La digitalización también está empezando a afectar a profesionales cualificados en oficinas, bufetes de abogados y consultas médicas. ¿Cuáles serán los empleos que sobrevivirán? Por Markus Dettmer, Martin Hesse, Martin U.Müller, Thomas Schulz
Ya hemos llegado a un punto en el que hay robots trabajando como abogados. Este en concreto lo hace en la especialidad de suspensión de pagos. La máquina se llama Ross, los abogados hablan con ella como con un compañero veterano. Pregunta. « Una empresa en suspensión de pagos puede seguir económicamente activa?». Ross analiza miles de documentos, lee textos legales, coteja comentarios y en segundos formula una respuesta. Y lo hace en cualquiera de las 20 lenguas que domina y, por supuesto, citando fuentes. «¡Muchas gracias, Ross!»
Este robot jurídico ya se usa en bufetes de Estados Unidos. Se trata de una de las aplicaciones que IBM ha desarrollado a partir de Watson; un sistema capaz de rastrear enormes bases de datos, que aprende de cada nueva investigación y que nunca olvida nada.
Watson ayuda a oncólogos a identificar tumores y a continuación propone distintas alternativas de tratamiento. Les dice a los asesores de inversiones cuáles son las carteras idóneas para cada cliente. Rastrea montañas de datos climáticos en busca de patrones para hacer más precisos los pronósticos del tiempo. Watson es el asistente perfecto para médicos, banqueros o meteorólogos. Y también podría convertirse en su próximo y más férreo competidor.
Mucho de lo que los trabajadores especializados son capaces de hacer también lo sabe hacer él. Y, además, mejor y más barato. Nunca se cansa, no necesita vacaciones, no hace huelgas y su capacidad para afrontar tareas complejas es casi ilimitada. Watson está en condiciones de dejar en la calle a muchos hipercualificados humanos.
Ya no están amenazados únicamente los puestos del sector productivo, en cuyas cadenas de montaje hay ejércitos de robots atornillando, soldando y pintando desde hace décadas. Ahora, las máquinas son capaces de asumir tareas de oficina y gestión de empresas, al menos en parte.
LA LISTA DE EMPLEOS EN PELIGRO ES LARGA 
Los trabajadores de empresas de logística, desde que los sistemas de transporte autónomos mueven las mercancías ellos solos; los protésicos dentales, porque las impresoras 3D modelan las piezas con la mayor de las precisiones; los carteros, si al final los drones se encargan de entregar los envíos… Todas estas profesiones tienen su continuidad tan asegurada como un técnico de revelado de fotografías hace 20 años.
Esta revolución no tendrá lugar en algún momento del futuro; ya estamos asistiendo a ella. Los ordenadores se empiezan a encargar hasta de tareas que exigen cierto nivel de inteligencia, como por ejemplo demostrar unas mínimas dotes comunicativas.
En la actualidad hay robots que resuelven consultas telefónicas sencillas o que elaboran traducciones en tiempo real. Las máquinas incluso despliegan algo parecido a la creatividad. imitan las técnicas pictóricas de los grandes maestros, componen música, diseñan prendas.
«Apenas hay ámbitos laborales que no se estén viendo cuestionados por el avance de la digitalización», asegura Sabine Jeschke, de 48 años, profesora de Ingeniería Mecánica en Aquisgrán, Alemania. Esta experta en inteligencia artificial nos proyecta un vídeo con un experimento llevado a cabo en su laboratorio. Dos robots apilan piezas de Lego. Cada uno de ellos reconoce lo que hace el otro y ajusta su actividad en consecuencia. espera si ve que se encuentra en su radio de acción, selecciona las piezas que se encuentran más cerca de él… Cobots es el nombre que se les da a estos autómatas colaborativos a los que en el vídeo vemos construir una pirámide entre los dos, de forma eficiente y autónoma. «Nos encontramos ante una nueva era», dice Jeschke.
Los ‘cobots’ son robots colaborativos, capaces de construir juntos objetos de forma eficiente y autónoma. 
Los cobots saben qué camino deben seguir. En breve ya no será el humano el que les diga a las máquinas lo que tienen que hacer; de hecho, las propias máquinas ya lo empiezan a decidir por sí mismas. Observan lo que ocurre a su alrededor y sacan conclusiones. Y en algún momento pasarán a ser ellas las que den instrucciones a los humanos. Cuando eso ocurra, el compañero robot será nuestro jefe.
A comienzos del XIX, los trabajadores textiles ingleses ya empezaron a preocuparse por la rapidez de los telares mecánicos; aquella fue la primera vez que se planteaba «el tema de las máquinas». Un siglo más tarde llegó la producción en cadena. Y, en los años cincuenta, la automatización recibió otro empujón con los robots industriales. No obstante, el balance final en cuanto al empleo fue positivo. Cada transformación acababa con muchos de los elementos antiguos, pero siempre traía consigo otros nuevos, incluso generaba más empleos de los que se perdían. Ahora, por primera vez, las cosas podrían ser de otra manera.
El periodista estadounidense Martin Ford (autor del libro El auge de los robots) aprecia un cambio fundamental en la relación entre los seres humanos y las máquinas. En su opinión, los robots ya no son solo herramientas que permiten a los trabajadores aumentar su productividad, sino que ellos mismos se convierten en trabajadores, en unos trabajadores muy buenos además.
Ni la producción en cadena ni la automatización de las fábricas acabaron con el empleo. Surgirán nuevas necesidades. 
Si los ordenadores ya son capaces de componer música, en breve estarán en condiciones de desarrollar estrategias empresariales o resolver problemas de gestión, cree Ford. Las consecuencias, asegura, serían enormes. «Casi todos los empleos en los que alguien se sienta delante de un ordenador y procesa información están amenazados».
Por otro lado, los productos físicos se van transformando cada vez más en software. Ya ha pasado con la música, las fotos y las películas, lo próximo será que las entradas y los tickets o incluso el dinero pasen a ser superfluos y, con ellos, toda la mano de obra que ahora se dedica a su producción y distribución.
LAS CONSECUENCIAS SERÁN DE GRAN ALCANCE
Si ya no hay que imprimir una entrada, si se reduce a un código guardado en el smartphone, no solo queda obsoleto el encargado de venderla, tampoco hará falta nadie que fabrique el papel o la máquina encargada de imprimirla. También serán innecesarios los técnicos que atienden la máquina o el conductor del camión que transporta el papel. El precio más adecuado para las entradas tampoco lo calculará una persona, sino que el ordenador dispondrá de un volumen de información acumulada más apta y confiable que le permitirá hacerlo mucho mejor. Poco a poco, todo irá convergiendo en el software.
Este mismo proceso de desaparición del soporte físico se puede observar ya en el pago. Antes, los ciudadanos iban al mostrador del banco para disponer de efectivo. Luego fueron los cajeros automáticos los que dispensaron billetes. Ahora pagamos en las cajas sin usar billetes, y lo siguiente será hacerlo mediante un chip remoto sin necesidad de contacto alguno.
El sector financiero no solo está recortando empleos en sus sucursales, sino que ya ha empezado a usar las tijeras en las llamadas tareas de back office, es decir, los departamentos de trastienda, de gestión interna sin contacto con el cliente.
En muchos bancos se sigue funcionando de la siguiente manera. el cliente acude al mostrador, el asesor rellena el formulario de solicitud de crédito en su ordenador. Luego lo imprime, el cliente lo firma y se envía por mensajería interna al servicio de back office. Allí, la información se vuelve a introducir en el ordenador a mano o mediante un escáner y se revisa una vez más. Solo entonces el empleado especializado en créditos tramita la solicitud del cliente.
Dentro de unos años, el empleado de la sucursal se limitará a introducir los datos en el ordenador, girará la pantalla para que el cliente los revise, le pedirá que firme en un pequeño dispositivo y la solicitud pasará directamente al encargado de evaluarla. Los banqueros hablan de «gestión en la sombra». Toda la logística actual de impresos será innecesaria en tres años como mucho, calculan en el sector. Eso supone un tercio menos de personal.
LAS FINANZAS TECNOLÓGICAS
También las nuevas empresas tecnológicas del sector financiero, conocidas como fintechs, están obligando a las compañías clásicas a adaptarse a su ritmo. Estas empresas carecen de una red de sucursales y de cajeros automáticos, pero no dejan de ganar nuevos clientes. Su objetivo. ser el Amazon del mundo financiero.
Los ‘fintechs’, bancos sin sucursales ni cajeros, aspiran a ser el Amazon del mundo financiero.
En las fintechs son las máquinas las que deciden sobre la concesión de créditos o sobre el nivel de riesgo de un cliente, además de asesorar en las inversiones y depósitos. Estos asesores robóticos invierten el dinero de los clientes de acuerdo con criterios previamente establecidos. Los algoritmos están en condiciones de satisfacer las necesidades de los clientes de una forma más eficaz y, sobre todo, más barata que los asesores humanos, según muchos ejecutivos.
A pesar de todo lo dicho hasta ahora, los empleados no están necesariamente condenados a acabar siendo prescindibles, pueden adaptarse a nuevos roles y, por ejemplo, ayudar a los clientes a usar o interpretar las nuevas alternativas digitales, como si fueran asesores tecnológicos. La cuestión es cuántos de ellos son realmente necesarios… y a cuántos la tecnología hará superfluos.
“Casi todos los empleos en los que alguien se sienta delante de un ordenador y procesa información están amenazados”, asegura un experto
Los científicos Carl Frey y Michael Osborne, de la Universidad de Oxford, han evaluado el nivel de riesgo para 903 profesiones. Sus conclusiones son inquietantes. el 47 por ciento de los trabajadores tiene profesiones que con bastante probabilidad podrían ser automatizadas en los próximos 10 a 20 años. El grado de afectación es diferente en función del nivel de formación. los ciudadanos con licenciaturas universitarias tienen solo un 25 por ciento de riesgo de ver desaparecer su puesto de trabajo, porcentaje que se eleva al 80 por ciento en los empleos de menor cualificación. Una relación similar se observa en cuanto a los ingresos. el 10 por ciento mejor retribuido solo está amenazado al 20 por ciento, mientras que el 10 por ciento con menor nivel de ingresos lo está al 60.
CUESTIÓN DE CONFIANZA
El reverso de esta historia es que también aparecerán nuevas tareas que tendrán muy poco en común con las antiguas. « Los médicos del futuro seguirán teniendo que ser licenciados en Medicina? -se pregunta el médico Markus Müschenich-. Imagínense que usted llega a urgencias con una enfermedad que nadie sabe cuál es. Cada vez se siente peor. Se acerca el médico jefe y dice que tiene 30 años de experiencia, que no se preocupe, que va a averiguar qué le pasa. Y a continuación se sienta a su lado su asistente, un estudiante de primer año, que le dice que tiene un ordenador con los conocimientos reunidos en 600 años de ejercicio del puesto de médico jefe. En quién confiaría?».
Müschenich ve al médico del futuro evolucionando hacia un nuevo papel. Está convencido de que el software se encargará de la mayor parte del trabajo y cree que «eso hará que la medicina sea mejor». Máquinas dotadas de inteligencia artificial podrían acceder a un número ilimitado de historiales médicos almacenados en su «memoria». Esta tecnología, llamada deep learning, ‘aprendizaje profundo’, les haría quedar por encima de cualquier experto.
El panorama parece amenazador; por eso, los políticos están buscando maneras de redistribuir los dividendos digitales.
En los últimos tiempos, la idea que más agita el debate es la de la renta básica. el Estado financia a los ciudadanos el sustento y los libera del trabajo remunerado. La renta básica es un experimento costoso que exige a la sociedad un elevado grado de madurez, pues implicaría que todos los ciudadanos tendrían derecho a ese dinero, tanto los necesitados como los demás.
REVERTIR LA PROPIEDAD
Otras voces abogan por la creación de un impuesto a las máquinas para compensar la pérdida de empleos. La cuestión es cómo aplicarlo. en función del número de robots que la empresa posee? Por el volumen de datos que maneja? Es muy posible que un impuesto de este tipo frenara el progreso. Por su parte, Richard Freeman, economista de Harvard, propone que los trabajadores se impliquen de otra forma. Por ejemplo, alguien que hoy se dedique a conducir un taxi o un camión debería lanzarse a comprar acciones de Uber o de Google antes de que los vehículos sin conductor le quiten el trabajo. «Los que poseen los robots controlan el mundo», afirma el científico.
La idea de Freeman de transformar a los trabajadores en propietarios no suavizará demasiado el conflicto entre trabajo y capital, pero sí que plantea una alternativa interesante. Si no se consigue encontrar un equilibrio social, avisa el profesor, podría surgir una nueva forma de feudalismo. Los trabajadores serían como siervos de un grupo reducido, la élite que domina la tecnología.
No obstante, este destino no es inevitable. La gente tiene en su mano alzarse contra este futuro. La adquisición continua de nuevos conocimientos ofrece la protección más efectiva contra la caída en la pobreza. «En un mundo que cambia tan rápidamente, ya no tiene sentido dedicar cinco años a estudiar y luego el resto de la vida a trabajar en la misma empresa», dice Sebastian Thrun, uno de los precursores que pueblan Silicon Valley.
La tecnología también tiene sus límites. Ningún supercerebro artificial puede pronunciar un alegato final convincente ante un tribunal
Thrun tiene más de 200 personas empleadas en Udacity, una academia on-line que ofrece a los trabajadores la posibilidad de actualizar sus conocimientos y capacidades. La formación que ofrece se parece más a un curso intensivo de formación profesional que a una carrera universitaria. Los participantes trabajan con profesionales en proyectos y productos concretos. El programa cuesta 200 dólares al mes, dura por lo general seis meses y al final los estudiantes reciben lo que la empresa denomina un ‘nanotítulo’.
Cuando Thrun trabajaba en Google, se dedicaba sobre todo al desarrollo de vehículos sin conductor. Tiene una idea clara del potencial que encierra la inteligencia artificial. Cuando un conductor comete un error, solo él aprende del fallo, mientras que cuando un robot se equivoca, comparte su experiencia con los demás y ese error ya no se vuelve a producir jamás.
«Eso significa que la inteligencia artificial aprende mucho más rápido que las personas -concluye el empresario-. Deberíamos apresurarnos a hacer todo lo posible por no quedarnos atrás». Para Thrun, este proceso es una carrera entre el ser humano y la máquina. «Si los humanos no nos hacemos más rápidos, acabarán ganando las máquinas».
HAY MUCHO EN JUEGO
La tecnología ha hecho posibles cosas inimaginables, pero también tiene sus límites. Sigue en vigor una antigua regla de la robótica. lo que las máquinas hacen sin esfuerzo pone en aprietos a las personas, pero aquello que las personas hacen con facilidad pone a las máquinas en dificultades. Algo tan sencillo como doblar un pañuelo le lleva una pequeña eternidad incluso al más inteligente de los robots. Ningún supercerebro artificial está en condiciones de pronunciar un alegato final convincente ante un tribunal. Ningún algoritmo goza de la suficiente competencia social como para tener en cuenta cómo se llevan entre sí los diferentes trabajadores a la hora de planificar el reparto de turnos en una empresa.
Los ciudadanos con licenciaturas universitarias tienen solo un 25% de riesgo de ver su trabajo desaparecer. Los no licenciados un 80%
Para todo esto seguirán haciendo falta personas. Un robot está perfectamente capacitado para preguntarle el vocabulario a un alumno, pero nunca irradiará la autoridad de un profesor respetado. «Hay muchas situaciones en las que las personas prefieren tratar con otras personas», afirma la experta en inteligencia artificial Sabine Jeschke. Esta afirmación es especialmente cierta en lo que se refiere a la última frontera humana, las últimas horas de vida.
Aunque un robot pudiera atender sin descanso a una persona agonizante, cualquiera con un hálito de vida preferiría sentir el contacto de una mano de verdad. En situaciones como esta, las capacidades tecnológicas no importan nada, lo único que cuenta es la humanidad.