El embrollo español de la investidura es relativamente sencillo de describir aunque, en los términos en los que se plantea, casi imposible de resolver. Solo hay un presidente posible, eso es cierto. Este podría componer varias mayorías de gobierno por su izquierda y por su derecha, pero solo acepta gobernar en solitario. Lo que no se ganó en las urnas y lo que los demás partidos no están dispuestos a entregarle.
El aspirante ha dejado claro que no confía en nadie salvo en su persona. No quiere compartir el Gobierno con Podemos —admitiendo un alto grado de coincidencia programática— porque descree de su lealtad. Su desconfianza de la derecha es ontológica: no se fía de ella por el mero hecho de ser derecha. Tampoco se fía de los independentistas, aunque acepta gentilmente sus apoyos.
Lo notable es que aquel que de nadie se fía exige a los otros que realicen un acto de fe ciega, otorgándole un contrato presidencial de cuatro años sin cláusula de rescisión. La causa más poderosa del bloqueo no está en el artículo 99 de la Constitución, que regula la investidura, sino en el 133, que obliga a articular una mayoría absoluta en torno a un candidato alternativo para destituir al presidente del Gobierno. Eso pesa como una losa en el ánimo de unos y otros. En el de Sánchez, porque sabe que, una vez elegido, nadie lo podrá echar. Y en el del resto de los partidos, por el mismo motivo: son conscientes de que podrían hacer la vida difícil a Sánchez, paralizar el Parlamento —como, de hecho, lleva paralizado desde 2015—, pero no sacarlo de la Moncloa ni provocar unas elecciones que solo él tendría la potestad de convocar. Conociendo al personaje, pagar tal peaje resulta temerario.
En este Parlamento, ni Sánchez se fía de nadie ni hay nadie que se fíe de Sánchez. Todos sospechan de todos, y todos con razón. Los actuales líderes políticos han dado motivos de sobra a los demás —incluidos sus compañeros de partido— para esperar una puñalada a la vuelta de cualquier esquina. La justificada presunción de deslealtad ha pasado a ser la norma que rige la política española. Tratándose de Pablo Iglesias y Sánchez, esa presunción es un axioma. Por eso hacer depender la elección presidencial de la confianza o desconfianza entre partidos conduce irremisiblemente a un callejón sin salida. Hay que sacar la confianza de la ecuación para sustituirla por las garantías, que es lo que no termina de ofrecerse.
Si no hay confianza entre el PSOE y Podemos para compartir un Gobierno, mucho menos debería haberla para elegirlo y sostenerlo con el endeble vínculo de un texto programático. Sánchez alega la mutua desconfianza para vetar un Gobierno de coalición, pero ese recelo no le estorba para cortejar a Podemos como aliado y proclamar lo mucho que los une. Su discurso le delata: sabe que incumplir un pacto es mucho más costoso si el socio está dentro del Gobierno que si está fuera. El tema nuclear de esta absurda no-negociación es el precio de la traición presentida. La de los hipotéticos ministros de Podemos al Gobierno que no dudarían en reventar llegado el momento, y la de Sánchez a un acuerdo programático que quebrantaría en cuanto le conviniera.
Sánchez alega la mutua desconfianza para vetar un Gobierno de coalición, pero ese recelo no le estorba para cortejar a Podemos como aliado
El argumento de que un Gobierno de coalición exige un alto grado de confianza entre los socios es, al menos, equívoco. La cosa funciona más bien al revés: cuando dos partidos se ven obligados por las circunstancias a acompañarse en un proyecto de gobierno y no se fían el uno del otro, la única garantía real para ambos es el reparto efectivo del poder.
Está sucediendo ahora mismo. En Italia, la aversión entre el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático es mucho más intensa que entre Podemos y el PSOE. Ambos necesitan imperiosamente parar a Salvini, y solo pueden hacerlo aliándose. Pero si el M5E, que tiene más fuerza electoral y parlamentaria que el PSOE, hubiera demandado al PD que le permitiera gobernar en solitario sin otra caución que un pacto programático, el corte de mangas habría resonado en toda Europa. Con frecuencia, la coalición no es un acto de amistad, sino de protección mutua. Algo parecido podría decirse del Gobierno alemán que comparten conservadores y socialdemócratas.
Da igual que el PSOE presente hoy 300 o 300.000 medidas, dicen que para seducir a Podemos. Lo que Podemos necesita para apoyar a Sánchez no son cantos de sirena ni presiones mediáticas, sino poder o libertad de acción. Entre otras cosas, para defenderse de Sánchez. Ambos parten de la traición mutua asegurada. Paradójicamente, por ahí podría venir la solución.
En las próximas tres semanas, correrán en paralelo dos hechos que se repelen entre sí: una negociación contra el reloj para formar Gobierno y una precampaña electoral lanzada ya a todo gas. Lo que sirve para la precampaña es nocivo para la negociación de gobierno, y viceversa. Por ejemplo, lo de las 300 medidas de Sánchez forma parte más de la precampaña que de una negociación seria. Por cierto, ¿ha caducado el programa de gobierno que presentó en el Congreso en julio?
Lo de las 300 medidas de Sánchez forma parte más de la precampaña que de una negociación seria
Lo que Pedro dice a Pablo evoca aquella frase memorable de Clint Eastwooden 'El bueno, el feo y el malo': “El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas”. Pero sospecho que Iglesias, que no nació para cavar, también ha visto la película y recuerda otra frase: “Duermo tranquilo porque mi peor enemigo vela por mí”. Así está el patio cuando lo único normal que sucede en España es que el final de agosto coincide con el principio de septiembre.
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