El capitalismo liberal agoniza
El capitalismo liberal se derrumba. ¡Se acabó! ¡Game over! Al igual que la Gran Depresión supuso el descrédito de las concepciones neoclásicas predominantes hasta ese preciso momento, la Segunda Fase de la Gran Recesión, en la que ya estamos inmersos, tiene que llevar implícito el final del Consenso de Washington. El “pensamiento único” ha vendido como verdades indiscutibles meros juicios de valor alimentados por la ideología dominante, nacida al albor de la llegada al poder de los neoconservadores Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Ya no valen paños templados. La crisis sistémica es profunda, requiere soluciones radicales.
Desde sus inicios, en su esencia, el capitalismo liberal presenta una profunda contradicción. Los beneficios crecientes estimularon la expansión económica, pero al mismo tiempo una de las fuentes del aumento de los beneficios, el estancamiento de los salarios, representaba un obstáculo a la misma. En un entorno de pérdida de poder adquisitivo de los salarios y una apuesta decidida por la cuasi desaparición de los déficits públicos, ¿cómo reactivar la demanda? La superclase decidió compensar el vaciamiento de la economía, los bajos salarios y el aumento del subempleo, a través del crédito y la deuda, que se convirtieron en la solución para estimular la demanda y la tasa de retorno del capital. Mientras duró, los beneficios empresariales se multiplicaron, a la vez que se deprimían los salarios. Una vez que el colateral que alimentaba esa deuda estalla, entramos en una recesión de balances privados iniciándose la actual crisis sistémica.
Estamos en los prolegómenos del estallido de la última burbuja generada por los Bancos Centrales
Las élites no aprenden
Pero en vez de aprender y tomar las medidas adecuadas, en plena crisis sistémica, el “pensamiento único” inicia una segunda huida hacia adelante. Subsidió, financió y rescató a terceros –bancos y sus acreedores- mediante una expansión de la deuda soberana, a la vez que se promocionaba la austeridad fiscal y la devaluación salarial en aras de la competitividad, aderezado todo con una política monetaria tremendamente injusta. Pero no se ha traducido, ni se traducirá, en nueva inversión productiva, en crecimiento económico sostenible. Todo lo contrario, ya estamos en los prolegómenos del estallido de la última burbuja generada por los Bancos Centrales.
La mezcla de políticas económicas auspiciadas, entre otros, por aquellos que en nuestra querida España demandan un gobierno de estabilidad, ha sido una manera descarada de doblar la apuesta en favor del neoliberalismo, que ha recompensado en gran medida al uno por ciento más rico. Sin embargo, de continuar por este camino el estancamiento secular está garantizado. Este estancamiento de larga duración está desestabilizando al capitalismo liberal y al aparato político que lo sustenta, un híbrido de partidos conservadores, liberales y algún que otro socialdemócrata. Como consecuencia emergen voces dentro de la superclase que consideran necesaria una reestructuración del capitalismo para superar el estancamiento y sus peligrosas consecuencias. Desde estas líneas hemos detallado algunas de esas voces nada sospechosas de heterodoxia radical –Laurence Fink, George Soros o Lawrence Summers–.
Cambios radicales
Si el movimiento obrero y otros movimientos populares ganan fuerza, sería posible un cambio reformista, mediante otro compromiso capital-trabajo tal como ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial. Pienso en Frank Delano Roosvelt, en el Espíritu del 45. Potencialmente podría resolver la crisis económica actual llevando a un crecimiento más equilibrado de los beneficios y de los salarios. Es probable que además incluyera un papel activo del Estado centrado en un plan de infraestructuras, innovación, educación, previsión social, y protección del medio ambiente –desde estas líneas ya hemos hecho distintas propuestas-. Seamos sinceros, sólo se convertirá en una posibilidad seria, si los movimientos obreros y progresistas reviven y son capaces de forzar un compromiso a la superclase. A menos que las grandes empresas vean una amenaza mortal para el capitalismo, no es probable que estén dispuestos a comprometerse con el factor trabajo.
La generación de beneficios para una minoría no puede satisfacer adecuadamente las necesidades de la mayoría
Pero en realidad hace falta más. Son necesarios cambios más radicales, impulsados por la firme convicción de que la generación de beneficios para una minoría no puede satisfacer adecuadamente las necesidades de la mayoría. Es necesario, de una vez por todas, un sistema económico que coloque definitivamente las necesidades humanas de todos en su centro.Democracia, participación, cooperación y sostenibilidad como ejes motores.
Para terminar, permítanme compartir con ustedes la conferencia inaugural de Steve Keen en Kingston University, y que muy amablemente un seguidor de este blog me ha enviado (vídeo en cabecera de este artículo). Simplemente una delicia.Compara dos visiones contrapuestas. Por un lado, la del Premio Nobel Edward Prescott, quien afirmó en 1999 que el capitalismo es intrínsecamente estable, de manera que "en ausencia de algún cambio tecnológico o de las reglas del juego económico, la economía converge a una senda de crecimiento constante, con el nivel de vida duplicándose cada 40 años". Por otro, la del economista disidenteHyman Minsky, que mantiene exactamente lo contrario "el capitalismo es inherentemente defectuoso, siendo propenso a auges, crisis y depresiones", y esta inestabilidad "se debe a las características que el sistema financiero debe poseer si se quiere ser coherente con un capitalismo en toda regla". Obviamente gana Hyman Minsky, y por goleada.
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