba en el bolsillo el muchacho dos entradas para el cine. El señor Rosón -gobernador civil y antiguo director general de RTVE en vida y con el beneplácito del dictador, de quien era fiel servidor- asegura en sus notas de prensa que estaba tras una barricada. Hay testigos que afirman lo contrario. Lo cierto es que Ursino -quinto de seis hermanos- murió. Parla fue tomada por las fuerzas antidisturbios. La violencia y los pelotazos reinaron en sus sucias calles durante varios días.”
Mientras que en El País, siempre dando un paso más allá para apuntalar al régimen se podía leer: “La noticia de esta muerte comenzó a extenderse poco a poco y los enfrentamientos se reprodujeron. Algunos policías, según la nota del Gobierno Civil, fueron acorralados por gente que empuñaba armas blancas y amenazaban con matarlos. Dos policías tuvieron que usar sus armas de fuego disparando al aire para intimidar a los que intentaban agredirles. Hacia las once de la noche el pueblo recuperó la calma, aunque se oía la actuación de algunos grupos. Ayer siguieron los enfrentamientos. (…) un grupo de vecinos cortó la carretera de Toledo con un barricada formada con dos camionetas semáforos, postes, piedras y objetos diversos. Esta barricada movió a la policía antidisturbios a actuar nuevamente con fuerzas a caballo, parejas de motociclistas y personal a pie. La calle Valladolid fue escenario de violentos enfrentamientos. Habían sido colocados cables de parte a parte de la calle para evitar la actuación de la policía a caballo y motorizada. A las doce de la noche, hora en que fue redactada esta información, continuaban los enfrentamientos entre policías y vecinos que protagonizaban numerosos saltos por diversas calles, en un clima de guerrilla urbana.”
Dos días después de su asesinato fue enterrado el joven Ursino Gallego-Nicasio, en medio de una multitudinaria manifestación de duelo que volvió a sacar al pueblo de Parla a la calle. Al terminar el sepelio un grupo de jóvenes, algunos de la edad del joven asesinado, se dirigieron al cruce de la carretera de Toledo, donde la policía nacional le había segado la vida, e interceptaron el paso de dos camionetas, que atravesaron en la carretera para interrumpir el tráfico, a esto se le fueron sumando otras barricadas, y al grupo inicial se le fueron sumando más vecinos, hasta superar los trescientos. También se sumaron los antidisturbios, que llegaron en una veintena de vehículos, y que fueron recibidos con gritos de “Policía asesina”.
Arsenio Gallego-Nicasio, hermano del joven asesinado, recordaba años después que “tuvimos una reunión con Rosón en el Ministerio de la Gobernación y nos propusieron enchufarnos en algún cargo o trabajo. A una hermana mía también le llegaron a ofrecer algo aquí en el Ayuntamiento.”
Gonzalo Goicoecheca ya apuntaba entonces, en la revista Triunfo: “En las violentas manifestaciones que hubo la semana pasada, como consecuencia de la muerte de Ursino Gallego-Nicasio, casi todos eran jóvenes. Dicen los de los partidos que entre ellos el desencanto ha hecho estragos. Así, por ejemplo, de más de cien muchachos que militaban en las Juventudes Comunistas antes de su legalización, sólo quedan ahora unos treinta.”
Ese desencanto que nos trajo la Transición Sangrienta habría de imponerse entre la juventud, harta de que sus demandas fueran respondidas con botes de humo y pelotas de goma, y hoy, sus hijos, ya no salen a las calles ni aunque el agua potable alcance el precio de la gasolina.
Imputado por la Querella Argentina, Rodolfo Martín Villa dio una conferencia a principios de este año, arropado por los exsecretarios generales de Cándido Méndez, de UGT, y José María Fidalgo, y de CCOO, y los exministros del Interior José Luis Corcuera, del PSOE, y Jaime Mayor Oreja, del PP, así como el exdirector de El País Juan Luis Cebrián. “Tenía que responder a la afirmación de que aquellos Gobierno de la Transición aplicaron un plan para aterrorizar y eliminar a partidarios de la democracia,” señaló el político franquista. Esa Transición modélica que nos venden los sindicatos, partidos y medios de comunicación que han medrado al calor del nuevo régimen borbónico, sigue ocultando las muertes de jóvenes como Ursino Gallego.
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