LA IZQUIERDA: MÁS ALLÁ DE LA COYUNTURA
Juan Antonio Fernández Cordón, demógrafo y economista, es miembro de Economistas Frente a la Crisis EFC
La crisis en la que está sumido el PSOE no es una rareza de nuestro país. En todas partes, la socialdemocracia ha llegado a una situación de marasmo paralizante que se manifiesta en cada país con características propias. Pero la causa subyacente en todos es que los partidos políticos que la representaron desde la posguerra hasta mediados de los años ochenta, no han asumido todavía del todo que los cambios acaecidos desde la caída del muro de Berlín conducen a un escenario de actuación totalmente distinto.
El éxito de la socialdemocracia se basó en su capacidad de negociar con los poderes económicos una serie de mejoras sociales importantes y un inicio de democracia social. Las condiciones que facilitaron ese éxito tenían mucho que ver con la existencia de la Unión Soviética, que se veía como sistema alternativo y alentaba, en las clases trabajadoras, la creencia de que se podían cambiar las cosas, a la vez que atemorizaba a los que manejaban el capital en su excluyente provecho. La historia ha mostrado que todo era ilusorio, que el precio de algunos logros (hoy olvidados) fue excesivo. Cuando llegó el colapso de la URSS, que ahora se percibe como inevitable, el anticomunismo se extendió a todas las instancias del pensamiento y de la acción, para alivio de nuestras clases poseyentes, y privó de un horizonte de esperanza a los que buscaban mejorar la situación de los menos favorecidos. Este proceso de expansión ideológica se ha ido desarrollando progresivamente, conducido por los ideólogos y los políticos del neoliberalismo.
La crisis de 2008 lleva la situación al paroxismo y durante los años siguientes se implanta una dinámica de retroceso en los logros de la socialdemocracia, que va camino de consolidarse. Los partidos de izquierda en Europa, no han sido capaces de hilvanar un análisis de lo ocurrido que rivalice con el relato neoliberal, resumido por el famoso “vivir por encima de nuestras posibilidades”. En España, país que llegó muy tarde a la socialdemocracia, los gobiernos socialistas consiguieron grandes logros, cuando ya el movimiento había comenzado a invertirse, en parte porque España partía de las catacumbas. Pero la izquierda no parece ahora estar en condiciones de ofrecer una vía razonada e ilusionante a sus posibles votantes. Los que creen todavía en un gobierno como los que siguieron a la transición -aceptable para las élites económicas y a la vez capaz de acometer reformas sociales importantes- se entregan a una peligrosa ilusión que puede hacer mucho daño. El pacto socialdemócrata se basaba en buena parte en dejar que la economía funcionara según sus propias reglas, consideradas independientes de la política. Esta idea llegó a ser formulada de forma explícita por eminentes socialistas, aunque aprender que no era así supuso un gran coste y marcó el inicio, en nuestro país, de tiempos de sufrimiento para los menos favorecidos. Aunque el intento se saldara con avances reales en materia de derechos y libertades -que hay que apuntar al haber del PSOE y de Rodríguez Zapatero- quedó entonces claro que no era sostenible dejar que la economía siguiera reglas propias, supuestamente ni de izquierda ni de derecha, y gobernar solo para mejorar algunos derechos y atenuar algunas injusticias. Así, en mayo de 2010, la socialdemocracia, se topó, también en España, con la dura realidad que había crecido a su alrededor: la evolución del capitalismo financiero había reducido a muy poco el espacio reformista en el que hasta entonces se había movido.
En un remedo tragicómico de la antigua y exitosa fórmula, una parte de la izquierda socialdemócrata puede pretender ahora gestionar la nueva relación de fuerzas, manteniendo de hecho el dogma de la autonomía de la economía y aceptando como inevitables todos los recortes y todas las regresiones, con la bienintencionada idea de limitar, en lo que pueda, su impacto entre los más desfavorecidos. No hay que descartar que ese nuevo papel que la izquierda tradicional parece dispuesta a desempeñar, pueda llegar a ser aceptable, e incluso deseable, para unos poderes a los que no interesa provocar una deriva irreversible hacia el aventurismo político. En cualquier caso, el nuevo escenario obliga a grandes cambios desde la izquierda. Lo más probable, sin embargo, es que -sin renunciar al poder invocatorio de la palabra socialdemocracia, ahora en su versión low-cost- se mantenga la ilusión de la continuidad y pasemos, sin decirlo ni enterarnos, a algo como la “social-compasividad”.
La izquierda, aunque siempre ha sido proclive a la desunión, está hoy dividida por motivos muy poderosos y, en mi opinión, posiblemente duraderos. La aparición, casi simultánea, de movimientos de protesta de nuevo cuño en muchos países, no ha sido canalizada políticamente con eficacia en ninguna parte. Las formaciones que han pretendido llevar los 15-Ms al terreno político, no han tenido mucho éxito, ni siquiera en España, a pesar de las apariencias, en parte tal vez, porque la política y las actitudes personales de las generaciones que protagonizan la nueva vía están muy marcadas por los cambios de la contrarreforma neoliberal en el ámbito de la educación, de la cultura y de los usos de las nuevas tecnologías. Pero es imperativo que de la izquierda surja un nuevo discurso de lucha contra la desigualdad y por la democracia, adaptado a los cambios tecnológicos, medioambientales, sociales, demográficos y culturales que van transformando en profundidad nuestro mundo. El capitalismo actual, y la derecha que lo representa políticamente, no es que no aporte soluciones a los problemas más acuciantes, sino que es incapaz siquiera de plantearlos adecuadamente, porque son todos problemas a largo plazo, incompatibles con la búsqueda exclusiva del beneficio inmediato. El cambio climático, el deterioro medioambiental y el agotamiento económico de las fuentes de energía fósiles y nucleares, el aumento de la longevidad humana, la persistencia de las desigualdades y el escapismo consumista, exigen soluciones imaginativas e innovaciones sociales que apoyen y refuercen nuestra democracia, hoy cada vez más debilitada. Basta enumerar estos problemas y observar los comportamientos de los partidos de izquierda, la tradicional y la emergente, para advertir la distancia que nos separa de la indispensable renovación del pensamiento y de la oferta política que ayude a superar la situación actual y construir un futuro diferente.
La crisis financiera y económica ha precipitado la descomposición de los partidos socialdemócratas en Europa y hace inevitable una recomposición de la izquierda. Actualmente conviven en ella los herederos de los que intentaron separar los ámbitos de la economía y la política, como la tercera vía de Blair, y los que perciben que los tiempos han cambiado demasiado para que las recetas antiguas sigan funcionando. Ahora, las propuestas políticas deben centrarse en la economía y recordar que su estudio empezó llamándose economía política. La urgencia es hilvanar análisis y propuestas concretas en materia fiscal, laboral y social que configuren una oferta innovadora y realista, capaz de ilusionar a los que anhelan el progreso, la igualdad y la dignidad, que son mayoría. No parece una tarea fácil con la estructura y la situación de los partidos de izquierda, pero es la condición necesaria para que la crisis actual se vea mañana como un proceso en el que lo viejo agoniza mientras lo nuevo va naciendo.
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