ENTREVISTA
Francisco Blanco
Asturias 24
PROFESOR DE HACIENDA PÚBLICA Y CONCEJAL DEL PSOE EN GIJÓN
"La socialdemocracia se ha puesto a la defensiva por ignorancia de su propio legado"
Francisco Blanco elige para la charla un café tranquilo y cercano al Ayuntamiento de Gijón. Prefiere un ambiente sin ruidos para concentrase mejor en la exposición de la ideas que ha reunido en La economía socialdemócrata. Crisis y globalización, un manual útil y breve, recién publicado por Tecnos, que repasa los fundamentos económicos y los logros prácticos de la que considera la gran idea del siglo XX. Si eso suena a que la ve como una aportación desfasada, habrá que corregir de inmediato esa impresión. Para Blanco, profesor de Hacienda Pública en la Universidad de Oviedo y concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Gijón, la socialdemocracia sigue viva y debe buscar en su legado formas orgullosas de oponer regulaciones a la globalización sin normas que la ha desplazado en los últimos 30 años y no se ahorra críticas desde dentro a la política.
Viene usted con un estudio sobre la socialdemocracia cuando muchos anuncian su muerte. ¿Necesita un chequeo médico o una autopsia?
Solo un chequeo, nada de autopsias. Los fundamentos teóricos de la socialdemocracia son muy sólidos. No vamos a considerar puntos débiles su defensa de las libertades personales o del medio ambiente. En lo económico, donde podría parecer más vulnerable, yo pienso todo lo contrario. Sus principios son muchos más fuertes que lo de su alternativa teórica, el liberalismo. Eso explica el libro: la teoría económica avala el modelo socialdemócrata antes que el liberal.
Pero los ataques más recientes a la socialdemocracia no proceden solo de la derecha. Con la crisis, también le llegan por la izquierda. Hay quien la consideraría cómplice del sistema. A la socialdemocracia y al PSOE como su expresión política.
Pero eso se hace o desde Izquierda Unida, que es una izquierda que nunca ha dado soluciones y se conforma con vivir en la contemplación de la utopía, por así decirlo, o desde los antisistema, más a la izquierda que Izquierda Unida y con menos soluciones en su oferta. El discurso de gente como [el promotor de Podemos] Pablo Iglesias se acaba el día en el que triunfe su revolución. Y luego, ¿qué? Es verdad que ellos son mejores para captar el descontento, porque no tienen problemas en disparar contra todo, pero no tienen un planteamiento constructivo. No es real, no sirve para el gobierno.
Hace años que el profesor Gabriel Tortella publicó otro ensayo que sostenía que, entre todos los desastres del siglo XX, la socialdemocracia era de las pocas cosas que merecía la pena rescatar. Por ahí va también su libro.
Totalmente. Es la gran aportación política del siglo XX: la fusión de las democracias liberales con la preocupación por lo social. Después de la II Guerra Mundial, triunfó en la teoría y en la práctica. Es capaz de combinar el respeto a la libertad individual, la gestión eficiente de la economía y el progreso social. Es la corriente que logra repartir el crecimiento económico entre amplias capas sociales. Antes, solo beneficiaba a unos pocos. Eso sigue vigente.
La globalización es el caballo de Troya del neoliberalismo en un mundo sin normas"
¿Seguro? En según qué medios, y no solo minoritarios, socialdemócrata es una palabra peyorativa, cargada de significados negativo. ¿Cómo se puede sacudir esa etiqueta?
El libro tiene intención, claro. No nace de la reflexión por la reflexión, sino después de constatar esto que usted plantea. La socialdemocracia se ve atacada, puesta en cuestión en el terreno económico. Y yo creo que eso no es así. Históricamente, es un modelo mucho mejor que el liberalismo puro y duro, el dominio del mercado sin más. Lo que hago es buscar las razones por las que puede parecer que no funciona. Sobre eso hay que actuar. Y creo que esas razones tienen que ver con el modelo de globalización en el que estamos. El liberalismo nos ha metido en un modelo que se carga directamente la posibilidad de que la socialdemocracia pueda salir adelante en ningún país, porque la socialdemocracia no se puede aplicar individualmente en un solo país entre un mundo que funciona con parámetros neoliberales y librecambistas. La socialdemocracia no funciona aislada. Su esencia es la acción del Estado y si al Estado le cercenamos su autoridad sobre la economía, como ahora sucede, no puede funcionar. Lo vemos en el caso de España: ese control se ha transferido a una institución supranacional, la Unión Europea, que ha adoptado unas reglas del juego que casi no merecen ni ese nombre. Son más bien no reglas del juego.
Y eso lleva a otra idea del libro. La globalización económica sin globalización política es como un partido de fútbol global que no se puede jugar con reglas locales.
Ese es el problema. La globalización es el caballo de Troya del neoliberalismo que impide llevar a cabo un proceso socialdemócrata. En un mundo sin normas es muy difícil. La socialdemocracia es lo público: es regular los mercados, establecer impuestos. Si no tenemos capacidad para regular ni para gravar, porque los capitales son libres y las transferencias móviles, porque existen paraísos fiscales y no existen aranceles ni restricciones al comercio y las operaciones financieras, entonces es imposible. Cuando lo intentas, estás condenado al fracaso. Pero ¿qué fracasa? ¿El modelo socialdemócrata? No. Fracasa el país concreto que intenta aplicar ese modelo en un mundo sin una autoridad global. La economía se ha internacionalizado, pero la autoridad política no ha crecido a la par.
La socialdemocracia fracasa si intentamos aplicara en un un solo país, tiene que ser global"
Si dispone de la ventaja de la teoría, ¿por qué la socialdemocracia se ha dejado robar el discurso y está a la defensiva?
Si tengo que decir lo que pienso de verdad, creo que por ignorancia. Por falta de consciencia de lo que significa y de cómo defenderlo. Por eso tengo que volver a la necesidad que yo sentía de escribir algo así. Su primer planteamiento hacia la globalización fue positivo, y eso puedo compartirlo. La socialdemocracia es un movimiento internacionalista, siempre a favor de la libertad, y eso hacía ver con buenos ojos la globalización. Creo que no fuimos conscientes de los peligros que entrañaba, sobre todo si se hacía como finalmente se hizo, carente de cualquier control o autoridad. Como país, España no se dio –no nos dimos— cuenta cuando entró en la Unión Europea, que básicamente es un mercado. La construcción del mercado común ha ido muy por delante de la política común. Las mercancías y el mercado financiero funcionan bastante bien, pero las instituciones no tanto. Entrar en ella nos trajo otra serie de ventajas, pero puso ataduras a las políticas socialdemócratas. Y eso le ha pasado a más países. No fuimos conscientes en su momento y creo que todavía no lo somos. Fue un gran éxito de la derecha: logró identificar los movimientos que ponían en cuestión la globalización actual con los radicales. Parecía que criticar la globalización era ir en contra de los tiempos y ponerse al lado de los violentos. Pero no es verdad. Se puede hacer un planteamiento que afirme la globalización podría ser de otra manera y no necesariamente de esta. Podemos abrir los mercados con China, pero con regulación: importemos sus camisas, pero no olvidemos las condiciones laborales de los trabajadores chinos, porque entonces no puedo defender las mías.
¿Cuáles son las reglas comunes?
Yo no puedo decir que aquí el salario mínimo para quienes hacen camisas debe ser, por decir una cifra, de 1.000 euros y luego importarlas de lugares donde se pagan sueldos de 100 euros. Esa es la trampa del liberalismo. La socialdemocracia no fue consciente y entró por ese camino. Por ahí claro que no tiene futuro.
¿Qué políticas se necesitan?
Los retos son cada vez más complejos. Los primeros desafíos eran más sencillos: la lucha de clases, la democracia en España, los sindicatos, la negociación colectiva, un sistema mínimo de seguridad social. Funcionó. Era fácil explicar a la gente que necesitábamos democracia, que debía haber sindicatos y que el salario mínimo era una buena idea. Pero ahora es más difícil explicar que debemos estar con la globalización –en efecto, va con los tiempos y tiene enormes ventajas— pero al mismo tiempo ponerle condiciones, ser proeuropeos pero no a cualquier precio, que no podemos ceder soberanía a unas instituciones que no responden y no siempre son representativas ni responden a nuestras necesidades. Lo que no podemos es abrir la puerta a un mundo distinto, sin regulación, para que entre a competir con el mundo regulado y con derechos que ya habíamos creado. Eso no puede existir ni va a funcionar.
El Banco Central Europeo solo se preocupa de la inflación, e incluso eso lo hace mal"
¿Siguen valiendo las recetas clásicas o hay que buscar un nuevo punto de equilibrio entre la economía, las libertades y la justicia social, adaptado a 2014? ¿Más impuestos?
Siempre hay que actualizar las recetas. El mundo cambia y lo que funcionaba puede dejar de hacerlo en un contexto distinto. Pero no se trata de impuestos sí o impuestos no.
Me refiero a si lo que funcionó para reconstruir Europa después de la II Guerra Mundial aún tiene valor o si hay que repensarlo todo.
El terreno de juego ha cambiado. Seguirán haciendo falta sindicatos y reivindicaciones internas. La lucha de clases progresiva y moderada ha construido hasta ahora el proceso socialdemócrata con mejoras graduales. Ese modelo sigue siendo válido, pero limitado. La política sindical maximalista –para entendernos: o subida de salarios o huelga—ya no mejora las condiciones de los trabajadores, y los propios sindicatos son conscientes de ello. Eso no funciona en un solo país. Si los trabajadores de ArcelorMittal necesitan subidas de sueldo, tendrán que ponerse en huelga los de todo el mundo. Si lo hacen solamente los de Asturias, incluso los de España, lo único que pasará será un traslado de producción a Polonia, o Rusia, India o Brasil. ¿Se puede defender lo que teníamos? Sí, pero no como antes. Seguramente hay que hacerlo ya en la Unión Europea, que siempre tiene políticas liberales. La política comercial exterior o la monetaria son peores que las de Estados Unidos. Al Banco Central Europeo no le preocupan el desempleo ni el crecimiento económico. Solo le preocupa la inflación, e incluso eso lo hace mal. Su objetivo es el 2% y ahora está en el 0,5%. Está siendo excesivamente conservador. Podría inyectar dinero y animar un poco las economías y tener la inflación bien. Pero lo que hace es regresivo, quita gasolina a la economía de forma innecesaria. Es más conservador que la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, que han utilizado políticas más agresivas, más preocupadas por el empleo. La principal batalla, para España y para la socialdemocracia, es la Unión Europea. Hay que cambiar esas políticas. Se concibió Europa como un gran mercado y apenas ha evolucionado desde ahí.
Eso exige cambios políticos. Con los tratados actuales, no hay forma de obligar al Banco Central Europeo a hacer nada.
Cumple las normas que se le den. Tiene unos estatutos que se pueden cambiar desde las instituciones. Habrá que hacerlo y dejar claras las prioridades, que tan mala es poca inflación como mucha, que se necesita una política monetaria anticíclica para combatir el desempleo. Y, si no se cumplen los estatutos, se echa a los responsables. En realidad, habría que hacerlo ya. No se están cumpliendo los actuales y eso está trayendo consecuencias gravísimas a España. Estamos en deflación, el euro está fortísimo y se está comiendo toda la devaluación salarial. En términos de mejorar la competitividad del país, todo el sacrificio de los españoles que han visto bajar sus salarios se la lleva esa política monetaria. Eso es intolerable para España. Lo que pasa es que no veo que se refleje en la política. Aquí todos los partidos dicen que están muy preocupado por el empleo, pero nadie pone estas cosas encima de la mesa. Por eso digo que la socialdemocracia, a veces, fracasa por ignorancia o por falta de decisión.
Pero después de perder 30 años contra el discurso monetarista, ¿cómo volver empezar? La socialdemocracia y la democracia cristiana, las grandes corrientes centrales de la política europea, están en crisis a la vez. ¿Tienen impulso?
Eso pasa en un contexto de crisis. Los partidos convencionales –primero el PSOE y el PP— no han sido capaces de dar respuesta a una crisis que ya va para seis años. La gente busca otras cosas, pero yo creo que eso también pasará con la crisis. No se puede caer en la urgencia de decir: ‘Me dan igual mis principios, lo que he defendido siempre y me voy a apuntar a lo último porque me veo amenazado por una moda’. Se trata de todo lo contrario, de revisar tus creencias y encontrar tus esencias. En esa elección que me deba antes entre el chequeo y la autopsia, se trata de escoger el chequeo sin apuntarse a otras cosas. Lógicamente, no podemos esperar que la gente lo vea de un día para otro. Tendrá que pasar esta fase. El PSOE volverá a ocupar su papel. Pero tiene que hacer bien su trabajo, ser consciente de lo que está pasando y volver a enfocar bien sus objetivos para explicarlos.
No es justo ni cierto decir que la socialdemocracia es buena para repartir riqueza y mala para crearla"
¿Ya no habrá eslóganes como el ‘bajar impuestos es de izquierdas’ que tantas críticas le valió a José Luis Rodríguez Zapatero y tanto daño hizo a largo plazo?
Sí, claro que sí. Ni bajar impuestos es de izquierdas ni tampoco lo es subirlos. Lo necesario son una necesidades de gasto compensadas con la riqueza de la sociedad y los objetivos de redistribución. Luego, se necesita un sistema fiscal eficiente y que proporciones esos recursos. Si el sistema da por encima de las necesidades, habrá que bajarlo; si pasa lo contrario, subirlo. Ahora mismo estamos en un momento en que es insuficiente y lleva así mucho tiempo. Cuando entramos en Europa y luego cuando empezó el boom del ladrillo, tendría que haber sido más restrictivo y haber enfriado la economía. En el momento en que Zapatero dijo eso, seguramente tocaba subirlos. No porque se necesitara más dinero, sino para enfriar el sistema inmobiliarios. Pedro Solbes quería quitar las deducciones a la compra de vivienda, y eso es subir impuestos. Lo que defiendo en el libro es que la socialdemocracia no un término medio. Al menos no cualquier término medio, sino uno que sea fruto de un razonamiento. Lo que no vale es ponerse en el para recoger frívolamente cosinas de cualquier parte. No se trata de hacer porque sí un discurso que parezca más amable con los mercados cuando las cosas van bien y más de izquierdas cuando van mal. Un político debe ser capaz de hacer eslóganes, porque tiene que llegar a la gente y transmitir sus ideas, pero tiene el reto de cargarlos de fundamento. Se trata de vender bien un producto bien elaborado.
Hay aspectos más fáciles. La gente aún quiere una sanidad y una educación públicas. ¿Se puede empezar la reconstrucción por ahí?
Sociológicamente, creo que la mayoría de la población española es de centro-izquierda. Lo dicen todas las encuestas. Por eso esa batalla no se ha perdido. Pero hay otro reto. La socialdemocracia debe evitar ser identificada como la opción que es buena para repartir la riqueza pero es mala para crearla. Esa idea está calando y es un desastre, porque ni es justo ni es cierto.
Puede que no sea justo, pero las dos derrotas electorales que han desalojado al PSOE del Gobierno han coincidido con momentos de crisis económica en 1996 y en 2011. ¿No hay base para asociar las ideas?
En 1996, la cosa no estaba tan mal… Pero claro que eso ayuda a asociar las ideas. Pero el PP lleva dos años en el poder y las cosas empeoran en vez de mejorar. Evidentemente, acabarán por mejorar porque la economía es cíclica. Las consecuencias de la crisis, en todo caso, me parece que están siendo más largas de lo que deberían por esas políticas. Se están estirando demasiado, los sacrificios están siendo decisivos y, al final, si la recuperación encuentra al PP en el Gobierno se va a poner el mérito. Sin embargo, no ha tomado las medidas adecuadas.
Estamos ya en puertas de las elecciones europeas. ¿Puede ver un escenario en el que se hable de estas cosas en la campaña?
No, no va a haber un debate serio sobre estas cosas. Seguramente se pondrá encima de la mesa la necesidad de que Europa funcione de otra manera, que el Banco Central tenga otras políticas o no nos impongan la austeridad… Pero nadie va a hacer un análisis serio de verdad sobre qué y cómo lo vamos a hacer. Me temo qué no, para qué le voy a decir otra cosa. Quizá se haga más pedagogía que en ocasiones anteriores, pero todavía de forma escasa, menos de lo que debería.
España puede volver al pleno empleo, pero necesita adaptaciones para que no aparezca el paro"
En campaña o fuera de ella, ¿puede la socialdemocracia volver a ilusionar a la gente con un compromiso con el pleno empleo o debemos despedirnos de esa idea para siempre?
No, no creo que debamos despedirnos. Es cierto que vivimos un momento muy malo en España, pero es coyuntural. Venimos de un mal modelo de crecimiento y tuvimos un shock financiero muy fuerte, pero eso no lo invalida todo. Se puede volver, pero hay que hacer adaptaciones: en la divisa, en el tipo de interés, en las relaciones laborales, en el discurso político. Hay que adaptar los gastos a las posibilidades, pero también al revés: ver qué impuestos se necesitan para cubrir los gastos. Si uno no se adapta, vienen los desajustes y ahí aparece el paro.
Hablar de reforma laboral pone a cualquiera a la defensiva.
La reforma laboral fue un intento de hacer una devaluación interna, la misma devaluación que no podíamos hacer en la divisa. Como no podíamos bajar el tipo de cambio del euro, bajamos el coste de los factores que influyen en el precio de los productos que vendemos. Pero el problema es que el salario es solo una parte del coste de esos factores. El capital es otra, y ahí no ha hecho nada por bajarlo. Al contrario, ha subido. Ese es el gran fracaso del Gobierno. La devaluación interior, que puede ser razonable en un determinado momento, se ha hecho recaer solo sobre el trabajo. Nada abarata el coste del capital. La intervención sobre el sistema financiero para conseguir que los bancos vuelvan a funcionar y presten dinero ha sido lenta e ineficaz. Y tampoco se ha actuado en otros ámbitos. Un ejemplo: ¿por qué a un trabajador se le puede bajar el sueldo un 10% o un 15% y no puede hacer lo mismo con un rentista, un señor que pone un local en alquiler? ¿Por qué no se le baja la renta por decreto ese 10% o ese 15%? Los dos son costes de producción. Pero se ha hecho injusto, largo y doloroso, con todas las consecuencias sobre el empleo.
¿Qué otras reformas quedan pendientes?
La fiscal, que puede ayudarnos a completar por el lado del capital y de las rentas empresariales el ajuste que se está exigiendo a las rentas del trabajo. Además, es necesaria porque el Estado necesita ingresos. La presión fiscal en España está bastante por debajo de la de la Unión Europea. El problema del déficit no procede del gasto, aunque el PP se empeñe en decir que es excesivo, sino de los pocos ingresos. Por muchas razones. Apenas se lucha contra el fraude fiscal, hay mucha economía sumergida y los impuestos no están adecuados a las circunstancias. Ni el impuesto de sociedades, ni la tributación del capital, ni siquiera el impuesto sobre la renta, del que habría que quitar determinadas exenciones. ¿Quién hace aportaciones a los planes privados de pensiones? Quienes más ganan que son los que pueden permitirse ahorrar, aparte de los bancos que cobran comisiones elevadas por unos fondos que van bastante mal. Se pueden congelar las pensiones públicas pero no se tocan las aportaciones a los planes privados. Los mejores candidatos a subir ahora son los impuestos sobre los carburantes. Normalmente, hay miedo a tocarlos porque esa subida se traslada rápidamente a los precios, pero con la inflación tan baja me parece muy probable que lo hagan.
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