Del estado de alarma al reequilibrio político
1.-La desescalada. Una fina capa de hielo
El miércoles de la semana pasada, la canciller federal Merkel y los 16 presidentes de los länder alemanes acordaron unas medidas de distanciamiento social que aligeraron aún más el confinamiento suave a que habían sido sometidos los ciudadanos por causa del coronavirus; un confinamiento mucho menos riguroso que el decretado en Francia, Italia o España porque la lucha de los germanos contra la pandemia se ha basado sobre todo en la aplicación de tecnología. Todos los actores políticos germanos reconocieron la eficacia del modelo federal para afrontar la crisis pero finalmente el consenso se agrietó y Merkel se retiró de la primera fila para dejar el mando en manos de los entes federados (en todas partes cuecen habas). De cualquier modo, aunque en Alemania la epidemia se ha controlado mucho mejor desde el inicio, el establishment ha reconocido la extrema gravedad de la amenaza y la delicadeza de la situación. Tschentscher, vicepresidente de la Conferencia de presidentes de los Länder y alcalde de Hamburgo, ha admitido que el país “anda sobre una fina capa de hielo” en este asunto de la COVID-19, que podría agrietarse en cualquier momento con consecuencias catastróficas.
Kiko Llaneras, un ingeniero y analista experto en modelos computacionales y big data, uno de los fundadores de Politikon, ha explicado recientemente que la pandemia, en tanto no se consiga un tratamiento clínico eficaz —una vacuna o un antiviral—, podía y puede enfrentarse de dos maneras: “una bruta y otra virtuosa. La bruta es confinarnos, que sabemos que funciona pero tiene un coste enorme. La virtuosa son las estrategias sofisticadas de test, rastreo y aislamiento”.
Todo esto lo hemos aprendido de la experiencia. El confinamiento da resultado porque interrumpe los contagios, cuyo periodo máximo de incubación es (se supone) de un máximo de 14 días, pero no resuelve del todo el riesgo de los contagiados asintomáticos y sólo resulta eficaz si se generaliza completamente con un coste económico exorbitante (cada semana de confinamiento representa para España una caída del 0,8 % de PIB, según el FMI). El otro sistema, el del test y aislamiento, consiste en rastrear a toda la población para detectar infectados (que pueden ser asintomáticos), y tras localizar a cada uno de ellos, rastrear sus contactos para someterlos a cuarentena. El rastreo se hace bien mediante métodos digitales y automáticos (el GPS de los móviles), bien a través de técnicas detectivescas y manuales, hasta conseguir aislar a todos los sospechosos, a todas las personas que han estado cerca del foco.
En nuestro país, como se recordará, se intentó este segundo procedimiento al principio… Pero pronto se perdió la pista al supuesto ‘infectado cero’ cuando se vio que la contaminación llegaba dispersa y se extendía de forma incontrolable, probablemente porque, como en los demás países más afectados —los que más movimiento internacional registran—, el virus llegó a nosotros por distintas vías y mucho antes de que tuviéramos conciencia de la infección. Como es conocido, tras desatarse la epidemia en España se descubrió el caso de un fallecido en Valencia de neumonía por el coronavirus quince días antes de la aparición oficial en nuestro país del covid-18.
Los modelos que habría que imitar, explica Llaneras, son Taiwán y Corea del Sur, pero también Islandia y Alemania. “Este último —dice—, como explicaba Bill Gates recientemente, quizás sea el más fácil de reproducir: ‘Requiere entrevistar a todo el mundo que da positivo y usar bases de datos para asegurarnos de que se sigue a todos sus contactos’. La tecnología digital móvil y el big data, unidos a un gran número de analíticas PCR (Proteína C reactiva), han conseguido limitar extraordinariamente la expansión.
Este miércoles, nuestro Congreso de los Diputados otorgó al gobierno autorización para prorrogar el estado de alarma dos semanas más. El principal partido de la oposición, que se ha abstenido, no sólo ha mostrado así su irrelevancia al no poder impedir la medida sino que ha mostrado con crudeza su desorientación. Parece ocioso decir que ya no hay tiempo de aplicar el método alemán (para el que no estábamos preparados) y que el confinamiento no tiene alternativa. Y si las cosas son de este modo, ¿cómo podía apoyarse la confusión de interrumpir el camino emprendido, que está dando ya visiblemente sus frutos? ¿Es suficiente motivo el hecho de no formar parte de la mayoría para justificar el recurso al disparate? El delirio del Partido Popular ha tenido además un corolario estremecedor: la presidenta de la Comunidas de Madrid, Díaz Ayuso, ha solicitado la subida de un grado del desconfinamiento tras hablar con los empresarios, reconociendo que con esta demanda desatiende los consensos de los expertos.
El desconfinamiento gradual planeado por el gobierno, que se desarrollará con prudencia de forma asimétrica y utilizando el método de prueba y error (lo que implica que podrá haber alguna marcha atrás en la apertura), ha sido aplaudido prácticamente sin excepciones por la comunidad científica. He aquí unas declaraciones de Luis Enjuanes, investigador del CSIC, considerado el mayor experto español en el coronavirus: el científico ha asegurado en una entrevista periodística que, en su opinión, el Gobierno “está haciendo una desescalada con mucha prudencia” y ha subrayado que, bajo su punto de vista, el Ejecutivo “lo está haciendo bien”. En concreto, el científico celebra que la desescalada haya sido “repartida en el tiempo por si hay que volver atrás y no se están desmontando hospitales de emergencia”…
2.-El reequilibrio político: el regreso de Ciudadanos
Ciudadanos fue el partido responsable de que, por la desorientación de su líder (acreditada por el electorado en las urnas), hubiera que repetir las elecciones de abril de 2019, que habían arrojado una clara mayoría de centro-izquierda (180 escaños), frustrada por el deslizamiento espurio a estribor del que había sido partido centrista por antonomasia, hasta llegar a pactar no sólo con el PP sino también con la extrema derecha de VOX. El bloqueo consiguiente generado por aquella súbita inclinación obligó a celebrar nuevas elecciones en noviembre, en las que Ciudadanos, que llegaba a ellas con 57 escaños, obtuvo solamente 10, lo que obligó lógicamente a Albert Rivera a dejar la política y marcharse a otra parte.
La alianza PP-Ciudadanos-Vox ya se había ensayado tras las elecciones andaluzas de diciembre de 2018, ganadas por el PSOE, tras las que se formó un gobierno apoyado por las tres formaciones. Entre las elecciones generales de abril y las de noviembre de 2019, se celebraron en mayo las elecciones municipales y autonómicas, en las que se reprodujo la coalición tripartita, que daba entrada franca a la extrema derecha en los gobiernos de las instituciones. En Madrid, por ejemplo, el PP consiguió tanto el ayuntamiento capitalino como la comunidad autónoma gracias a su pacto con Ciudadanos y al respaldo de VOX.
Tras aquel periplo, era lógico que quienes, después de un largo proceso sucesorio, se situaron al frente de Ciudadanos, con Arrimadas a la cabeza, reflexionaran sobre el más espectacular hundimiento de un partido en toda la etapa democrática. La pretensión de Rivera de convertirse en líder del hemisferio derecho, descabalgando a un partido como el PP que, a pesar de hallarse en horas muy bajas, tiene una gran implantación económica, social e intelectual en el país, era descabellada, y así lo dictaminaron los electores. Ciudadanos había nacido como una fuerza centrista destinada a evitar que el bipartidismo imperfecto tuviera que pivotar sobre los nacionalismos periféricos, y por ello, en su primera fundación, se proclamó a la vez liberal y socialdemócrata, emulando al FDP alemán, un partido liberal que fue eficacísima bisagra en su país entre socialcristianos y socialdemócratas, que gobernó con ambos y que aportó ideas originales y luminosas a la política europea.
La reconstrucción de Ciudadanos no era/es tarea fácil, y Arrimadas, brazo derecho del antiguo líder, tenía que producir un deslizamiento verosímil y por tanto gradual, que ha empezado a notarse. La decisión de apoyar al PSOE de Pedro Sánchez en la renovación del estado de alarma por otros quince días es probablemente el pistoletazo de salida de un retorno al centro que puede ofrecerle oportunidades de supervivencia. Significativamente, Girauta, uno de los más convencidos paladines de la derechización y la megalomanía, daba el portazo definitivo tras saber que Arrimadas apoyaría ayer al Gobierno; ello indica que la dirección emprendida por C’s es la correcta.
Así las cosas, el PP queda desguarnecido por la izquierda, tan sólo arropado a su derecha por la peligrosa compañía de VOX. Casado ni siquiera podría impedir que, si el deslizamiento de Ciudadanos toma cuerpo, el PP termine perdiendo la mayoría de sus principales bastiones territoriales. Lo que le sitúa en una tesitura peligrosa: si refuerza su componente centrista para evitar el crecimiento de C’s, corre el riesgo de que Vox lo ridiculice y lo abandone. Y si estrecha lazos con Vox, el centro quedará fuera de su alcance, ya que lo lógico es que la evolución de Ciudadanos incluya su creciente alejamiento de Vox.
Esta pasada semana, Casado tuvo la ocasión de mostrar su talla de estadista desmarcándose de la simple coyuntura y reconociendo que, una vez iniciada la vía del confinamiento generalizado —ya se ha sugerido que España no dispone de tecnología ni de medios para emprender la vía virtuosa del rastreo, mediante millones de tests que hubiesen permitido aislar a los contagiados, como han hecho Alemania e Islandia—, no era posible desmontarlo súbitamente sin poner en riesgo muchas vidas y prolongar no se sabe hasta cuándo la amenaza. En cambio, se ha puesto en ridículo al agravar tanto los errores y maquinaciones de Sánchez que después no ha tenido sentido la simple abstención, que por cierto le han impuesto sus propios ‘barones’ territoriales. El espectáculo ha resultado chusco y deprimente.
Sea como sea, hoy, la única salida posible del atolladero es, sigue siendo, la de que el gobierno mantenga el control de la movilidad de las personas. Por ello, el partido que aspira a protagonizar un día la alternancia tenía la obligación de admitirlo y de reconocerlo patrióticamente. Tampoco era tan difícil de entender.
3.-Llamada a la esperanza
Antón Costas, gallego afincado en Cataluña, es uno de los escasos intelectuales españoles cuyo prestigio personal sobrenada el proceloso océano de las adscripciones partidistas. Catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona, ha presidido el Círculo de Economía, es uno de los analistas más agudos de la prensa española y ha asesorado técnicamente a gobiernos liberales y socialdemócratas. Sus textos siempre son atinadas referencias que centran la realidad y la proyectan, de forma que marcan tendencia.
Lo cierto es que la eventualidad de una pandemia, que según ha recordado Felipe Sahagún ya fue tomada en consideración en las dos Estrategias de Seguridad Nacional redactadas después de 2013 sin que se adoptase precaución alguna, nos ha desconcertado a todos, empezando por el gobierno, acabando por la oposición e incluyendo a los distintos sectores de opinión. La crisis económica derivada de la crisis sanitaria, que ha obligado al confinamiento de toda la población, no tiene precedentes y es tan difícil de evaluar como de atacar, de forma que la ciudadanía, perpleja, no sabe a qué carta quedarse: algunos optimistas predicen que el trayecto que recorreremos es una simple y tranquilizadora V, otros pesimistas pronostican que será más bien una demoledora L, y de momento el gobierno de la nación afirma que será una V asimétrica, lo que puede querer decir casi cualquier cosa. Por esto los analistas mostramos tantas dudas en la disección de la nebulosa realidad y por esto también es tan necesaria una opinión fundada, de prestigio, que oriente a una sociedad desatentada que, por añadidura, ve cómo la política, en el sentido más peyorativo del término, lo crispa y lo contamina todo: no es difícil observar cómo sectores de oposición sentirían un indescriptible alborozo si la pandemia se lo llevara todo por delante, con tal de desacreditar al gobierno.
En este marco, la opinión de Costas es reconfortante: tras describir el panorama, incluida la previsión de una caída del PIB del 9,2% al terminar el año, explica que “Las comparaciones con etapas pasadas son inadecuadas. Recordar ahora que caídas trimestrales de esa magnitud solo se habían producido durante la guerra es mezclar churras con merinas. Las cifras son similares, pero las realidades económicas, sociales y políticas son totalmente diferentes. Ahora somos más ricos, tenemos amortiguadores para contener el golpe y capacidades para remontar el vuelo. A diferencia de las bombas en una guerra, el virus no ha destruido riqueza (edificios, fábricas, carreteras, puentes, vías férreas), y esto hace más fácil la recuperación. Lo urgente ahora es evitar el pánico y mantener la calma. El pánico podría empeorar las cosas, provocando una deflación, que es el peor escenario“.
Y explica la metáfora del avión trimotor: dos de los motores están en las alas, uno es el sector público y el otro el sector privado, y el tercero está en cola y es el sector exterior. La aparición del coronavirus interrumpió los intercambios, lo que paró el motor de cola. Poco después, para proteger a los ciudadanos del contagio, los gobiernos pararon sus economías, con lo que un segundo motor, el del sector privado, quedó al ralentí. “Afortunadamente —añade Costas—, los gobiernos actuaron con sentido común. No desactivaron el motor del sector público, como sí hicieron en 2010 con la llamada ‘austeridad fiscal’ “, y el avión se mantiene en el aire. En esta ocasión, los gobiernos se han convertido en ‘pagadores últimos’, nacionalizando las nóminas de las empresas que no han conseguido mantener la actividad y permitiendo sobrevivir a las familias (son los ERTE); además, los bancos centrales son prestamistas últimos, ‘bancos de sangre’ que suministran liquidez a las empresas. De esta forma, el avión sigue volando con un solo motor, aun con dificultades, en espera de que la comunidad internacional se normalice, recomiencen los intercambios y, controlada la pandemia, la economía privada vuelva a ponerse en marcha.
En estas circunstancias, concluye Costas, lo importante es que los gobiernos no entren en pánico, conscientes de que el aumento de la deuda y el déficit no es estructural, por lo que hay que actuar con gran energía para enderezar el rumbo y remontar el vuelo. En definitiva, hay esperanza.
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