Para el futuro globíto de nuestros hijos.
Se buscan inversores para salvar el planeta
El capital privado es imprescindible para luchar contra el cambio climático. La disposición a invertir existe, pero necesita seguridad y un compromiso político claro.
Los inversores deberían cruzar los dedos más que nadie. En caso de fracaso en Copenhague, los perdedores serán los negocios". La ministra de energía y medio ambiente de Dinamarca, la conservadora Annie Hedegaard -el viernes nombrada comisaria europea-, abría así un ciclo de conferencias organizadas en la capital danesa por BNP sobre las implicaciones de la cumbre de la próxima semana. La evolución hacia una economía menos intensiva en carbono es un hecho cada vez más asumido en los círculos económicos y financieros. Una transición necesaria para evitar los efectos del calentamiento global. Además del impacto en la cadena alimentaria, en la demografía o en el nivel del mar, el informe Stern, encargado en 2005 por el Gobierno británico, cifraba el impacto entre un 5% y un 20% de pérdida de riqueza para el mundo.
Pese a las dudas iniciales sobre Copenhague, esta semana las declaraciones de responsables de China y EE UU, los dos mayores contaminantes del mundo, anunciando compromisos de reducción de emisiones han reavivado el interés de la cumbre. Son compromisos que quedan lejos de las recomendaciones científicas, pero son una señal de voluntad política. El cambio de sesgo viene de más atrás; durante los últimos meses se han sucedido las declaraciones. No sólo la UE, que en 2020 emitirá un 20% menos de CO2 que en 1990. Países tradicionalmente reticentes como Japón, Australia o Canadá aceptan debatir cifras concretas, y se han pronunciado en esta línea mercados emergentes como Brasil o Indonesia.
"Estos logros han sido ensombrecidos por las críticas a la falta de ambición de los objetivos o la lentitud de las negociaciones", apunta Citi, "pero la historia hasta ahora es positiva para los inversores centrados en el medio ambiente". De la mano de la agenda política viene el interés inversor, igualmente fundamental para el éxito. Según cálculos de las Naciones Unidas que cita Fortis, para que las emisiones de CO2 empiecen a reducirse se necesitaría un volumen de inversiones de medio billón de dólares en 2020. En 2008 estas inversiones fueron de 155.000 millones, y pese a la crisis, crecieron un 5%. En otras palabras, una economía sostenible no es gratis. Los responsables políticos son conscientes de la necesidad de inversiones, y los inversores también han modificado su perfil. No es invertir en paneles solares o en molinos; el cambio climático afecta a un gran número de categorías de activos y es una cuestión de largo plazo. Almacenamiento de energía, aislamiento, tratamiento de residuos, agua... Y las empresas quieren visibilidad.
Esta semana, Combat Climate Change, un grupo de 60 multinacionales incluyendo a BP, Unilever o General Electric, pidió un acuerdo: "Las inversiones no se llevarán a cabo sin un tratado vinculante y una legislación ... el 80% del dinero necesario para poner en práctica el acuerdo procederá del sector privado, y sólo lo hará con un marco legal estable". En esta misma línea, Teresa Ribera, secretaria de Estado de Cambio Climático, apunta que "las empresas con perspectiva global llevan tiempo diciendo que quieren claridad y estabilidad. En esas condiciones, el sector privado ya se encargará de movilizar los recursos financieros o de I+D ... Si una empresa ve que en el futuro se exigirán coches limpios, será rentable investigar".
Copenhague es, por aplicar terminología futbolística, un partido muy importante, pero no la final. Los escollos son numerosos, no sólo por el control de las emisiones, sino también por los mecanismos de financiación de las inversiones y la lucha contra los efectos del cambio climático que ya sufren, sobre todo, países en vías de desarrollo. Asimismo, se espera que en la cumbre se incluya a nuevas industrias en la regulación de las emisiones, concretamente el transporte marítimo y aéreo. Y, aunque se llegue a un acuerdo, quedará un largo trabajo técnico para plasmar en compromisos concretos los principios pactados.
Citi resume las implicaciones: "A corto plazo, la reacción a las noticias dirigirá el sentimiento en los mercados de carbono y en las acciones de energías renovables. A medio plazo la revisión de los objetivos de emisiones confirmará o elevará el tamaño del mercado de renovables y los compromisos de la industria pesada. A largo plazo Copenhague es sólo un paso en el camino de la descarbonización de la economía global, hacia la que las carteras deberán adaptarse".
La tarea no es sencilla. "Póngase en los zapatos de un negociador chino o indio. Se espera que estas economías crezcan alrededor del 7% durante los próximos 20 años, con necesidades energéticas que requerirán duplicar la producción eléctrica y triplicar el parque automovilístico. Y, al tiempo, acordar un límite de emisiones. Sólo en China, la necesidad anual de nueva generación eléctrica, 70 gigavatios, es superior a toda la capacidad eólica instalada en el mundo en 2008", explica Simon Webber, de Schroders.
De 1990 a 2007, según la Agencia Internacional de la Energía, las emisiones globales de CO2 han crecido el 38%, y China es responsable por sí sola del 47% de este aumento. En los países europeos de la OCDE las emisiones han bajado el 3,98% (creciendo un desproporcionado 67% en España). Pero cada chino aún emite sólo 4,57 toneladas de CO2 al año, un 42% menos que un europeo y la cuarta parte que un estadounidense. Ahora bien, en términos de CO2 emitido por unidad de PIB, China es cinco veces más ineficiente que EE UU o Europa. La AIE, que no suele destacar por ser un nido de ecologistas, apuntaba en su informe anual que continuar la política energética actual provocaría un calentamiento global de consecuencias catastróficas, toda vez que prevé un aumento de demanda energética del 40% de aquí a 2030. En su escenario para evitar dicha catástrofe, apunta a la energía eólica (1.130 gigavatios), el gas natural (864) y la energía solar (500) como principales fuentes de generación de la nueva demanda.
Pero los cambios que se avistan son más profundos, como también lo son las implicaciones económicas. El mercado de los derechos de emisión de carbono, por ejemplo, supone la creación de una nueva materia prima. Consiste en asignar a las industrias límites de emisión, de modo que quien quiera emitir más CO2 tendrá que comprar el permiso, mientras quien sea más eficiente lo vende. De esta forma las emisiones se incluyen en las cuentas de resultados, tratando de revertir lo que se ha dado en llamar el mayor fallo de mercado de la historia, en la medida en que las fuerzas económicas no han podido parar la degradación de la atmósfera. Actualmente este mercado mueve 100.000 millones, pese a que prácticamente sólo funciona en Europa. Pero hay más sistemas para combatir la polución; las subvenciones en tarifas, los impuestos e incluso Francia propuso un arancel de carbono si no se llega a un acuerdo global.
La crisis económica, la más grave en décadas y la primera global, ha trastocado también las expectativas. El flujo de crédito, que antes financiaba sin problemas granjas solares o iniciativas empresariales, se ha secado, lo que ha provocado un descenso de las inversiones en tecnología limpia. Pero, según Fortis, los paquetes de estímulo económico destinados a las energías limpias suman 229.000 millones de dólares. China, Corea, Estados Unidos, Australia, Japón o Europa han dedicado partidas a eficiencia energética o la búsqueda de fuentes de energía alternativas.
En el mundo de la inversión también hay iniciativas en este sentido. 186 firmas de inversión colectiva -con activos bajo gestión de 13 billones de dólares- han pedido una reducción de emisiones del 50% al 85% para 2050. Sólo una entidad española, Bankinter, está entre los firmantes. El presidente de esta iniciativa -denominada Principles for Responsible Investments-, Donald McDonald, presidente del fondo de pensiones de BT, no enmarca esta actitud en cuestiones éticas, sino en el deber fiduciario de proteger a largo plazo los intereses de los inversores ante las "catastróficas consecuencias económicas y sociales del cambio climático".
Esta transición económica supone un reto de proporciones planetarias. Pero también un cambio de modelo respecto a las prácticas actuales, lo que tendrá sus ganadores y sus perdedores. En estas fechas se cumple el 150 aniversario de la publicación de El Origen de las Especies, de Charles Darwin. Una de las citas más famosas del padre de la teoría de la evolución es aplicable a cómo debe enfrentarse la economía y las empresas a la nueva realidad energética: "En el mundo animal no sobreviven las especies más fuertes, ni tampoco las más inteligentes, sino las que mejor saben adaptarse a los cambios".
"Nadie quiere ser responsable del fracaso"
"Creemos que va a salir". Teresa Ribera, secretaria de Estado de Cambio Climático, es optimista respecto a Copenhague: "La perspectiva es que se alcance un acuerdo que abarque los cuatro pilares de la transición hacia un modelo económico no intensivo en carbono. Aplicar para los países industrializados reducciones de emisiones y acordar objetivos de reducción respecto a la tendencia para los emergentes. En segundo lugar, abordar la adaptación a los efectos del cambio climático en las zonas más vulnerables. En tercer lugar, revertir la deforestación y, finalmente, aumentar los recursos financieros y tecnológicos para esta transición".
Los anuncios de objetivos de reducción de China y EE UU han reavivado el interés de Copenhague y hecho más verosímil el acuerdo: "Cuando se dio el mandato en Bali de fijar diciembre de 2009 como tope, parecía inabarcable. Pero la opinión pública, el compromiso de los Gobiernos y el liderazgo de la UE nos han llevado hasta aquí. Ahora la presión es que nadie quiere ser el responsable de un fracaso", comenta. "Una vez diseñada la estructura, se podrá ir mejorando. Lo difícil es romper la inercia".
La cifra
5%-20% es el cálculo delinforme Stern sobre la pérdida de riqueza entérminos de PIB derivada del calentamiento global.
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