En el designio de Pedro Sánchez no se contemplaba que mañana los socialistas se reunieran para debatir sobre la investidura y/o las elecciones. Lo programado era que dedicaran la jornada a reelegirlo como secretario general.
El calendario se diseñó con audaz precisión. Constaba de cuatro pasos:
1. Comité federal del 1 de octubre, destinado a convocar un congreso exprés y una primaria 'trucha' (en lunfardo: falsa, fraudulenta) para blindar la jefatura orgánica de Sánchez.
2. Unos días más tarde, anuncio de un acuerdo con Podemos y los independentistas para formar gobierno: 178 votos sumando al PSOE, a Unidos Podemos, al PNV, a los exconvergentes y a ERC. El trato estaba prácticamente cerrado.
3. Plebiscito de Sánchez el 23 de octubre (es decir, mañana). Proclamación sin rivales.
4. El lunes, visita al Rey: “Señor, los números dan”.
Si todo iba sobre ruedas, Pedro Sánchez llegaría a fin de mes como presidente de un espectral “Gobierno Frankenstein”. Si algo se torcía, habría elecciones
Si todo iba sobre ruedas, Sánchez llegaría a fin de mes como presidente de un espectral “Gobierno Frankenstein”. Si algo se torcía por el camino, habría elecciones; pero, cautivos y desarmados los cabecillas de la baronía, él tendría atada y bien atada la secretaría general para cuatro años más.
El comité federal del 1 de octubre fue innecesariamente brutal, pero ese día se paró el verdadero golpe, el que estaba programado para mañana, día 23. Hubo que hacerlo de forma sangrienta porque quienes podían no supieron ni quisieron actuar antes. Lo dejaron llegar demasiado lejos y, al final, tuvieron que extirpar el tumor en plena calle, a corazón abierto, sin anestesia y usando cuchillos carniceros en lugar de bisturí. La incuria tiene su precio, y la culpa de ese desastre los acompañará para siempre.
La decisión que previsiblemente tomará mañana el comité federal será dolorosa, pero sin efectos tan profundos y duraderos como se auguran. En realidad, no deja de ser una decisión táctica. Porque no existe en el Partido Socialista una lucha ideológica merecedora de tal nombre.
Conflictos ideológicos fueron lo del marxismo en los setenta, o la ruptura con UGT en los ochenta; incluso el divorcio entre felipistas y guerristas en los noventa tenía derivaciones ideológicas. Pero lo de ahora no tiene nada que ver con aquello. Elsanchismo carece de una propuesta ideológica reconocible, no hay en él sustancia ni un cuerpo de doctrina que lo sustente.
Tampoco hay un conflicto estratégico, si por tal se entiende la confrontación entre dos proyectos divergentes de medio y largo plazo para el país y para el partido.
Precisemos: es obvio que el PSOE sufre un grave problema ideológico y estratégico, pero este no viene de la contraposición de dos propuestas diferenciables (ojalá fuera así, al menos la cosa tendría un poco de grandeza), sino del desierto en ambos terrenos. La última vez que ese partido planteó algo parecido a un proyecto para España fue en 2013, de la mano de Rubalcaba. Lo que vino detrás fue, con palabras machadianas, “el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza”.
El principal factor de discordia en el socialismo español durante los últimos dos años ha sido la figura de su secretario general
Entonces, ¿por qué se han peleado de esta manera feroz y autodestructiva? Simplemente, por Pedro Sánchez. Lo vistan como lo vistan, el principal factor de discordia en el socialismo español durante los últimos dos años ha sido la figura de su secretario general.
Hay personas que dedican la vida a crear problemas mientras otras se dedican a resolverlos. De la misma forma, hay liderazgos políticos que unen a los suyos (Obama para los demócratas, Renzi para el centroizquierda italiano, Reagan en su día para la derecha norteamericana) y liderazgos divisivos (Trump para los republicanos, Corbyn para los laboristas, Sarkozy para la derecha francesa). Podríamos llamarlos “liderazgos tóxicos”. El de Sánchez pertenece de lleno a esta categoría.
El sanchismo no es un sector del socialismo español: es desde el primer día un hecho puro y crudo de poder interno. Un tipo se encarama al poder con un golpe de audacia en un momento de confusión; y quienes se lo permiten se arrepienten inmediatamente después. Todo lo que viene a continuación es una historia bien simple: unos defendiendo con uñas y dientes la colina conquistada y los otros buscando el modo de desalojarlo de ella con el menor coste posible.
El suflé de la batalla entre socialistas descenderá rápidamente una vez desaparecido el factor de división porque no tiene contenido ideológico
El problema se ha envenenado hasta la explosión final por dos factores:
Por un lado, que era un secretario general elegido por las bases y dispuesto a instrumentalizar esa fuente de legitimidad como barricada para defenderse de sus enemigos. Y por otro, que esa querella doméstica se entrelazó con un calendario electoral que mostró su pobre desempeño como líder social, pero le permitió cabalgar durante meses sobre el bloqueo del Gobierno y la crisis institucional del país.
Por eso, porque no tiene contenido ideológico ni estratégico, el suflé de la batalla entre socialistas tenderá a descender rápidamente una vez desaparecido el factor de división.
En todo caso, el de mañana será el primer debate políticamente adulto en el seno del PSOE desde las elecciones del 20-D (casi diría que el primero desde que Rubalcaba abandonó la secretaría general). Lo de mañana será lo que Javier Fernández ha descrito certeramente como “un aterrizaje de emergencia en el principio de realidad”.
El PSOE saldrá de este período debilitado y desorientado, pero no roto (dejo aparte el problema crónico del PSC). El sanchismo se disolverá como un helado puesto al sol en pleno mes de agosto. Empezaremos a comprobarlo en el comité federal de mañana y en la votación de la investidura. En nombre de la cultura de partido y gracias al buen hacer de Javier Fernández, la crispación está descendiendo aceleradamente.
En nombre de la cultura de partido y gracias al buen hacer de Javier Fernández, la crispación está descendiendo aceleradamente
En ese sentido, este comité federal es el principio de la normalización política del PSOE tras un período que podríamos describir como convulsivo y alucinógeno. Espero que el síndrome de abstinencia no se les haga demasiado penoso.
Eso quizá amortigüe la efervescencia de las malas pasiones. Pero, tras consumar la inevitable abstención, nada les librará de hacer frente a sus verdaderos problemas de fondo: el vacío de respuestas ideológicas contemporáneas, la ausencia de soluciones reconocibles para la agenda de España, la necesidad de adaptarse a la realidad de una izquierda sociológica y políticamente dividida en dos mitades y el diseño de una estrategia de oposición que a la vez sea útil para el país y les devuelva la competitividad perdida. Lo que es una redundancia, porque solo volverán a ser competitivos cuando vuelvan a ser útiles al país.
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