miércoles, 29 de mayo de 2024
Excelente art. de Francisco Carantoña....RECOMENDADO
El reconocimiento del Estado palestino señala el único camino hacia la paz
Francisco Carantoña
FRANCISCO CARANTOÑA
OPINIÓN
Sánchez anuncia el reconocimiento de Palestina como Estado en el Congreso de los DiputadosSánchez anuncia el reconocimiento de Palestina como Estado en el Congreso de los Diputados Chema Moya | EFE
29 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.
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La decisión de tres países de Europa occidental, España, Irlanda y Noruega, de reconocer al Estado palestino es más que simbólica, señala el único camino hacia la paz. Un hipotético Estado en el que conviviesen judíos y árabes y permitiese el retorno de los refugiados es imposible. En primer lugar, por motivos demográficos. Los descendientes de los expulsados en la Nakba, repartidos en diversos países, suman hoy cerca de seis millones de personas, el actual Estado de Israel tiene una densidad de población que supera los 400 h. km2, en Cisjordania y Gaza está por encima de los 500. Asentar a esa población añadida en un territorio saturado, carente de tierra libre y de viviendas disponibles, es impensable. Por otra parte, los judíos no aceptarían nunca perder su identidad en una entidad política en la que la población árabe sería mucho más numerosa. Tienen razones sobradas para ello, independientemente de la responsabilidad que indudablemente les corresponde en el enconamiento del conflicto entre ambas comunidades desde que, en 1967, ocuparon Cisjordania y Gaza.
En realidad, casi nadie defiende ese Estado multicultural. El eslogan «desde el río hasta el mar», que algunos han adoptado quizá con cierta ingenuidad, solo satisface a los nacionalistas radicales judíos que hoy gobiernan Israel y pretenden la anexión de Cisjordania e incluso de Gaza y una nueva limpieza étnica, lo han dicho públicamente, o al extremismo musulmán alentado por Irán y que encarnan en la zona Hamás y Hezbolá, cuyo objetivo es similar al de Netanyahu, aunque cambien las víctimas. Al-Fatah, la Autoridad Nacional Palestina y la mayoría de los países árabes se inclinan por la alternativa de los dos estados, la única viable. Hay cosas con las que se debe tener mucho cuidado, el antisemitismo, léase antijudaísmo, es un fantasma terrible que pesa sobre nuestra historia, la de toda Europa, también la de España, no podemos resucitarlo.
Es indiscutible que la injusticia que cientos de miles de palestinos sufrieron con la Nakba no debe caer en el olvido, como tampoco el terrible contexto histórico que provocó que millones de judíos emigrasen a Palestina. No es la única limpieza étnica que no será posible revertir, recuérdese a los millones de alemanes de Prusia oriental, asesinados y expulsados en 1944-1945, a los tártaros de Crimea, a los armenios, a los griegos de Asia menor y a los musulmanes de Tracia o de otras zonas de la actual Grecia, a los italianos de Istria... El siglo XX está plagado de ejemplos de barbarie e incluso de verdaderos genocidios, el mayor, el cometido por nazis y fascistas contra los judíos. Con frecuencia, la historia es brutal, pero un crimen del pasado no se resuelve con otro igual o mayor. Ni hoy se puede expulsar al millón de rusos del óblast de Kaliningrado, o a los polacos y lituanos que pueblan otras partes del antiguo territorio prusiano, ni se puede hacer lo mismo con quienes viven en Israel. Hay alternativas que, al menos, pueden paliar el desmán, como el pago de indemnizaciones a los árabes desplazados y sus descendientes. Lo importante es imponer un nunca más, acabar de una vez con esas terribles violaciones de los derechos humanos que son las limpiezas étnicas y, por ello, impedir la que el extremismo sionista quiere perpetrar con los palestinos.
Si el gobierno de Netanyahu rechaza con violencia la decisión de España, Irlanda y Noruega no es porque suponga un reconocimiento o apoyo a Hamás, en todo caso lo sería a la ANP, sino porque implica el rechazo a su política expansionista en Cisjordania, que viola las resoluciones de la ONU y el llamado Derecho Internacional, que protege a las poblaciones de los países ocupados y establece obligaciones a las potencias ocupantes. Con relación a las críticas que ha recibido desde las derechas españolas, cabría congratularse de que los neofranquistas de Vox hayan abandonado el tradicional antisemitismo de la extrema derecha hispana, que unía a judíos, masones y comunistas en la trilogía de enemigos históricos de la patria, aunque su veneración hacia la reina que promovió primera gran limpieza étnica en España y estableció la Inquisición parezca un poco contradictoria con esa rectificación, incluso se promueve su santificación. De todas formas, no solo han mantenido el deseo de exterminar a los que ahora llaman «zurdos», sino que han sustituido el odio a los judíos por la islamofobia. Han avanzado desde el siglo XV al XVII, aunque la tradición de torturar y asesinar judíos se mantuviese en la época de la segunda gran limpieza étnica española. El señor Abascal, con su habitual elegancia, nos informó en Gijón de que, como su admirado caudillo, desprecia a la ONU y, además, posee dos testículos. Esto último se daba por supuesto, hubiera sido preferible que demostrase que tiene cerebro. En el PP, junto a los acostumbrados exabruptos del señor Aznar y la señora Díaz Ayuso, se ha impuesto la doctrina Tellado, que supone que, como es la oposición, debe rechazar todo lo que proponga el gobierno, sin analizar si es bueno o malo, si tiene razón o carece de ella.
El reconocimiento del Estado palestino, que sí tiene unas fronteras mínimas contempladas por la ONU, las de las zonas ocupadas en 1967, no detendrá la masacre de Gaza, pero es una advertencia al gobierno extremista de Israel. Sería necesaria una presión mayor de las grandes potencias, especialmente de EEUU, la auténtica fuente universal de Derecho Internacional, el país que decide lo que se puede hacer o no en el mundo y que, a la hora de transmutarse en «comunidad internacional», tiene la ventaja de que las dos únicas potencias con capacidad para hacerle frente poseen regímenes autoritarios que violan los derechos humanos en su interior y no tienen ninguna voluntad de defenderlos en el exterior, ni siquiera como coartada, por lo que solo actúan si consideran que se ven amenazados sus intereses. A pesar de todo, se pueden hacer esfuerzos por influir en la política norteamericana y el reconocimiento del Estado palestino va también en esa dirección.
Lo que no tendría sentido, solo serviría para perder la interlocución con una de las partes, es romper las relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. No se ha hecho con Rusia por su intervención en Siria ni por la invasión de Ucrania, tampoco con China por la represión contra los uigures, con Irán por la brutal violencia contra las mujeres y los asesinatos de opositores, o con Azerbaiyán por la limpieza étnica en Nagorno Karabaj, por poner solo algunos ejemplos recientes. Otra cosa sería presionar a Israel con sanciones económicas y, por supuesto, bloquear el suministro de armas.
La agresión de Hamás y otros grupos islámicos radicales contra civiles indefensos fue un acto de terrorismo bárbaro. La ocupación y la política israelí no pueden servir de excusas para el crimen, pero este tampoco lo es para la masacre de civiles palestinos. No hay duda de que Israel tenía todo el derecho a hacer lo necesario para liberar a los rehenes y castigar o destruir a Hamás, pero no a desatar la más bárbara violencia contra la población civil palestina.
Es una guerra desigual, en la que solo uno de los bandos posee carros de combate, artillería y aviación, además de las armas y medios más modernos para su tropa. En cualquier otro conflicto, la ocupación del territorio se hubiese realizado en unos días, sin necesidad de arrasar barrios residenciales y destruir hospitales, escuelas e infraestructuras básicas para la población. Israel quiere reducir al mínimo sus bajas, pero también castigar al pueblo palestino y devastar la franja de Gaza para volverla inhabitable. Los rehenes parecen haber perdido importancia para el gobierno de Netanyahu, igual que la vida de los palestinos. La terrible matanza del domingo en Rafah es la prueba más reciente. Su único objetivo es la creación del gran Israel, al precio que sea, por eso ha evitado cualquier negociación con la ANP, llena Cisjordania de asentamientos ilegales y destruye también allí viviendas e infraestructuras de los árabes, no solo en Gaza.
Ni Hamás es el pueblo palestino ni el actual gobierno el pueblo judío. Cuando Netanyahu y sus ministros convierten las críticas a su política en ataques a Israel se comportan como Franco, cuando transformaba las que recibía su dictadura desde el exterior en ataques a España. A estos efectos, es poco relevante que Israel sea una democracia. Una democracia lanzó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki o quemó con napalm a niños y niñas vietnamitas. Poco les importaría a los niños, mujeres y hombres iraquíes, cuando morían bajo las bombas, que los bombardeos hubiesen sido ordenados por líderes de países democráticos, como Bush, Blair y Aznar. Tengo la impresión de que su sufrimiento era idéntico al de los sirios que recibían las arrojadas por orden de Putin y Bashar al Ásad.
Solo hay una alternativa posible para la barbarie que vive Palestina: un alto el fuego, la liberación de todos los rehenes israelíes, el inicio de negociaciones de paz entre Israel y la ANP, la reconstrucción de Gaza con ayuda internacional, quizá con una fuerza policial/militar multinacional que garantizase provisionalmente el orden, y una reorganización del gobierno palestino con nuevas elecciones. El resultado final sería la creación de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza. Israel tendría que renunciar a la anexión de los territorios ocupados y debería evacuar los asentamientos, pero lograría el reconocimiento de la mayoría de las naciones de religión musulmana que todavía no lo han hecho y, sobre todo, la paz y la seguridad. No será un camino fácil ni corto, los extremismos religiosos y nacionalistas son fuertes, tanto en el mundo judío como en el musulmán, los resentimientos engendrados por años de violencia tardarán en desaparecer, pero es el único que puede conducir al final de un sangriento conflicto que ya se ha prolongado durante ocho décadas.
El día 28 de mayo se despertó, entre lágrimas por la matanza de Rafah, con la noticia de que se hacía efectivo el reconocimiento del Estado palestino por los tres países europeos y con invectivas contra ellos, especialmente contra España, por parte de un Netanyahu que cada vez se parece más a energúmenos como Milei o Trump. Nada hace más daño a Israel que su primer ministro, terrible fue el que le causó al pueblo palestino Hamás, además de a sus víctimas inocentes. La valentía de los dirigentes de España, Irlanda y Noruega da paso a la esperanza.
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