Las cinco amenazas internacionales que acechan a la economía
La economía española se frena pero, además, los analistas alertan de que los principales riesgos de desviación son a la baja en un momento en el que los grandes motores del PIB global se apagan. Entre las principales amenazas al crecimiento se encuentran la subida de tipos de interés, la guerra comercial desatada por Estados Unidos, la desaceleración de la economía china, el auge de los populismos y la posibilidad de un Brexit sin acuerdo entre Reino Unido y la Unión Europea.
Los grandes organismos de previsión apuntan a una desaceleración de la economía española para este año, pero además el escenario está abierto a la posibilidad de múltiples riesgos a la baja que se podrían materializar en los próximos meses, tales como una mayor ralentización del comercio global, una fuerte subida de los tipos de interés o una crisis de deuda. Todo ello tendría un fuerte impacto en el crecimiento del PIB nacional, debido al creciente peso de las exportaciones.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que estos riesgos tienen lugar en un momento en el que los grandes motores del crecimiento global se están apagando, lo que puede agrandar el impacto. En efecto, Estados Unidos está perdiendo fuelle tras el agotamiento de los estímulos fiscales, en la eurozona la economía se ha frenado al 0,2% entre julio y octubre (su ritmo más bajo desde 2014), Japón afronta la mayor caída del PIB en cuatro años y en China el consumo no acaba de despegar por la falta de confianza, a pesar de los paquetes de gasto público por parte de Pekín.
Unos de los principales riesgos para la economía en los próximos meses es una subida de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo, una medida anunciada en numerosas ocasiones por su presidente, Mario Draghi. Actualmente, la deuda de los países europeos parece controlada, dado que el crecimiento de la economía en los últimos años ha permitido incrementar los ingresos y reducir el volumen total, en relación al PIB. Sin embargo, la ralentización de la economía en la eurozona y las cada vez más frecuentes tentativas de volver a incrementar el déficit (en España, Francia e Italia, entre otros) pueden provocar un aumento de los pasivos.
Con ello, se puede poner a prueba una de las máximas que utiliza el inversor Warren Buffett: "sólo cuando baja la marea se sabe quién nadaba desnudo". Es decir, puede que cuando caiga el volumen de las inyecciones monetarias se compruebe que muchos países no estan tan solventes como parecía en un primer momento. Y algo similar puede suceder a muchas empresas, debido a que tendrán que afrontar mayores pagos de intereses en un momento en el que su facturación y sus márgenes de beneficios se están reduciendo. Y la situación es todavía peor en muchos países emergentes, donde las compañías se han endeudado en dólares y ahora, con la apreciación de esta divisa, sufren un mayor coste.
Además, hay que tener en cuenta que la deuda global se sitúa en máximos históricos, en torno al 320% del PIB global, incluyendo tanto Administraciones como empresas y particulares. La buena noticia para España es que la mayor parte de las crisis de deuda suelen empezar por los pasivos de las empresas privadas, que precisamente en este caso se han reducido durante la crisis. La mala, no obstante, es que con un deuda pública que roza el 100% del PIB y un déficit estructural que no se acaba de reducir, el Gobierno tendría muy pocos instrumentos para plantar cara a una crisis financiera, aunque esta se originara en el exterior.
El gran problema de la deuda es que, además, está ligada a un cóctel de factores que puede estallar este año, como es el caso de las tensiones comerciales mundiales, el frenazo de la demanda china o el auge del populismo en Europa. Por un lado, la escalada en la guerra comercial desatada por Estados Unidos amenaza con golpear el crecimiento en todo el mundo, lo que haría más difícil de sostener el endeudamiento. Por otro, la menor demanda china supone un mazazo para las cuentas de las empresas de todo el mundo y redundará en un menor avance de los países emergentes, lo que podría provocar una ola de impagos, dañando las finanzas bancarias y haciéndo el sistema financiero más vulnerable. Por último, el auge de los partidos populistas complicaría enormemente la corrección del déficit, tal como sucede en buena parte de Europa.
Guerra arancelaria
La escalada de las tensiones comerciales entre Estados Unidos y China ya ha golpeado a la industria del gigante asiático, provocando una fuerte caída de los pedidos en diciembre. Paradójicamente, el anuncio de las sanciones comerciales por parte de Donald Trump ha provocado que buena parte de los pedidos se adelantaran a 2018, con el objetivo de esquivar las sanciones y poder hacer frente a la escasez de ciertos productos. Sin embargo, ahora no sólo hay que tener en cuenta la menor demanda natural, sino también el efecto escalón que se produce porque buena parte de las compras ya han tenido lugar. Además, esta pugna coincide con la progresiva desaceleración de la economía china, debido a que las inversiones de los últimos años han tenido un rendimiento cada vez menor por la saturación de la industria pesada. Aunque el país ha tratado de girar hacia empresas de servicios y hacia unas manufacturas de mayor valor añadido, manteniendo el impulso al PIB con el consumo y el gasto en infraestructuras, estos nuevos motores no han conseguido alcanzar el mismo tamaño que los anteriores, lo que repercute en un crecimiento más bajo. El gran riesgo añadido es que esto genere un efecto cascada, dado que China no sólo es la mayor fábrica del mundo, sino una gran consumidora de bienes intermedios y materias primas de los países del sudeste asiático, América Latina y África. Por lo tanto, si su actividad continuara resintiéndose, sería buena parte de la economía mundial la que notaría las consecuencias de forma directa. Hay que tener en cuenta además que muchos países emergentes ya estaban tocados por la caída de sus divisas este verano, un castigo que sacudió especialmente a Turquía y Argentina. Esto no sólo debilita sus ingresos comerciales, sino que también eleva el coste de buena parte de su deuda, en dólares, restando capacidad de maniobra a las empresas y elevando la probabilidad de impagos.
Por último, el auge de los populismos compromete los ajustes presupuestarios y la adopción de medidas estructurales en la mayor parte de los países de Europa. Éste es el caso de Italia, donde el Ejecutivo del Movimiento 5 Estrellas y la Liga está revirtiendo el ajuste del déficit y las reformas acometidas por el Gobierno anterior, lo que limita su crecimiento potencial. Además, las medidas prometidas a Bruselas para limitar el desfase únicamente retrasan la introducción de las nuevas partidas de gasto, pero no buscan nuevos ingresos para financiarlas. Esta debilidad de las finanzas públicas se puede producir incluso con un presidente contrario al populismo, como Emmanuel Macron, en Francia, que ha acabado por aprobar varias propuestas de aumento de gastos para tratar de aplacar las protestas de los chalecos amarillos. También en España el presidente Pedro Sánchez está aplicando una cierta cantidad de medidas populistas, como el desmantelamiento de la reforma laboral, con el objetivo de recuperar los votos perdidos ante Podemos. Alemania, por su parte, se ha resistido mejor a este tipo de medidas, pero no ha hecho grandes reformas estructurales en la última década y ahora el escenario se complica con el auge de Alternativa para Alemania(AfD).
Además, el escenario europeo se enreda todavía más con la posibilidad de un Brexit caótico que podría desarbolar las relaciones comerciales entre Reino Unido y la Unión Europea. Aunque Moncloa prepara una norma para paliar los efectos de una salida sin acuerdo, para evitar la pérdida de grandes ingresos turísticos y por exportaciones, es dudoso que pueda evitar todas las consecuencias negativas. Y esto es clave para la economía española, ya que los visitantes británicos se dejan cada año 17.500 millones de euros, mientras que las exportaciones a este país alcanzan los 18.950 millones, con un superávit de más de 7.500 millones. Además, también podría haber repercusiones para ciertas empresas, como Iberia, ya que al tener su sede en Londres podrían perder la posibilidad de realizar vuelos entre ciudades comunitarias, lo que incluye los trayectos dentro de España. De hecho, el Fondo Monetario Internacional calcula que un Brexit duro podría costar dos décimas al PIB español en los próximos años, esto es, cerca de 2.500 millones de euros.
La subida de tipos de interés pone en jaque la sostenibilidad de la deuda
Durante los últimos años, España ha contenido la escalada de deuda gracias a la bajada de los tipos de interés y al crecimiento del PIB, que no sólo ha facilitado un aumento de los ingresos sino que también ha diluido el volumen de deuda en un mayor tamaño de la actividad. Sin embargo, el déficit estructural es el más elevado de Europa, en el 3,1% del PIB, y se mantendrá en esta cifra tanto en 2019 como en 2020, según la Comisión Europea. Esto indica que el ajuste de los últimos años se ha debido fundamentalmente a los efectos del ciclo económico, por lo que también se puede revertir si las cosas cambian. Y la coyuntura puede alterarse fácilmente si el Banco Central Europeo da comienzo a la subida de tipos de interés, ya que esto supondría un alza de los costes de financiación que o bien habría que compensar con ahorros en otras partes o bien subiendo impuestos, lo que limitaría el crecimiento, o bien deteniendo la consolidación fiscal. Y esto, a su vez, impulsaría los tipos de interés, como se ha visto en países como Italia. El problema añadido es que una restricción del crédito debilitaría las inversiones por parte de las empresas, que son necesarias para seguir dando un impulso al PIB, especialmente con el desmantelamiento de las reformas estructurales.
La guerra arancelaria amenaza el comerio internacional
Las transacciones internacionales están sufriendo una notable desaceleración en los últimos meses, hasta el punto de que la Organización Mundial del Comercio ha dado la voz de alarma por la caída de de los nuevos pedidos y el menor tránsito de ciertas mercancías, como los componentes electrónicos, los automóviles o los productos agrarios. Por un lado, la industria automotriz se ha visto muy afectada por la introducción de nuevas normas en Europa, pero esto por sí sólo no explica el grueso de la caída. La mayor parte de este frenazo se debe muy probablemente a la incertidumbre que ha supuesto la guerra comercial desatada por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, contra China. De hecho, esto habría provocado que muchos envíos se adelantaran a los últimos meses del año, para garantizar las existencias de determinados productos y bienes intermedios, pero que al mismo tiempo se paralizaran los nuevos pedidos para el arranque del año. Aunque EEUU y China han firmado una tregua y la semana que viene se reunirán dos delegaciones de ambos países para tratar de rebajar el conflicto, se trata de una tarea muy complicada en tanto que EEUU padece un gran déficit comercial y Trump quiere frenar las transferencias tecnológicas al gigante asiático.
El frenazo de la demanda chinapone a prueba a los emergentes
La guerra comercial se ha sumado a la progresiva desaceleración que azota a la economía china desde hace algunos años. La pérdida de confianza entre los consumidores del país tras el 'cierre' de la primera potencia global está hundiendo el consumo, mientras que la inversión pública es insuficiente como para mantener el avance del PIB. Además, hay que tener en cuenta que China pudo generar un gran crecimiento en el pasado gracias a la implantación de la industria pesada facilitada desde el Estado, pero es muy complicado repetir el mismo proceso al mismo ritmo con las nuevas tecnologías, especialmente si EEUU planta cara a la política de transferencias tecnológicas. El problema añadido es que China no es sólo la gran fábrica del mundo, sino también una gran consumidora de materias primas y productos intermedios provenientes del sudeste asiático, por lo que una menor actividad acabará repercutiendo sobre ellos.Esto es especialmente preocupante, en tanto que muchos de estos países y sus empresas habían adquirido una gran cantidad de deuda en los años anteriores (y buena parte de ella, nominada en dólares) que podrían tener dificultad para pagar si sus perspectivas se deterioran.
El avance de los populismos compromete el proyecto europeo
El avance de los populismos en Europa es cada vez más patente. Ya no se trata únicamente de partidos que gobiernan pequeños países o que tienen una fuerte presencia en el parlamento nacional, sino que tras la formación del Ejecutivo en Italia, sustentado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, tienen un acceso directo al corazón de la eurozona. También en Francia, donde gobierna el antipopulista Emmanuel Macron, estos movimientos han conseguido imponer buena parte de su agenda a través de la revolución de los 'chalecos amarillos'. Por otra parte, algunos partidos están aprobando políticas cercanas al populismo con el objetivo de contener el avance de estas formaciones, como está sucediendo en España. Todo ello dificulta la gobernabilidad de la eurozona, debido a que los populistas tratan de presionar a Bruselas para incrementar el déficit (lo que limita el colchón fiscal de cara a una nueva crisis) al tiempo que plantean medidas que reducen el dinamismo de la actividad económica (lo que hace a los países más vulnerables a este tipo de problemas) y ponen trabas a la construcción de la nueva arquitectura institucional de la eurozona (dificultando la adopción de soluciones conjuntas frente a las turbulencias). Un cóctel explosivo.
Cuenta final para evitar un Brexit caótico
Pese a los acuerdos preliminares entre Londres y Bruselas, la posibilidad de un Brexit caótico sigue existiendo. Además, la incertidumbre por los posibles giros que pueda tomar la situación crece a medida que se acerca la fecha límite del 29 de marzo. El día 14 de este mes está previsto que se vote en el Parlamento el acuerdo con Bruselas, decisión que podría alargarse hasta el 21. En un escenario sin acuerdo, Reino Unido sería el gran perdedor, pero ningún país quedaría en una situación mejor que en la actualidad, dado que es muy difícil liquidar de un plumazo 40 años de convergencia regulatoria y relaciones entre ambos bloques. De hecho, el FMI señaló que todos los países saldrían perdiendo con ello, especialmente aquellos donde los vínculos económicos con Reino Unido son más intensos, como es el caso de Irlanda, Alemania, Holanda o España. Aunque el Gobierno de Pedro Sánchez prepara una ley para paliar los efectos de un Brexit caótico, la economía española tiene mucho que perder tanto en lo relativo al turismo como en relación a las exportaciones. Por un lado, uno de cada cinco turistas extranjeros en España es británico, y se dejan cada año 17.500 millones de euros en el país. Por otro, España registra un superávit comercial de 7.500 millones con las islas.
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