El miedo impone un acuerdo para que EEUU reabra la Administración
Mercedes Gallego
Los republicanos aceptan el pacto bipartidista que impulsa el Senado y tratan de rentabilizar ahora como un éxito su temor a llevar al país al impago por primera vez en la historia.
La idea de que EE UU estaba anoche camino de solventar la crisis de Gobierno que ha puesto a la economía mundial al borde del colapso tranquilizó a los mercados y a los cerca de 800.000 funcionarios que están en casa, sin sueldo y sin trabajo, desde hace 17 días. Ante la incapacidad del líder de la Cámara Baja de sacar adelante un acuerdo de su propio partido, el conservador John Boehner no tuvo más remedio que aceptar el trato bipartidista que se negoció en el Senado, ante la alternativa de responsabilizarse de que EE UU incumpliese sus obligaciones crediticias por primera vez en la historia. «Dimos una buena pelea pero no ganamos», se resignó Boehner.
«No hay ganadores», le corrigió el portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney. «El pueblo estadounidense pagará un precio por ello. La economía ha sufrido y era totalmente innecesario». Ambos bandos han padecido una pérdida de popularidad durante esta crisis, aunque las encuestas demuestran que la imagen del partido conservador es la más dañada. Fue la facción de extrema derecha que encarna el movimiento del Tea Party, con el senador Ted Cruz al frente, la que convenció a sus colegas de que podían lanzar un órdago a la Casa Blanca.
Pero Barack Obama no pestañeó. Ni siquiera cuando no dudaron en llevarse por delante la economía mundial al no permitir que se elevase el techo de la deuda, que expira esta medianoche. Los republicanos tuvieron que cumplir su amenaza de provocar el cierre parcial del Gobierno federal por falta de presupuestos si no se anulaba o retrasaba la entrada en vigor de la reforma sanitaria, pero no fueron capaces de cargar con las consecuencias de una crisis financiera peor que la que desató en 2008 la caída de Lehman Brothers.
Con todo, la catástrofe podría haberse producido de no haber trabado los líderes del Senado un acuerdo bipartidista con el que salvar la cara. En él se financia el Gobierno bajo mínimos hasta el 14 de enero y se eleva el techo de la deuda hasta el 7 de febrero. Las concesiones a los republicanos son pírricas: incorporar un proceso de verificación de ingresos para asegurar que quien reciba ayuda federal para pólizas de seguro médico no incurre en fraude, y establecer un comité bipartidista que negocie presupuestos de largo plazo, con una sustancial reducción del déficit, y bajo un estricto calendario que expira a mitad de diciembre.
Fueron los demócratas los que propusieron ambas cosas. La primera, como explicó la Casa Blanca, «es un modesto ajuste» a la ley de reforma sanitaria. «Siempre estuvimos dispuestos a mejorarla», dijo Jay Carney, «lo que es muy diferente a pagar un rescate». La segunda también responde a las expectativas de los demócratas, que desde marzo buscan negociaciones con las que revertir los recortes automáticos del gasto público pactados en 2011 para subir el techo de la deuda. La segunda ronda de ajustes entra en vigor el 15 de enero, de ahí que el partido de Obama no haya querido prorrogar los presupuestos actuales más allá de esa fecha. La intención original del llamado 'secuestro' del presupuesto era forzar a los congresistas a negociar recortes más razonables para evitar otros tan draconianos -1,2 billones de dólares (8.800 millones de euros)- que anularían la recuperación económica y la creación de empleo. Sin embargo, en estos dos años la radicalización del partido conservador ha impedido diálogo alguno.
Plan «razonable»
No hay garantía de que esta vez las negociaciones vayan a producir el plan «razonable» para reducir el déficit y aportar «la estabilidad» económica que busca Harry Reid. Aun así, el líder de los demócratas en el Senado se mostró ayer optimista. «Sabemos que va a ser difícil pero estoy convencido de que podemos lograrlo», aseguró. Reid prometió elegir a miembros «de mentalidad abierta» para ese comité negociador que pacte presupuestos a largo plazo con los que evitar «las crisis cícliclas», y tendió una rama de olivo a su colega republicano Mitch McConnell. «No es momento para apuntar a nadie con el dedo, es hora de reconciliación», dijo anoche. «Vamos a hacer todo lo posible para cambiar la atmósfera en el Senado y trabajar por el país».
La misión de McConnell ayer era otra: calmar a sus correligionarios, que aún tenían que votar por un trato que, a ojos de muchos de ellos, no es más que una rendición. El líder republicano reiteró su propósito de anular la ley de reforma sanitaria que su partido llama con desprecio 'Obamacare', «pero por hoy nuestra esperanza es reabrir el Gobierno, evitar el incumplimiento de nuestra deuda y proteger los históricos recortes que logramos con la Ley de Control de Presupuestos», explicó. «Es mucho menos de lo que esperábamos, pero mucho más de lo que teníamos», defendió. «Es la mayor reducción de presupuestos del último cuarto de siglo y la primera desde 1981 que no incluye una subida de impuestos».
La materialización del acuerdo debía votarse en el Senado «después de la cena» y en la Cámara Baja al filo de la medianoche (seis horas más en España). Hasta entonces todo el mundo aguantaba la respiración.
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