martes, 6 de agosto de 2019

Talentos en el aire...

Blog Murciego: Tras la máscara de Kyrgios

Hace 17 minutosActualizado Hace 5 minutos

Después de ganar en Washington el sexto título de su carrera, el australiano vuelve a abrir el debate sobre su potencial. Una personalidad única que no deja indiferente a nadie, sembrando fans y detractores por donde pasa. ¿Podrá el australiano cruzar algún día la barrera del top10 o se quedará para siempre con la etiqueta de macarra frustrado? ¿Qué hay tras la máscara del bad boy por excelencia?

No me tocaba estar viendo tenis en aquel momento, pero eran varias las voces que desde Twitter invitaban a poner un ojo en Washington. En mitad de mis vacaciones, en mis días de desconexión, en las dos únicas semanas del año donde el tenis no entra en mis planes, el show de Nick Kyrgios regresaba al escenario. No sabíamos nada del australiano desde la segunda ronda de Wimbledon, donde cayó en cuatro mangas ante Rafa Nadal, tiempo suficiente para renovar energías y volver a las andadas. Esta vez la función se rodaba en la capital de los Estados Unidos, lugar ideal para prestar tus servicios al showtime y encandilar a los cientos de focos allí presentes. También a los más despreocupados como yo, quien pese a estar a más de 6.000 kilómetros, desvié mi atención durante unos minutos para verle meter su ace número 18 en la final ante Medvedev y caer desplomado en el cemento americano. Porque hasta Kyrgios, al que parece que todo le da igual, se emociona cuando cumple su objetivo. Salir campeón de su segundo ATP 500 de la temporada y demostrarle al mundo entero que su causa todavía no está perdida. Que hay solución.
Ver a Kyrgios en una pista de tenis me recuerda a la etapa más feliz de mi vida: la niñez. Recuerdo a mi madre tirándose desgañitándose por no saber cuál sería mi próxima jugarreta. Puede que cruzando sin mirar la carretera, tirándome de espaldas por el tobogán o, directamente, pateando el balón contra el hocico de una abuela. Quizá por eso entiendo tanto a Nick, pero a quien entiendo todavía mejor es a sus rivales. Salen a pista desorientados, con los ojos bien abiertos y la cara de no saber por dónde vendrá el peligro. ¿Se atreverá a hacer una dejada desde la línea de fondo? ¿No se arriesgará a buscar el ace con segundo saque? ¿Y si saca por abajo en este punto? ¿En qué momento golpeará la pelota por debajo de las piernas? Cada oponente de Nick Kyrgios es la reencarnación de mi madre hace veinte años, alerta de que en cada segundo puede suceder lo mejor y lo peor. Y claro, con ese sufrimiento no se puede vivir. Excepto si eres el niño, entonces te lo vas a pasar pipa.
WASHINGTON D.C. , AUGUST 03: NICK KYRGIOS (AUS) during day 6 match of the 2019 Citi Open on August 3 ,2019 at Rock Creek Park Tennis Center in Washington D.C. (Photo by Chaz Niell/Icon Sportswire via Getty Images)
WASHINGTON D.C. , AUGUST 03: NICK KYRGIOS (AUS) during day 6 match of the 2019 Citi Open on August 3 ,2019 at Rock Creek Park Tennis Center in Washington D.C. (Photo by Chaz Niell/Icon Sportswire via Getty Images)Getty Images
Cuando Kyrgios entra a la pista en lo última que piensa es en si va a ganar o si va a perder. Suena raro tratándose de un deporte de élite, concretamente, de un deporte como el tenis, donde tus ingresos a final de mes dependen de cómo te ha ido dentro de la cancha. Sin embargo, no es esta la mayor preocupación de Nick. Basta con ver un par de minutos de algún resumen suyo para entender que la diversión y el espectáculo están por encima de todo, a veces incluso del respeto y el buen gusto. No vamos a esconder a estas alturas su carácter macarra puntual, la animadversión que guarda con muchos de sus compañeros o la cantidad de multas por conducta que ya ha tenido que abonar con tan solo 24 años. Aun con esto, la combinación le da para levantar títulos de vez en cuando, mantenerse en el top30 del ranking mundial y, tener una vida repleta de luces y colores. El problema llega cuando intentamos cruzar a la siguiente pantalla.
Ganar Acapulco está bien, sobre todo si has dejado en el camino a gente como Nadal, Wawrinkay Zverev. Conquistar Washington es maravilloso, más aun derrotando a rivales de generación como Tsitsipas y Medvedev. Pero estos parches no son suficientes para encorsetar el talento de un tipo que tendría que estar peleando por ganar Masters 1000 y pisar rondas finales de Grand Slam. ¿Y por qué en esos torneos no compite igual? La respuesta es sencilla: miedo. Kyrgios podrá ser el más anárquico del vestuario, pero tiene una cosa en común con el resto de jugadores: miedo al fracaso. Su doctrina en el tour asegura que es mejor no intentarlo, no vaya a ser que el plan no salga bien. Como bien nos enseñó el famoso tío Ben en Spiderman, un gran poder conlleva una gran responsabilidad, esto es precisamente lo que le falta al de Canberra. No quiere aceptar su papel en el tablero, es mejor caer en una segunda ronda ante cualquiera, argumentando que salió de fiesta la noche de antes, subrayando la normalidad de la derrota en esas condiciones. Imagínense que fuera al revés, que Nick entrenara las horas que toca, que viajase con entrenador, que cuidara la alimentación, en definitiva, que le diera una dedicación de 24/7 a su profesión. Es aquí donde ya no habría excusas, donde la frase “Si Kyrgios quisiera…” quedaría muda, pero también sería la prueba definitiva para ver si este chico vale o no vale para convivir con la élite. Obviamente, Nick no está interesado en despejarnos esta duda, prefiere ser el chico malo que sale de fiesta antes de las finales y que, de vez en cuando, tumba a los top10 sin apenas esfuerzo. Este año, sin ir más lejos, marca un 5-1 de balance ante los diez mejores.
Nick Kyrgios
Nick KyrgiosGetty Images
Pero si yo maduré (trabajo me costó), él también puede hacerlo. Lo hará cuando su cabeza se dé cuenta de la oportunidad que tiene ante sí, bendecido con un talento para marcar época. Lo que voy a decir igual suena impopular, pero a mí me encanta Kyrgios. Estamos acostumbrados a consumir cientos de artículos comparándole con el mismísimo Satanás, y no faltan razones para tanta analogía, pero ya es hora de subrayar todo lo bueno que tiene. Para empezar, estamos ante un jugador por el que siempre merece la pena pagar una entrada, y estoy aludiendo únicamente a sus habilidades técnicas. Su servicio, su revés y esa facilidad para las dejadas son amor primera vista. Pero el combo solo se completa con su personalidad, esa que llevamos ensuciando (con su ayuda) durante años. A mí me chifla que un jugador sea sincero, que diga lo que piensa, que no siempre sea políticamente correcto, eso sí, evitando ser devorado por el personaje. Me vuelve loco ver a Nick celebrando los puntos con la gente de la grada, o aplaudir los puntos que hace el rival, esta semana le vimos incluso llevarle a Tsitsipas unas nuevas zapatillas en mitad del encuentro. Para ser un chulo, no se le caen los anillos. ¿Y qué me dicen de preguntarle a un espectador sobre dónde sacar en el punto de partido? Locuras de genio. Me cautiva verle tan activo en redes, rompiendo la barrera del ‘famoso inalcanzable’, o verle jugando al pingpong durante una hora con los recogepelotas del torneo, cuando en realidad tendría que estar preparando la final del día siguiente. Bueno, que no me escondo, un tipo así siempre en mi equipo.
" Tengo gente junto a mí que me apoya en toda circunstancia y que nunca perdió la fe en mí, incluso cuando yo no creía en mis posibilidades. Esta semana significa mucho, no tanto por la victoria, sino por haber conseguido demostrarme a mí mismo que soy capaz de jugar a un nivel muy alto. Siento que he mejorado mucho como persona esta semana. Mi único objetivo es adquirir rutinas que me permitan estar sosegado y jugar a alto nivel con continuidad. Quiero crecer como ser humano, aspiro a ser mejor persona a través del tenis. Si lo consigo, los resultados llegarán."
Las palabras de Kyrgios tras ganar en Washington reflejan a una persona más centrada, también más tranquila, quizá más madura. Sabe que su peor rival es él mismo y que dar el paso está en su mano, o mejor dicho, en su cabeza. Hewitt, Safin o Connors también tuvieron inicios rebeldes. FedererRoddick o Soderling no se salvaron de alguna polémica de juventud. McEnroe, el caso más extremo, fue capaz de lidiar con su fuego interno hasta el final de su carrera. Es cierto que ninguno cruzó la línea tanto como Nick, pero todos terminaron abriendo los ojos al ver lo que tenían entre manos. El día que pierda su obsesión por ser noticia, por arrojar la frase más caliente, por buscar siempre ese golpe imposible y, sobre todo, cuando escape de la tendencia a demostrar en cada movimiento que es diferente al resto, entonces el diamante podrá pulirse con la constancia y atención adecuada. ¿Tiempo límite? Mientras siga regalando semanas como ésta, por muy aisladas que sean, aquí un lunático que no perderá la fe.

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