Willie Stark, el atrabiliario protagonista de 'Todos los hombres del rey', una célebre película de 1949 que retrata la inmundicia de un gobernador corrupto en la América profunda, sostenía que si un político era capaz de decir algo muy alto y muchas veces, la gente acabaría por creerle. Stark convertía todo lo que tocaba en una trifulca, y eso explica que el personaje haya pasado a la historia del cine como el paradigma del político marrullero.
Parece obvio que esa es la estrategia de Pablo Iglesias: intentar desquiciar al adversario político para convertir el hemiciclo en un ring. O en un vodevil, como se prefiera. Lo intentó en los pasados debates de investidura con algún éxito (la cal viva y otras lindezas dirigidas a la dirección del Partido Socialista para que reventara), y ayer pretendió hacer lo mismo. Pero con menos éxito.
Los partidos con vocación mayoritaria, PP, PSOE y Ciudadanos —esos que él llama de forma despectiva la Triple Alianza— están ya vacunados. Y eso explica que Iglesias forme hoy parte del espectáculo parlamentario. Una especie de personaje del club de la comedia. Como esos chistosos que se invitan a una fiesta para que se luzcan y hagan gracia. Una forma verdaderamente lamentable de malgastar tanta ilusión depositada honestamente por cinco millones de ciudadanos en un grupo parlamentario del que se esperaba una nueva forma de hacer política. Ninguno de los partidos de izquierda que han nacido en Europa en los últimos años —en Portugal, en Alemania, en Grecia…— cumple hoy ese papel de bufón.
La estrategia de Iglesias, sin embargo, puede parecer intelectualmente ridícula. Pero, sin duda, es probable que sea electoralmente eficaz. El PSOE corre el riesgo de quedar atrapado en una especie de pinza entre los partidos del centro derecha —PP y Ciudadanos— y Podemos, lo que llevaría al nuevo secretario general a querer competir con Iglesias en el terreno del lerrouxismo.
Este es, en realidad, el gran riesgo que tiene por delante la política española. La posibilidad de que la actual legislatura (que tanto ha costado arrancar) se convierta en una especie de ensayo general de otras elecciones, lo cual llevaría al país a un estado de incredulidad general. Máxime cuando los vientos de cola de la economía (tipos de interés extraordinariamente bajos, petróleo barato y déficit desbocado autorizado por Bruselas) no van a durar siempre, lo que obligará, en algún momento, a atender cuestiones que hoy están orilladas, como la productividad o el papel de España en la nueva economía digital. En definitiva, el debate que se espera en un Parlamento, y no el arrabalero con tintes casposos.
Rajoy, a la defensiva
Rajoy puede tener la tentación de hacer justo lo contrario que Iglesias. Aparecer ante la opinión pública como el único líder sólido y templado, lo que le llevaría a no asumir riesgos y regodearse en ese carácter marcadamente conservador que forma parte de su ADN político. O dicho de otra manera, su estrategia puede ser actuar a la defensiva sin ofrecer alternativas reales más allá de abanderar lo aprobado en la pasada legislatura con el mantra de su utilidad.
El PP, incluso, puede tener el incentivo de tensar el Congreso —como ayer hizo de forma innecesaria el portavoz Hernando— para que una parte de la opinión pública visualice que Podemos es la auténtica oposición de izquierdas, lo cual sería, igualmente, un desastre.
Las consecuencias serían terribles. Entre otras cosas porque no se entiende la política si no es desde la audacia de los cambios, algo que forma parte de los sistemas políticos de las naciones más avanzadas.
Este bloqueo llevaría necesariamente a una especie de 'impasse' político impropio de un país con problemas de vertebración territorial, y que hoy todavía está lejos de superar los desastres económicos y sociales causados por la recesión. La ausencia de propuestas innovadoras sobre qué hacer con el carajal autonómico que se avecina, en este sentido, no es la mejor manera de comenzar una legislatura. De nuevo, el Rajoy más conservador que avanza, como alguien dijo, sin moverse.
España, sin embargo, no está abocada a ese escenario. Dependerá de la madurez de la clase política. Y el PSOE haría mal en intentar competir con Podemos, entre otras cosas, como reconoció ayer el propio Iglesias, porque el partido morado es una consecuencia de la crisis, y en la medida en que la recuperación económica se consolide (y se restauren algunas de las heridas sociales abiertas en los últimos años) las causas que explican la irrupción de Podemos se irán diluyendo.
Y es probable que también su propio discurso incendiario, que tiene poco que ver con la izquierda que intenta resolver los problemas de los ciudadanos. Y que en otros países se compromete con la gobernabilidad del país sin aspavientos. Lenin, después de asaltar el palacio de invierno, lo comparó con una fiebre infantil que tiene mucho en común con un comportamiento ciertamente pequeñoburgués, como apuntaba el líder de la revolución de octubre.
No está todo perdido. La primera legislatura de la democracia (en medio de enormes tensiones sociales, económicas y políticas, incluso con amenaza de golpe de Estado), fue, paradójicamente, la más fértil. Desmontó en apenas dos años buena parte del franquismo y alumbró una nueva Constitución. Es decir, se hizo de la necesidad virtud. Probablemente, por ese carácter intrínseco de la política española que consiste en resolver los problemas al borde del abismo.
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