Alejandro González Iñárritu: "Algún idiota dijo una vez que el tiempo es dinero. Esa frase ha destruido el mundo"
Por Ixone Díaz Landaluce - XL Semanal
Hollywood se ha rendido a los pies de este director indomable. A su nuevo proyecto, con un Leonardo DiCaprio aporreando las puertas del Oscar, ya se lo conoce como el 'Apocalypse now' del siglo XXI, tras un rodaje épico en Canadá. Consagrado hace un año gracias a 'Birdman', hablamos con el último 'killer' del cine.
Un enorme póster de 'Birdman' preside la entrada de la oficina de Alejandro González Iñárritu en Santa Mónica, California. Hace apenas un año, el director mexicano triunfaba con aquella reflexión sobre el ego y se llevaba, de paso, cuatro Oscar a casa, incluido el de mejor director. Era el colofón a una carrera sembrada de títulos elogiados por la crítica como Amores perros, 21 gramoso Babel. Pero Iñárritu, que nos recibe en una oficina tan austera que cuesta creer que pase tiempo en ella, no está precisamente saboreando las mieles de aquel éxito. Ha estado demasiado ocupado para eso.
Un año después de consagrarse en Hollywood, el cineasta nacido hace 52 años en México D. F. vuelve a aspirar a todo con El renacido, una cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio y basada en la novela de Michael Punke sobre la historia real del cazador Hugh Glass, que en 1820 fue atacado por un oso y abandonado a su suerte por sus compañeros.
El rodaje de la película ha sido la comidilla de Hollywood en los últimos meses. Iñárritu pasó cinco años buscando localizaciones vírgenes y las encontró en Canadá. Luego se empeñó en rodar cronológicamente y utilizando únicamente luz natural. Para eso confió en su director de fotografía de cabecera: Emmanuel Lubezki, ganador de dos Oscar consecutivos [Gravity y Birdman] y que, según todas las quinielas, podría hacer historia llevándose la tercera estatuilla en tres años. Hubo problemas de presupuesto, una climatología endiablada y hasta la necesidad de trasladarse a Argentina para rodar la escena final que el cambio climático se encargó de derretir antes de tiempo en Canadá. Pero Iñárritu perseveró. Y la leyenda del Negro, como lo conocen sus amigos, no ha hecho más que engordar gracias a este rodaje épico.
XLSemanal. ¿Cuál es su estado de ánimo cuando está a punto de estrenar una película en la que ha invertido varios años de trabajo?
Alejandro González Iñárritu. Entre exhausto y satisfecho. He sobrevivido. Esta película es de las que te pueden matar. Me abrió en canal. Fue una aventura irrepetible.
XL. ¿Qué le fascinó exactamente de la historia de un cazador del siglo XIX?
A.G.I. Para mí, era una oportunidad de explorar las razones por las que un ser humano sigue luchando por vivir cuando lo ha perdido todo: la salud, la esperanza, a su familia... Además, es una época social y políticamente muy interesante e inexplorada.
XL. ¿Cómo era aquel continente salvaje?
A.G.I. Un auténtico crisol: había muchos nativos americanos, la esclavitud funcionaba en gran parte del territorio, México se acababa de independizar de España... Por un lado, estaban los ingleses; por otro, Bonaparte había llenado el país de franceses. No había petróleo ni oro, porque el Oeste aún no existía y la mayor industria de los Estados Unidos era la de las compañías peleteras. Mientras las mujeres lucían sombreros de piel en Europa, aquí se producía un auténtico exterminio animal. Muchas de estas cosas me recuerdan a lo que estamos viviendo ahora.
XL. ¿En qué sentido?
A.G.I. Tenemos la misma incapacidad de entendimiento y la misma intención de aprovecharnos del otro. El capitalismo fundamentalista de hoy se parece mucho al de aquella época. La codicia es un fantasma hambriento que nunca está satisfecho. Igual que Donald Trump: es multimillonario, pero no es feliz con eso, también tiene que ser presidente. Es no entender qué coño estamos haciendo aquí, cuál es nuestra relación con la naturaleza y con el resto de los seres humanos. Estamos ciegos. Aquella época sembró la semilla de esta.
XL. Entre la película que uno piensa que va a hacer y la que finalmente acaba haciendo ¿hay muchas diferencias?
A.G.I. Yo siempre parto de una visión que luego se va transformando. En este caso, tuvimos muchas dificultades físicas, emocionales y financieras. Pero las grandes crisis te hacen encontrar motivos más profundos que ahora me parecen transcendentales. Encontrártelos así puede ser aterrador, pero estoy muy satisfecho.
XL. Se ha hablado mucho de este rodaje, es casi el Apocalypse now moderno. ¿Fue para tanto?
A.G.I. Sí, fue muy extremo. La anécdota de la que parte la película, un hombre atacado por un oso y abandonado que logra sobrevivir, es un hecho improbable. Y como artista mi deber es hacer probable lo improbable. Ahí están la ilusión y la magia. De alguna forma, la odisea de estos personajes se convirtió en nuestra propia odisea durante un rodaje a grandes altitudes, bajísimas temperaturas y un lenguaje cinematográfico en el que insistí, quizá de manera irresponsable. Lo comparo con la escalada libre. Una vez que emprendes el camino, no hay forma de bajar. O subes o te mueres.
XL. Hablando de lenguaje cinematográfico, dice que rodar en plano secuencia es como hacer el amor sin condón. Explíquese, por favor.
A.G.I. [Se ríe]. De alguna forma, el condón es un artificio que no permite el contacto real. Y cuando ruedas en plano secuencia una escena épica en medio de un paisaje brutal donde la avalancha tiene que llegar justo cuando la cámara se mueve y el actor se gira, solo tienes una toma, una oportunidad. Se convierte en una experiencia vital donde hay un contacto con la realidad que no logras si la ruedas fragmentada. Es más amoroso y menos pornográfico.
XL. ¿Y le había avisado a Leo DiCaprio de las condiciones extremas del rodaje?
A.G.I. Sí, todos lo sabíamos. Nunca mentí. Todo el mundo sabía que sería difícil, largo e incómodo. Y eso se transmite en la película. Cuando le conté cómo quería hacerlo, me dijo: «¡Estás de broma!». Pero luego le emocionó el reto. Le gustan los desafíos.
XL. Si analiza su filmografía, ¿qué diría que tienen en común sus películas?
A.G.I. Aunque no es deliberado, la relación filial entre el padre y el hijo siempre está ahí. Y yo mismo me pregunto: «¿Por qué?». Yo tenía una gran relación con mi padre, que murió el año pasado. Y sigue estando conmigo cada puta noche. Me despierto soñando con él. Todos somos hijos y todos somos padres. Y estamos definidos por esa relación.
XL. ¿Y cómo se lleva usted con su hijo?
A.G.I. Genial... A veces [se ríe]. También quiere hacer películas y creo que tiene talento. A mi hija le gusta la fotografía. Tengo una relación estupenda con los dos, aunque es difícil porque son adolescentes. A veces, te gustaría matarlos. Pero los quiero [se ríe].
XL. ¿El Oscar le pone o le quita presión a un cineasta?
A.G.I. Yo no siento ninguna presión. Los Oscar no me quitan el sueño. De hecho, el boom deBirdman coincidió con el rodaje de El renacido, así que me perdí casi toda la promoción. Para mí, los Oscar fueron como una fiesta de fin de semana. Y creo que por eso fue muy saludable. De todos modos, si alguien hace una película para ganar un premio, tiene un problema serio. Sería un sinsentido.
XL. Pero hay mucho dinero en juego, no puede ser ajeno a esa presión...
A.G.I. Es cierto. Esta película tiene una gran responsabilidad económica. El cine nació infectado por el virus del dinero, ahí residen su complejidad y la gran contradicción. Pero, para mí, la auténtica presión es lograr transmitir la dimensión espiritual del personaje, su mundo interior, el contexto histórico, social... Si eso cala en el público, esa es la victoria.
XL. ¿Y qué tal se lleva con los mandamases de los estudios?
A.G.I. En realidad, esta es la única película de estudio que he hecho y en la que he tenido un apoyo incondicional. El presupuesto era altísimo y yo era consciente. No es un blockbuster, pero tampoco una cinta pequeña. Y eso es peligroso. Aunque sabíamos que podíamos tener muchas dificultades, nunca dudaron. Me resulta admirable en un contexto en el que se hacen películas como si fueran pasta de dientes.
XL. Todos los directores arrastran una reputación. ¿Cuál cree que es la suya?
A.G.I. Soy consciente de que exijo una dedicación y un rigor brutales, pero siempre soy el que más da. No puedo pedirle a nadie algo que yo no estoy dispuesto a dar. Pero tengo el mismo equipo desde hace 20 años, así que algo estoy haciendo bien. Y sí, defiendo a muerte mi visión, porque, si no, ¿para qué lo hago? No soy un hombre de negocios, pero soy un hombre responsable manejando el dinero. Y luego, como en toda empresa, desde en la consulta de un dentista hasta en un periódico, se producen las diferencias y los conflictos. Es lo normal en las relaciones humanas. Al final tienes que preguntarte: «¿Valió la pena?». Y para mí esta película valió cada centavo que gastamos y cada conflicto que vivimos.
XL. Junto con usted, mexicanos como Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro también triunfan en Hollywood. ¿Qué hay detrás de este boom?
A.G.I. ¡Los tacos! Los buenos tacos, que son pocos [se ríe]. A ver, supongo que es una visión particular del mundo, lograr el difícil equilibrio entre tener tus raíces y desarrollar alas para volar a cualquier lado. Saber que en cualquier parte del mundo puedes encontrar experiencias humanas similares más allá de banderas y estupideces nacionalistas. Yo creo que hemos roto con esa visión, con esos prejuicios. Aunque lo de ciudadano del mundo suene un poco romántico, yo me siento así. Me entristece oír hablar de nacionalismos enfurecidos, me parece un regreso a lo primitivo. Creo que hay que romper con la tribu.
XL. Durante su discurso en los Oscar dijo: «Rezo porque los mexicanos seamos capaces de construir el Gobierno que nos merecemos». ¿Cómo es ese Gobierno?
A.G.I. Igual que muchos gobiernos se desprendieron de la Iglesia hace décadas, México debería desprenderse de las corporaciones. Ningún Gobierno debería tener integrantes que, por un lado, sirvan a la comunidad y, por otro, sean asesores de empresas privadas.
XL. Las famosas 'puertas giratorias'...
A.G.I. Exactamente. Eso ha generado un grupo de poder que domina las dos áreas. Y se ha creado una impunidad total a través de leyes que protegen a esas compañías que, a su vez, compran a las instituciones. No solo pasa en México, en los Estados Unidos es prácticamente la sangre del país.
XL. Hace poco pronunciaba un discurso apasionado sobre los «soñadores indocumentados». ¿Qué le pide al próximo presidente de los Estados Unidos en materia de inmigración?
A.G.I. El presidente es un tipo sometido a una viciosa guerra ideológica, por eso les pediría a los gobernantes de ambos partidos que, simplemente, pongan en marcha de una vez el Dream Act y legalicen a más de 12 millones de mexicanos que llevan toda su vida aquí beneficiando a ambos países. El mayor ingreso de México, más incluso que el petróleo, llega de sus inmigrantes. Y gran parte de la economía de Estados Unidos está sustentada en el trabajo de los mexicanos, mientras siguen siendo una población invisible, sin derechos y sin voz. Antes que resolver los conflictos en Siria o en Irak, habría que arreglar este problema. Es una vergüenza que se lleve retrasando 20 años.
XL. Declaraciones incendiarias como las de Donald Trump no ayudan demasiado...
A.G.I. Donald Trump es un pobre hombre que lo único que tiene es dinero, aunque también es rico en ignorancia. Algún idiota dijo una vez que el tiempo es dinero. Y esa es la frase que ha destruido el mundo, la peor frase de la historia. Cuando el sentido de la vida reside en el dinero, se acabó todo. Y este hombre encarna esa idea.
XL. Sí, pero sigue liderando las encuestas entre los líderes republicanos...
A.G.I. Trump es una especie de payaso, incluso sus seguidores lo saben. Él es un hombre de negocios que está invirtiendo en su propia marca, que es él mismo, a través de las provocaciones y los insultos. El problema es que los medios abracen eso en lugar de hablar de quienes proponen ideas o soluciones. Reales.
XL. Visitó España por primera vez en 1981. ¿Cómo lo marcó aquel viaje iniciático?
A.G.I. Me marcó muchísimo. Tenía 17 años cuando me subí al barco. Primero, hice una travesía por el Misisipi y, más tarde, llegué hasta Barcelona. Mi segundo viaje me llevó a otras partes de Europa y África. Muchos años más tarde, me di cuenta de que las películas que rodé fuera de México fueron en Memphis, en Barcelona, en Marruecos... Aquella era la primera vez que salía de mi barrio y tuvo un impacto profundísimo en mí. Yo no sería quien soy si no hubiera tenido aquella experiencia.
XL. ¿Qué recuerdo guarda de aquella España de principios de los años ochenta?
A.G.I. Recuerdo que entonces Madrid olía a una mezcla de tabaco, sudor y gambas al ajillo [se ríe]. Los coches eran muy pequeños y la gente vestía de manera muy formal. En Barcelona recuerdo cómo los hombres se amontonaban alrededor de los quioscos de las Ramblas para comprar revistas pornográficas. No eran imágenes de tías con las tetas fuera, eran cosas verdaderamente brutales, más allá de la pornografía. Viví noches memorables de flamenco y grandes sobremesas. Me encanta la sobremesa española.
Cinco claves para entender a Iñárritu
El padre como referente. Iñárritu es el pequeño de cinco hermanos. Su padre, Héctor González Gama, fallecido el año pasado, fue un rico banquero, pero cuando Alejandro tenía 5 años se declaró en bancarrota. «Mi padre tenía una difícil relación con el éxito, quizá porque nunca lo tuvo. Siempre me decía: 'Si algún día tienes éxito, saboréalo y escúpelo inmediatamente. Es veneno'». El director de cine estaba muy unido a su padre, «la persona más adorable que puedas imaginar».
Los viajes iniciáticos. Con 16 y 18 años realizó dos viajes que le cambiarían la vida, uno de los cuales incluyó España. «Mi padre me dio mil dólares. Con ese dinero pude viajar por Europa y África. Esos mil dólares me aportaron experiencias increíbles y la inteligencia emocional que viene con ellas». De aquellos años recuerda la paciencia de su madre. «Mi madre esperaba poco de mí y tenía sus razones. Yo era un problema a los 17 años. Si yo tuviese un hijo como yo, tampoco tendría muchas expectativas».
Días de radio y música. Iñárritu suele bromear con que se dedicó al cine porque se le daba mal la música. Confiesa que su película favorita es Hair, de Milos Forman, aunque matiza que porque quería ser un hippie. Comenzó su carrera como locutor de radio en una emisora de música rock en 1984. «Solo hay un requisito para ser director de cine o cualquier tipo de artista: ritmo. Si no lo tienes, es imposible hacer algo que vibre. Puedes tener el conocimiento, las herramientas, hasta las ideas, pero sin ritmo estás jodido».
María Eladia 'forever'. «Me enamoré de mi mujer en el momento en que oí su nombre. Alguien dijo: 'Va a venir al cine con nosotros María Eladia Hagerman'. Y pensé: 'Guau, qué gran nombre'. Es un nombre raro, antiguo, y el apellido sonaba como al helado Häagen-Dazs. Fue la combinación de esas dos cosas. En ese momento, ya estaba enamorado. Luego, la vi y me dije: 'Oh, Dios mío, tiene que ser mía'». Llevan casados más de dos décadas. Ella es diseñadora y un sólido apoyo en todas sus producciones.
En el nombre de los hijos. Los Iñárritu tienen dos hijos: María Eladia, de 20 años, y Eliseo, de 18. En 1996 perdieron a otro hijo, Luciano Mateo, de una afección respiratoria a los pocos días de nacer. Según el director, la muerte del bebé «marcó mi vida». Ese drama lo impulsó a dejar la publicidad y hacer Amores perros, película que le dedicó al bebé. «Mi hijo murió muy pequeño. Me rebanaba la cabeza tratando de entender a qué había venido ese chiquillo al mundo. Quizá a hacerme madurar a mí. La muerte de mi hijo me ayudó a ver la existencia de forma distinta y me instó a dejar de perder el tiempo».
Un oscar ya para Dicaprio. «El trabajo de DiCaprio en El renacido es único, porque apenas habla. Se expresa con sus ojos y su lenguaje corporal, casi como si fuera una coreografía. Y para eso no solo necesitas oficio, talento y la experiencia de casi 30 años, debes tener un don para la empatía y un entendimiento profundo de la experiencia humana. Presenciarlo fue impresionante. Y sí, evidentemente creo que se merece el Oscar».
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