El discurso de las dos Españas no tiene fin. Se acechan las elecciones y sale a la palestra. Hay una polémica por la cultura de uno u otro territorio o se habla de la memoria histórica y ésta nunca desaparece sino que revive. La economía española no podía ser menos.
La Europa de la crisis distingue un norte de un sur en paralelo a un centro de su periferia, con tantas connotaciones y consecuencias como las que existen entre el norte y el sur de España. Aunque los datos no hablen de dos sino de tres Españas.
PIB, desempleo y tasa de riego de pobreza. Estos tres indicadores económicos dibujan un panorama en el que el suroeste es el sur, el noreste el norte y en medio tenemos territorios de transición que miran más al camino hacia Europa que al estrecho o a la desembocadura del río Tajo y el Duero en el Atlántico.
Un panorama que apenas habría cambiado en un siglo.
Los gráficos que ilustran este artículo hablan por sí solos. En Cádiz al menos el 35% de la población activa no encuentra empleo. En Guipúzcoa es el 10%. En el 2015 cada madrileño ingresó una media de 31.800 euros anuales mientras que el PIB per cápita en Andalucía no alcanza los 18.000. Ese mismo año, entre el 28 y el 35% de las provincias al sur de Madrid estaba por debajo del límite de pobreza; por encima de la capital española oscilaba entre el 9 y el 19%.
Existen dos mundos paralelos. Y una extensa pero poco poblada zona de transición.
“No es mala la desigualdad”, repetirá preguntado por este diario José Antonio Sagardoy, catedrático en derecho laboral, fundador del bufete de abogados del mismo nombre que su apellido y uno de los padres del Estatuto de los Trabajadores en la transición. “La clave –explica– es que haya oportunidades”. “Mientras que no sea discriminación”, puntualiza.
Pero estas tres Españas también es el país de la polémica. Del prejuicio. Del debate por los subsidios y la importancia de la iniciativa privada. Del noreste industrial y el centro, sur y noroeste agrario y la excepcionalidad siempre llamativa y fuente de debate público de Madrid.
“Un gran peso de la Administración, al final es un gran peso de población ocupada, que genera riqueza, prosperidad, etc.”, señala Sagardoy. El empleo público “sitúa con mejores condiciones a algunos territorios respecto a otros que se lo tienen que trabajar”, reconoce preguntado por la capital. Destaca, sin embargo, que el “quiz es el componente humano”.
“Las economías subsidiadas no llevan a la prosperidad. Las ayudas y protección excesiva no es positiva; hace una sociedad domesticada”, se reafirma al tratar de la distinción actual entre unos gobiernos y otros, entre una política económica u otra; entre esas mismas tres Españas.
Luis Ayala, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, incide en los casos que bailan, Castilla y León o Galicia. Casos “bastante específicos” en los que es clave el envejecimiento de la población: si la economía va bien, señala, salen mal en la foto, y si la economía va mal, salen bien, “porque las rentas se mantienen” gracias, entre otros aspectos, a que sus ingresos dependen mayormente de prestaciones como la pensión. O, dicho de otra manera, porque “la demografía importa”.
Tópicos aparte, Daniel Tirado, profesor titular de la Universidad de Valencia, lo aclara tirando de historia económica: “La desigualdad empieza a crecer a partir de la segunda mitad del siglo XIX hasta los años 30, cuando ocurre el pico máximo”. Es durante el franquismo y hasta la década de 1980 que estas se reducen y hay un periodo de convergencia –explica. Y desde entonces hasta ahora, este proceso no sólo no se ha paralizado sino que las diferencias se han ido intensificando.
Los papeles, además, se invierten. Tirado destaca cómo hasta los años 30 Andalucía era una de las regiones más ricas, pero que con la industrialización queda atrás. Y cómo desde los años 40 y 50 el ranking apenas cambia. Dicho en otras palabras: la línea divisoria, clara, se estabiliza o refuerza. Hasta hoy.
Un hoy en el que Europa manda y donde la periferia ya no es respecto a Madrid. Ahora la referencia es Bruselas, y los territorios más cercanos al centro aparecen por lo general con mejores indicadores socioeconómicos; más desarrollados y mejor conectados frente a zonas más “periféricas”. Además, el contexto de la globalización refuerza estos efectos ya que las nuevas tecnologías de la información se desarrollan y concentran en espacios urbanos.
El profesor Ayala rebate sin embargo la idea general, generalista y generalizada. Porque los datos estadísticos con los que contamos parten de la década de 1970, y en este tiempo “algunas comunidades ricas han visto aumentar más la desigualdad que otras pobres, como pasa en Madrid o Catalunya” debido –argumenta– a unas políticas de redistribución públicas que se alejan de las de por ejemplo el País Vasco y su “renta mínima, entre las cuatro o cinco más grandes de Europa”.
“No hay una pauta clave”, aclara. Pero “PIB y desigualdad no van de la mano”. En los 70 y los 80 la desigualdad no aumentó pese a la crisis económica gracias al nuevo y “bastante básico” Estado de Bienestar. En los 2000, pese a ser la época “de bonanza”, no disminuye. “Desde 2008 se dispara coincidiendo con la crisis”.
El debate sigue abierto
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