martes, 7 de noviembre de 2023
Santiago Alba a las claras....
¿Quién está a favor de Palestina?
07.11.2023 Tiempo de lectura del artículo: 10min
Por Santiago Alba Rico
Escritor, filósofo y ensayista
Hace unos días escribía yo un tuit con el contenido siguiente: “Cuando a las democracias no les importa el bombardeo de civiles y a los que denuncian el bombardeo de civiles no les importa la democracia, la democracia está acabada. Israel ha iluminado ese abismo abierto entre Occidente y el resto del mundo. Por él caeremos todos”.
La concisión del formato reclama quizás algunas explicaciones. Vivimos en un mundo fragilísimo en el que los regímenes democráticos liberales (a los que uno se aferra ya como gato panza arriba y contra el propio ideario transformador) están en retroceso y en el que, como causa y como efecto, la confianza en las instituciones democráticas deriva en picado hacia el precipicio. Fruto de su pasado colonial y de su impulso imperialista, Europa y EEUU han tenido siempre muchas dificultades para convencer al resto del planeta de las bondades de sus principios y sus reglas, como lo demostró la respuesta del sur global a la criminal invasión rusa de Ucrania, interpretada en muchos casos como una respuesta natural a la arrogancia intrusiva de los occidentales.
Europa, he dicho otras veces, es una buena idea y un mal ejemplo. En Ucrania respondió por una vez a los valores en los que dice fundarse; lo hizo, desde luego, contra las cuerdas y guiada por razonamientos estratégicos e intereses espurios, pero tanto los ucranianos como los defensores del derecho internacional no pudimos dejar de felicitarnos de una postura que impidió la anexión imperialista de Ucrania a Rusia. Como quiera que Europa ha sido casi siempre un mal ejemplo, buena parte del sur global desconfió de las intenciones; e incluso en el propio continente tanto la ultraderecha rampante como la vieja izquierda estalibana justificaron de algún modo el golpe de Putin.
Es en este contexto global de fragilidad democrática en el que se produce la brutal operación miliciana de Hamás y la respuesta genocida de Israel, cuyos bombardeos han asesinado en las tres últimas semanas a 10.000 palestinos, la mitad de ellos niños. Si no por convicción, al menos por interés estratégico, Europa y EEUU, tras condenar los crímenes de guerra de Hamás, tenían que haberle parado los pies a Israel en nombre de la misma legalidad internacional cacareada en Ucrania. Que las democracias liberales, en un momento de contracción inquietante, hayan hecho exactamente lo contrario abre aún más la fosa que separa a nuestros gobiernos de los gobiernos y ciudadanos del resto del mundo, cada vez menos dispuestos a dejarse regir por los dobles raseros de Occidente. Las democracias han abandonado a la Palestina ocupada a su suerte mientras que la defienden y apoyan regímenes autoritarios -incluido el ruso- y poblaciones a las que importan cada vez menos, y con razón, las luchas democráticas. Incluso si no nos sentimos concernidos por los niños muertos, incluso si se consigue evitar la extensión del conflicto, las consecuencias de esta hipocresía brutal son ya devastadoras para la democracia y para el derecho internacional.
Es muy probable que Biden pierda las elecciones por su apoyo incondicional a Israel; es seguro que aumentará el antisemitismo europeo; es inevitable que la violencia sufrida por los palestinos se traslade a nuestras ciudades, donde la islamofobia contribuye a criminalizar a las víctimas. ¿Y con qué fuerza moral denunciaremos a partir de ahora las dictaduras, los atropellos de China o de Rusia, los atentados terroristas?
La pregunta es: ¿no hay nadie a quien le importe al mismo tiempo el bombardeo de hospitales y la democracia? A algunos sí, pero esos ya perdieron la batalla. ¿Nos acordamos de Siria? Los sirios que se levantaron en 2011 contra la dictadura de Al-Asad, que se organizaron en coordinadoras locales democráticas, que durante más de un año rechazaron tanto la internacionalización como la militarización de la revolución, fueron abandonados por las democracias occidentales, pero también por la izquierda global, que apoyó los crímenes de la tiranía, la intervención de Irán y los bombardeos masivos (¡contra hospitales y panaderías!) de Rusia. El régimen sirio, hoy de nuevo rehabilitado e hipócritamente pro-palestino, es responsable de al menos doscientas mil muertes violentas, entre ellas las de trece mil presos ahorcados en la cárcel de Saydnaya.
Lo podemos exponer así: la causa ucraniana ha sido maldecida por el favor de las democracias occidentales; la causa palestina por el favor de regímenes autoritarios e izquierdas “anti-imperialistas” hipócritas y simplistas. Israel ilumina, por desgracia, todos los dobles raseros. Tras los bombardeos de Gaza, aplaudidos o permitidos por la UE y por EEUU, los ucranianos, obligados a votar contra Palestina (y contra Cuba) en la Asamblea General de la ONU, se quedan definitivamente solos. Tras los bombardeos de Gaza, los palestinos, que estaban más solos que nunca, vuelven a depender, para una supervivencia insegura, de las dictaduras árabes, de Irán y de la propia violencia organizada. Nadie se lo puede reprochar, pero todos lo lamentaremos.
Porque no puede olvidarse una cuestión central. Cualquiera que defienda las políticas genocidas de Israel, cuya existencia no está amenazada, defiende el supremacismo colonial y la Ocupación ilegal de Palestina. Sabemos de qué lado está y lo reprobamos con ética indignación. No es tan fácil, en cambio, con los que se dicen pro-palestinos. ¿Sabemos lo que dice el que dice que está a favor de Palestina? ¿Que está a favor de la justicia, la legalidad internacional y los DDHH? No siempre. No se puede ser hoy pro-israelí y estar a favor de la legalidad internacional y los derechos humanos. Eso es imposible. Pero se puede ser pro-palestino y ser, al mismo tiempo, antisemita. Se puede ser pro-palestino y ser al mismo tiempo prorruso. Se puede ser pro-palestino y apoyar a Bachar Al-Asad. Se puede ser pro-palestino y estar a favor de Irán, el Estado Islámico y la dictadura de Sisi. Se puede ser pro-palestino y abandonar a los sirios, los ucranianos y los saharauis.
Una amiga tunecina muy querida, atea y de izquierdas, me defendía el otro día la violencia de Hamas en la medida en que había dado visibilidad a la causa palestina, olvidada por las juventudes árabes, pero enseguida manifestaba su preocupación por las dificultades que encontraba a la hora de explicar a sus compañeros de trabajo, muy afectados por los bombardeos, la diferencia entre israelíes, sionistas y judíos y de evitar la glorificación de Hamás como única alternativa a la Ocupación de Palestina. En un contexto de frustración regional, de polarización global y de cinismo colonial, la conciencia del sufrimiento palestino no te convierte automáticamente en defensor de la Humanidad.
Es ahí donde se juega el destino del mundo. No tanto en la lucha contra Israel como en las diferencias políticas entre los defensores de los palestinos. Los bombardeos de Israel, como decía, han iluminado todos los dobles raseros, también los de una izquierda que abandonó a los sirios y ha sido cicatera con los ucranianos. Los bombardeos impunes de Israel, y la hipocresía criminal de los occidentales, hacen difícil a veces ser pro-palestino y estar a favor de la democracia, la legalidad internacional y los acuerdos pacíficos entre los pueblos. El proyecto colonial de Israel, lo sabemos, se alimenta de esa dificultad que ella misma alimenta sin parar: necesita que los propalestinos seamos antisemitas, fanáticos religiosos y amigos de dictaduras. La supervivencia misma de la humanidad, en cambio, depende de romper esa maldición. Ese es el verdadero desafío al que debemos responder los defensores de la justicia en Palestina y en todo el mundo.
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