Las obsesiones de Putin
Rafael M.Mañueco
El presidente Vladímir Putin piensa que «la desintegración de la URSS fue una catástrofe» y en los 15 años que lleva en el poder no ha hecho mas que tratar de recuperar la influencia perdida por Moscú tras el derrumbamiento del régimen comunista. Le obsesiona esta idea y lucha por imponerla a nivel mundial. La actual guerra en el este de Ucrania forma parte de ese pulso que mantiene con Occidente para forzar un nuevo pacto de Yalta, un nuevo reparto del planeta.
El politólogo ruso, Stanislav Belkovski, cree que Putin «está convencido de que le ganará la partida a Estados Unidos». Según su opinión «con la guerra en el este de Ucrania trata de propiciar una negociación con Washington para delimitar las zonas de influencia de cada uno».
A juicio del jefe del Kremlin, no ha sido Rusia la primera en violar los acuerdos sobre los que se sustentaba el orden internacional surgido tras la II Guerra Mundial. En sendos discursos pronunciados en Múnich en febrero de 2007, y el pasado octubre en el foro de Valdái organizado en Sochi, Putin acusó a los americanos y a sus aliados de intervenir en Irak sin motivos y sin mandato de la ONU, de arrancar Kosovo a Serbia, de aproximar la OTAN a las fronteras de Rusia, de instigar las primaveras árabes y de irrumpir en el patio de trasero de Rusia: primero en Georgia y después en Ucrania.
El primer mandatario ruso no se cansa de repetir que la revuelta popular ucraniana del Maidán se teledirigió desde EE UU y la Unión Europea y que la anexión de Crimea y la sublevación separatista en Lugansk y Donetsk fueron las consecuencias de tal injerencia. De ahí que Moscú exija acabar con estas prácticas en lo que considera sus «zonas de influencia», sobre todo Ucrania, origen del Estado ruso. Insta para ello a negociar un «nuevo orden mundial». De lo contrario, amenaza con una guerra global con empleo de armas nucleares.
En el libro 'En primera persona-Conversaciones con Vladímir Putin' Putin cuenta que tomó la decisión de ingresar en el KGB (los servicios secretos soviéticos) porque «me resultaba sorprendente que una sola persona pudiera conseguir lo que no estaba al alcance de un ejército entero. Un espía podía resolver el destino de miles de personas. Así lo entendía yo».
Años después y convertido en el presidente, Putin parece seguir creyéndose capaz de influir de forma decisiva en la vida de su pueblo, los países vecinos y hasta puede que el mundo entero. «Se ve con la misión ineludible de salvar a Rusia. Recuerda todo el tiempo hechos históricos y busca su lugar entre los dirigentes que salvaron el país de las amenazas exteriores», señala María Lipman, antigua experta del Centro Carnegie de Moscú. «Putin es Rusia, Rusia es Putin. Si no hay Putin, no hay Rusia», pronunció el 'número dos' de la administración del Kremlin, Viacheslav Volodin.
Desprecio a la democracia
Putin se contempla como heredero de Iván el Terrible, Pedro I el Grande, Alejandro III y Iósif Stalin, despóticos y crueles autócratas que, no obstante, lograron nuevas cotas de esplendor para Rusia. Tal vez por eso Putin desprecia la democracia y no concibe que puedan existir adversarios políticos que critiquen su labor. Su ideología es el nacionalismo, se considera el paladín del «mundo ruso», concepto acuñado tras la anexión de Crimea que se extiende a todos aquellos que hablan la lengua de Pushkin y miran hacia Moscú, aunque no sean étnicamente rusos.
Su conservadurismo tiene recetas también para Occidente, al que considera moralmente más débil que Rusia, más acomodaticio e incapaz de sacrificarse por ideales nobles. Alexánder Projánov, uno de los ideólogos del régimen, estima que «la decadente Europa se ahogará en su plácido bienestar». El máximo dirigente ruso recrimina a Occidente haber destruido «los valores tradicionales».
Sin embargo, pese a su enorme popularidad (la última encuesta habla de un apoyo del 88%), el presidente ruso está acorralado por las sanciones y con la economía al borde del abismo. El periodista ruso Ígor Yakovenko cree que una de las razones de «la llegada del fascismo a Rusia» es «el pánico cerval que sienten en el Kremlin ante la posibilidad de perder el poder». La politóloga, Lilia Shevtsova, está convencida de que el sistema creado por Putin «ha empezado a desmoronarse. Están perdiendo el control de la situación». «La muerte de Nemtsov ha puesto al descubierto el nivel de descomposición del Estado», concluye Shevtsova.
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