lunes, 29 de enero de 2024
Bien leída la final, coincido en casi todo....
He aquí una resurrección. Y con ella, un aterrizaje definitivo en las alturas, donde Carlos Alcaraz encuentra un socio. Abran paso a Jannik Sinner, el chico que hace dos días rindió a Novak Djokovic y que acaba de completar una remontada monumental en Melbourne, testigo de un episodio excepcional: solo ocho veces se volteó un 0-2 en la final de un grande en la Era Abierta, a partir de 1968. Son casi las 12 de la noche y él, coronado ya tras reducir magistralmente a Daniil Medvevev, primer major en la vitrina, se dirige a la grada de la Rod Laver Arena. Le falta rodaje en el parlamento, claro. Breve y directo. “Hola a todos”, dice con el trofeo en las manos. “Ya no sé qué más decir…”, agrega con ingenuidad. El chico pelirrojo de pelo revuelto que amenazaba fuerte golpea (3-6, 3-6, 6-4, 6-4 y 6-3, en 3h 44m) y el gigantón ruso, elegante, lo felicita y se consuela. Qué remedio.
“Siempre duele, pero perder en la final es mejor que hacerlo antes. La próxima vez intentaré hacerlo mejor. Quizá mi familia hoy haya apagado la tele”, expone optimista, viendo el vaso medio lleno porque, de lo contrario, ahogaría las penas. Razones tiene: seis desenlaces, cinco derrotas. Tercera en el de Australia. Cierra el viaje con 24 horas y 17 minutos sobre la pista, 31 sets. Una barbaridad. Fundido, no ha conseguido poner el lazo y Sinner, renacido, lo abrasa. “Se está mejor aquí, con el sol, que en Europa”, se expresa el campeón, con 22 años, el más joven en el major de las antípodas desde Djokovic, 2008. Es también el quinto tenista de su nacionalidad que hace cumbre en un gran escenario tras Pietrangelli, Panatta, Schiavone y Pennetta. Y simplifica: “Intento mejorar cada día”. Aquí está Sinner, pues, el tirolés de San Cándido que este domingo sufre, rectifica y se levanta para darle la vuelta a la situación.
De entrada, Medvedev tiene esa mirada sicaria de Medvedev, la de aquel que ha urdido meticulosamente el plan y lo ejecuta a sangre fría, sin torcerse, metódico, a su manera. A lo Daniil, marca registrada. Tal vez pueda parecer que su propuesta responda simplemente a la anarquía, por eso de la heterodoxia y de esa extraña forma de golpear y de moverse, que no haya orden ni control, pero las formas ocultan el fondo. El ruso es un ajedrecista disfrazado de tenista. Para esa mente compleja y estratégicamente tan retorcida —en el buen sentido de la palabra—, la pista son cuadraditos blancos y negros, tierra constante de oportunidades. Cada pelota es una ocasión para hacer daño. Todo lo tiene en la cabeza y, consciente de los nervios del advenedizo, lo aborda por tierra, mar y aire, revés va y derecha viene. Todo el arsenal. Así abre brecha y así marca territorio: Ey, chaval, yo sí sé de qué va esto.
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Medvedev se lamenta durante el partido.
Medvedev se lamenta durante el partido.
© ISSEI KATO (Reuters)
Sartenazos por doquier, bola profunda e intención en todos y cada uno de los pelotazos. Rasea, que así multiplica el efecto; por muy joven que sea, 22 años de efervescencia, el rival terminará con lumbago. Astuto él siempre. “Quizá me ayude la experiencia”, decía dos días antes. Y tanto. Durante un buen rato prima. Le da además por delinear, abriendo ángulos y explorando los límites una y otra vez, y se gusta sobremanera con el servicio. Resuelve cada turno en un suspiro, mientras que Sinner renquea rápido y flaquea, se empieza a descolgar, como si se hubiera quedado en la semifinal del viernes contra Djokovic. Una final de un grande es otra historia y el italiano replica con timidez, agarrotado, hasta cierto punto acomplejado. “Estoy muerto”, dirá en el tercer set. No se suelta ni a tiros. Rápidamente cede y en la central hay murmullo porque se teme que la final pueda decidirse demasiado rápido. Señor desequilibrio.
Los fantasmas de 2022
Poco más de media hora dura el primer parcial, 36 minutos, y el segundo ofrece una pizca más de debate en los peloteos, pero en el instante en el que el ruso confirma el break, 4-1 arriba ya, la sensación es poco menos de que la final tiene un solo camino y una sola salida, porque ahí está el Medvedev resolutivo y majestuoso, el implacable, el feroz, ese que no admite discusión y que soluciona a tanta velocidad que parece tener prisa por ducharse e irse a casa. Daniil, el práctico. Así es él. Lo dilata algo más, 49 minutos. Pero no perdona. Ni por esas se engancha Sinner al duelo, no todavía. Habrá giro después. Sí, esto es tenis. Su máquina no llega a entrar en calor, como si se hubiera quedado en la ensoñación, colgado del histórico triunfo contra Nole. La cita le está viniendo grande, y el adversario todavía más. Pero no debería cantar victoria Medvedev. Ya se verá por qué.
Desde la trinchera, su paraíso, sigue percutiendo sin tregua y a un costado se atusa la barba descuidada su preparador, buen tipo, singular, el francés Gilles Cervara. No te fíes, Daniil, le viene a decir con el gesto. No te fíes, insiste otra vez con la mueca. Recuerda lo que pasó aquí. Ya sabes: 2022, dos sets arriba, ese 96%-4% que reflejaba la dichosa Inteligencia Artificial a su favor y… la pesadilla que nunca olvidará. Aún escuece esa herida, pero el relato es totalmente distinto esta vez, piensa quizá. Enfrente ya no está un tal Rafael Nadal, sino un joven que se proyecta, escala y promete, pero que ante la nueva circunstancia pierde el punch y esa inalterabilidad tan suya, porque el nerviosismo anula su derecha y toda esa fiabilidad a la que acostumbrase se convierte en tensión e inseguridad, bola larga o a la red, desteñido con el saque. Dos veces lo había perdido en el torneo, cuatro se lo birla Medvedev en hora y media.
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Sinner, durante el partido.
Sinner, durante el partido.
© JAMES ROSS (EFE)
Va derivando todo en un acto más bien plano, rectilíneo y sin emociones, como quiere el ruso. Puro cloroformo. Noche aséptica en Melbourne hasta que él, confiado quizá, mal por no atender los guiños encriptados de Cervara, reduce una marcha y enseña la rendija. Esta vez no es lo de 2022, ese descentre y aquel enganchón con el público que acabó haciéndole trizas, no; en esta ocasión le penalizan las fuerzas. Se vacía, así de simple. Sin saber demasiado bien cómo, Sinner se encuentra de repente ahí, merced a dos bolas muy mal tocadas por el rival, y como esto del tenis es un estado de ánimo (en realidad, como casi todo en la vida) se reanima, se crece y demuestra que ya está preparado para volar de verdad. Se puede, piensa, ¿por qué no? Increíblemente, hay final. Dos uno abajo, el tirolés exhibe la virtud de no desistir, de creer y de esperar. Ya no se trata de un monólogo, sino de un tú a tú en toda regla.
Conforme avanza el reloj, a Medvedev empiezan a pesarle demasiado las horas invertidas en el trazado, seis más; algo así como dos partidos extra. Llega tarde, flaquean esas dos piernas como alambres y se decolora el de Moscú, rodeado otra vez de fantasmas y rendido poco a poco en los peloteos por la bola pesada y metalúrgica de Sinner, transformado de nuevo en ese pegador impasible y letal que empuja, empuja y empuja sin parar. En ese modo, difícilmente hay quien le pare. Arrolla y desborda hasta que al de enfrente no le queda escapatoria, de tortazo en tortazo. Tiene ese desempeño algo del mismísimo Borg, el cíborg de las tierras altas. Y aquí está ahora él, Jannik, el chico bueno, educado y aplicado que además juega como los ángeles y habla bien. ¿Qué más se puede pedir? Magnífico nuevo exponente para este deporte tan bonito y tan cruel. Que se lo pregunten a Medvedev. Ni un mal gesto esta vez, pero idéntico epílogo: Australia y él, una pesadilla. Gloria ya para Sinner.
FINALES EN LAS QUE SE LEVANTÓ UN 0-2
- 1975: Björn Borg a Manolo Orantes en Roland Garros.
- 1984: Ivan Lendl a John McEnroe en Roland Garros.
- 1999: Andre Agassi a Andrei Medvedev en Roland Garros.
- 2004: Gastón Gaudio a Guillermo Coria en Roland Garros.
- 2020: Dominic Thiem a Alexander Zverev en el US Open.
- 2021: Novak Djokovic a Stefanos Tsitsipas en Roland Garros.
- 2022: Rafael Nadal a Daniil Medvedev en Australia.
- 2024: Jannik Sinner a Daniil Medvedev en Australia.
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