sábado, 4 de mayo de 2024
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LA DEMOCRACIA SEGÚN TOCQUEVILLE
Alexis de Tocqueville defendió la democracia como el mejor de los sistemas políticos, pero supo anticipar los peligros que un deficiente ejercicio democrático podría tener para las naciones.
09 OCTUBRE
2023
La democracia según Tocqueville
Retrato de Alexis de Tocqueville, Théodore Chassériau, 1850
Artículo
Pablo Cerezal
Pablo Cerezal
@pablo_cerezal
¿Puede el sistema democrático conducir al despotismo? En principio, democracia y despotismo son principios antagónicos, pero en la actualidad, gracias a los sistemas democráticos, asistimos al empoderamiento de tendencias políticas más cercanas a la represión de las libertades que a su ensalzamiento. Y lo paradójico es que, justamente, la democracia nació como un sistema político que pudiera asegurar la libertad individual.
En 1831, el entonces magistrado francés Alexis de Tocqueville viajó a Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario. Llegó a una nación casi recién constituida y que, pocos años antes, había abrazado el sistema democrático como el adecuado para regir sus designios. Tocqueville, más allá de sus intenciones iniciales, se sumergió en el análisis del sistema democrático estadounidense. De aquel viaje surgiría su obra La democracia en América, y su vida tomaría un nuevo rumbo al abandonar la magistratura y entregarse a la producción intelectual y la política.
Tocqueville defendió la democracia como el estado natural al que se veía abocada la sociedad. El ánimo de igualdad es algo que, según el pensador, viene animando a los ciudadanos desde siglos atrás, en un proceso imparable. Para él, toda sociedad es aristocrática o democrática, y solo en la democrática los hombres son legalmente iguales y libres. Ese era, en su opinión, el más claro beneficio del sistema democrático.
Durante su carrera política, fue elegido diputado en 1839 y mostró sus paradojas intelectuales al condenar tanto la Revolución de 1848 que acabó con la monarquía de Luis Felipe de Orleans, como el golpe de Estado de Napoleón III, que acabó con la Segunda República, durante la que fue ministro de Exteriores. Él mismo se declaró como un «demócrata de cabeza y aristócrata de corazón».
Para Tocqueville, toda sociedad es aristocrática o democrática, y solo en la democrática los hombres son legalmente iguales y libres
Según Tocqueville, la democracia puede derivar en la independencia y libertad de los ciudadanos o en su servidumbre. Así, finaliza La democracia en América afirmando que «las naciones de nuestros días no pueden impedir la igualdad de condiciones en su seno; pero de ellas depende que la igualdad les lleve a la servidumbre o a la libertad, a la civilización o a la barbarie».
El principal riesgo de abrazar el sistema democrático de manera no ponderada, aseguraba Tocqueville, reside en el hecho de concentrar el poder en unos gobernantes libremente elegidos por la mayoría. La concentración del poder daría paso, así, al despotismo de esa mayoría, que conduciría al resto del pueblo, de manera tiránica, en todos los actos de su vida.
No obstante esta visión funesta de la democracia, Tocqueville creía que era el mejor de los sistemas políticos, y establecía las condiciones para evitar que derivase en despotismo. Condiciones que dependían, en gran medida, de los propios ciudadanos, a los que animaba a participar en asociaciones cívicas a favor del bien común. Consideraba dichas asociaciones como condición sine qua non para el establecimiento de un gobierno que no centralice el poder.
Otra condición para combatir el despotismo es la cultura de los ciudadanos, ya que la mediocridad es el alimento básico de las tiranías. La masificación que provoca la igualdad democrática, aseguraba Tocqueville, destruye la excelencia y crea entre la ciudadanía la entelequia de la igualdad intelectual.
Para evitar la concentración del poder, Tocqueville propugnaba la proliferación de las instituciones municipales, ya que favorecen la fragmentación y la verdadera soberanía del pueblo.
La prensa, que ya sirvió para apuntalar los cimientos de la democracia estadounidense, era para Tocqueville «el instrumento democrático de la libertad por excelencia». Una verdadera libertad de prensa facilita la multiplicación de medios escritos para hacer llegar diferentes modos de pensar a la ciudadanía.
El sistema judicial estadounidense le sirvió para reclamar la independencia absoluta de los jueces. El Tribunal Supremo federal de los Estados Unidos no dicta las leyes, pero puede dejar de aplicarlas si las considera contrarias al espíritu constitucional. Así, el poder judicial se convierte en el más apto para defender las libertades cuando el gobierno amenace sus persistencia.
Por último, Tocqueville defendía a ultranza que siempre se garanticen los derechos individuales. Cuando la soberanía popular gobierna los designios de la población es cuando más se necesita defender estos derechos individuales, ya que corren el riesgo de quedar ninguneados por la concentración del poder y acabar, así, con la verdadera libertad.
Tocqueville defendió la democracia como el mejor de los sistemas políticos, pero, como aseguró en su obra póstuma, El Antiguo régimen y la Revolución, su aprendizaje es extremadamente arduo. No vendría mal revisar sus consejos para lograr dicho aprendizaje. Tal vez ayudaría a que, definitivamente, democracia y despotismo pudiesen ser fijados como conceptos efectivamente antagónicos.
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