El temor a una crisis puede terminar provocándola. Eso es justo lo que está ocurriendo actualmente en la economía mundial. El ciclo económico está ya muy avanzado y el propio miedo de los agentes económicos a una próxima recesión está afectando ya a la inversión y el consumo. Es el típico proceso de profecía autocumplida: el miedo a una crisis es lo que provoca finalmente la crisis.
Los inversores están protegiéndose en las últimas semanas en activos refugio, lo que denota una gran aversión al riesgo. Así es imposible que florezcan la inversión y la contratación. Si el dinero se va a comprar bonos públicos y lingotes de oro, entonces no se destina a ampliar la producción. En Estados Unidos se encendió el miércoles otro indicador de la recesión: el diferencial entre la deuda de corto y de largo plazo.
La rentabilidad exigida por el mercado a la deuda del Tesoro a dos añossuperó a la de 10 años. Esta es una situación anómala, ya que lo habitual es que los tipos de interés sean superiores cuanto mayor sea el plazo de vencimiento. Cuando las curvas se dan la vuelta, como ha ocurrido ahora en EEUU, es un indicativo de que los inversores esperan tensiones económicas en el corto plazo.
En el fondo, lo que están valorando los inversores es que hay un mayor riesgo de impago en un bono que vence próximamente que en uno que lo hará en una década. Como el riesgo es mayor, exigen un retorno superior, lo que hace que su precio caiga en el mercado.
El miedo de los inversores a una crisis es motivo suficiente para causarla. El nexo de unión entre los mercados y la economía real es el flujo de crédito, y si empieza a escasear, entonces los problemas pueden multiplicarse. Este fenómeno está bien estudiado en España gracias a los investigadores Samuel Bentolila, Marcel Jansen, Gabriel Jiménez y Sonia Ruano en un análisis por el cual recibieron el Premio Jaime Fernández de Araoz. Entre sus hallazgos, descubrieron que uno de cada cuatro empleos que se perdieron en España durante la crisis fue como consecuencia del cierre del crédito de las cajasposteriormente rescatadas.
En otras palabras: cuando el flujo de crédito se seca, las empresas no pueden financiar su actividad, lo que expande rápidamente los problemas económicos. El contagio de los mercados a la economía real es casi inmediato, de ahí la preocupación derivada de la incertidumbre de los inversores.
El instituto de investigación alemán ZEW publicó el martes los datos de su encuesta a gestores de fondos que realiza mensualmente. Los resultados fueron mucho peores de lo que esperaban los analistas: un hundimiento de las expectativas de 44,1 puntos, el peor dato desde 2011 y uno de los peores de toda la serie histórica. Poca broma.
Pero la crisis de los mercados también está afectando a las bolsas. El Ibex cerró el miércoles rompiendo los mínimos del año con una caída del 1,98%. Las dudas sobre la evolución de la economía también pueden afectar a la inversión empresarial, lo que afecta rápidamente al empleo. Un ejemplo: la eurozona registró en el segundo trimestre un avance de la ocupación del 0,2%, el dato más bajo en cuatro años.
El mejor indicador de la caída de la inversión empresarial es el frenazo en las ventas de bienes de equipo de la industria española, que abastece de maquinaria a fábricas de todos los países europeos. Las ventas de este sector llevan todo el año 2019 en negativo respecto al año anterior. En la primera mitad del año, acumula un descenso del 0,2%.
Los próximos meses se anticipan complicados en los mercados. Por una parte, los verdaderos resultados del recrudecimiento de la guerra comercial de este mes de agosto no se conocerán hasta septiembre y es posible que sean negativos. Por otra, el Reino Unido encarará las últimas semanas antes del Brexit. Un horizonte complicado que pondrá a prueba la resistencia de la economía ante la incertidumbre.
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