lunes, 8 de enero de 2024
Recordando a Franco desesperadamente....
La ola reaccionaria que viene de Transnistria
En España la extrema derecha y el franquismo sociológico no desaparecieron con la Transición, aunque perdieron presencia pública.
Por
Xuan Cándano
8 enero 2024
Transnistria
Si comentas con preocupación el auge de la extrema derecha y el intercolutor te contesta citando a la extrema izquierda, como justificación del fenómeno, no hay prueba más infalible de que te encuentras ante un extremista de derechas, un iliberal o una persona muy desinformada sobre lo que pasa en el mundo, sin que ello le impida tener opiniones tan contundentes como disparatadas.
Si le citas la Nochevieja en Ferraz con la patética piñata de Pedro Sánchez molida a golpes por violentos y grotestos personajes te recordará a otra en no sé que pueblo perdido de unos rojos contra algún político de derechas. Si le hablas de Ortega Smith arrojando un botellín de agua a un concejal de Más Madrid retrocerá en el tiempo hasta la escena del Rey Juan Carlos con los diputados de HB cantando el Eusko Gudariak en el parlamento vasco. Si aludes a los gritos de odio pidiendo la muerte del presidente del gobierno en concentraciones ultras te remitirá a los de “los Borbones a los tiburones” de las manifestaciones republicanas.
Como mucho reconocerá el clima tóxico y asfixiante que se respira en la política española, pero te dirá que empezó por culpa de José Luis Rodríguez Zapatero, que tuvo la osadía de aprobar una ley de memoria histórica, la primera, tibia y limitada por la oposición de la derecha, para que los nietos de los desaparecidos del franquismo puedan enterrar con dignidad a sus muertos. Que ahí siguen la mayoría en las cunetas, para bochorno de la democracia española.
José Luis Rodríguez Zapatero en Xixón. Foto: David Aguilar Sánchez
Rebatir semejantes comparaciones es tan inútil como encauzar por la senda de la racionalidad a un conspiranoico, que tanto comparte con un ultra, hasta confundirse a menudo, como bien se observa en los espectáculos de Ferraz. Malos tiempos para el sosiego, la reflexión, la mesura y sobre todo para la inteligencia.
El auge de la extrema derecha, tan inquietante e incomprensible para los últimos supervivientes de las grandes tragedias de los años 30 del siglo XX, es un fenómeno mundial, ligado al retroceso en el Estado del bienestar y al triunfo del neoliberalismo en el moderno capitalismo. Desapareció el movimiento obrero, la clase obrera se empobreció y se atomizó, aumentó la desigualdad y apareció el miedo, reacción tan peligrosa como inevitable cuando el ser humano se siente desprotegido. Y el miedo siempre es la antesala del fascismo, entre otros desastres.
Por eso vuelve el fascismo, en una nueva versión, 2.0. la llaman algunos, y no por oposición o competición con una fantasmagórica extrema izquierda o con el socialismo real enemigo de las libertades y la democracia, que solo sobrevive en Cuba, Corea del Norte, Laos y Vietnam. Ni siquiera en China, gigante mundial que practica el capitalismo de Estado, que combina con la clásica y espantosa represión del comunismo ortodoxo. Tampoco en Rusia, que abraza la economía de mercado con un dictador reaccionario, belicista e imperialista al frente, responsable de la invasión de Ucrania.
El sueño de la revolución social se evaporó con el Estado del Bienestar y los horrores del estalinismo, y la izquierda socialdemócrata abrazó al neoliberalismo a partir de los años 90 hasta confundirse con la derecha. Al socialismo democrático se le puede reprochar o culpar de ceder ante la derecha y los abusos del capitalismo, pero nunca de radicalidad, si se repasa con rigor histórico el pasado reciente. Y los grupos que surgieron con cierto éxito a su izquierda en algunos lugares, como Syriza en Grecia, Podemos o Sumar en España, o la Francia Insumisa en el país vecino, son totalmente respetuosos con el sistema democrático y ejercen incluso el papel que abandonó la vieja izquierda socialdemócrata. Ya nadie pretende asaltar ningún palacio de invierno, aunque Pablo Iglesias hablara de hacerlo con los cielos en Vistalegre 1. El asalto final de Podemos fue al gobierno y el de Iglesias a la vicepresidencia. Y si su experiencia finalizó en un fracaso fue por su progresivo aislamiento social y sus purgas internas, no por sus políticas, su gestión y sus leyes, absolutamente democráticas.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias presentan el acuerdo presupuestario de 2019. Eran los tiempos del Gobierno “a la portuguesa”. Foto: Fernando Calvo/Moncloa.
En España la extrema derecha y el franquismo sociológico no desaparecieron con la Transición, aunque perdieron presencia pública e institucional, ocultos en buena parte en AP y luego el PP. Su fuerza nunca fue irrelevante en un país donde un dictador sanguinario gobernó con mano de hierro cuatro décadas y murió en la cama. Fue el único en el que el fascismo no fue derrotado en Europa tras la II Guerra Mundial o en rebeliones populares, como en Grecia o Portugal, por eso la derecha española y el antifascismo nada tienen que ver, en contraste con otros países europeos.
Santiago Abascal en Covadonga Foto: Vox
El moderno neofascismo se activó con fuerza en España coincidiendo con el Procés porque el nacionalismo español excluyente, añorante del Imperio, es su pilar básico. El desafío del independentismo catalán impulsó a Vox, hasta convertirlo en el tercer partido en el Congreso. Con la irrupción de Vox no aparece ninguna polarización, porque no hay dos polos enfrentados en los extremos de la derecha y la izquierda, sino una ola reaccionaria que se atrinchera en la Constitución porque marca las líneas rojas que los reformistas franquistas, los grandes ganadores de la Transición, consensuaron con la izquierda: la unidad de España y la Monarquía.
La ola reaccionaria ha convertido en un búnker inexpugnable a la Constitución, aunque ya lo era desde su aprobación en 1978 por sus mecanismos de imposible aplicación para las reformas, imprescindibles en cualquier democracia moderna y dinámica. Defender ciertos avances sociales, el federalismo o someter la forma de Estado a la voluntad popular, que no son más que mejoras en la calidad democrática, ya era una utopía, luego pasó a ser una herejía y ahora se pretende que sea un delito. El PP, contagiado por Vox en esta especie de vuelta a la caverna, incluso propone ilegalizar a los partidos nacionalistas periféricos. En su imaginario parece que está una España con el PNV, Bildu, ERC, Junts o BNG en la clandestinidad, lo que es tanto como decir la supresión de los gobiernos autonómicos del País Vasco, Cataluña y Galicia, además de los grupos republicanos o de cualquiera que se oponga a la Constitución española. Como si se tratara de enterrar el franquismo sociológico y resucitar el político.
A esta deriva no se le ve freno. El PP de Alberto Feijóo, el expresidente de la Xunta que parecía traer los aires del oasis de la periferia al Madrid del ruido y la furia de Isabel Díaz Ayuso, se ha contaminado totalmente de Vox, en calculada estrategia electoral, ligando a ella su destino. En su salto hacia adelante su supervivencia depende de que tenga éxito su acoso político a Pedro Sánchez, convertido en una enfermiza obsesión para la derecha española, o de que el presidente se estrelle por si mismo, si le falla el instinto político o la suerte que le han acompañado hasta La Moncloa.
En la estrategia de Feijóo, empujado por la ola reaccionaria, también se esperan novedades políticas en el mundo, con cambios de gobierno en favor de la extrema derecha en el país más poderoso de La Tierra, EEUU, donde podría volver a la presidencia Donald Trump, o en el vecino Francia, donde Marie Le Pen es seria candidata a alojarse en El Elíseo. Un panorama desolador que revuelve los fantasmas del pasado.
La extrema izquierda ni está ni se le espera, más allá de Cuba, Corea del Sur, Laos y Vietnam. O Transnistria, república apoyada por Rusia y secesionista de Moldavia, donde el tiempo no ha pasado y se sigue rindiendo culto a Lenin. Una excentricidad política, como la de ver extremistas de izquierdas azuzando al fascismo 2.0.
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