martes, 25 de marzo de 2014

A los Vivitopes....

Atrio: con los cinco sentidos


Gonzalo Torres / Isabel Sánchez
Visualmente perfecto, exquisito, cálido, armónico, emocional... Atrio es un espacio que debe vivirse en y con todos los sentidos. Hotel, restaurante y bodega convierten el proyecto de Toño Pérez y Jose Polo en una experiencia sensorial.primir
Nada de lo que se haya oído anteriormente prepara para la experiencia de llegar a la Plaza Mayor de Cáceres, subir por las escaleras que dan al Arco de la Estrella, callejear por uno de los cascos históricos más bonitos y mejor conservados del mundo y encontrarte, en un recodo de la Plaza de San Mateo, con la entrada del Hotel-Restaurante Atrio.
No hace falta más que cruzar la puerta para darse cuenta de que Atrio no es solamente un negocio, sino también el proyecto de vida de dos personas entrañables, Toño Pérez y Jose Polo, que se apoyan en un equipo de lujo comandado por la directora del hotel -Carmina Márquez- para hacerte sentir como en casa. La hospitalidad y el buen trato al cliente es la principal seña de identidad de un lugar que está hecho por y para el disfrute, en el que se percibe una permanente sensación de paz.
Para empezar, el edificio, hilo conductor de toda la experiencia Atrio, es arquitectura con mayúsculas. El tristemente fallecido Luis M. Mansilla y Emilio Tuñón idearon un entorno en el que todo parece tener una razón de ser. Con la luz natural como protagonista, el espacio común se ha decorado de forma exquisita con una colección de mobiliario de inspiración nórdica y una serie de obras de arte que dan la impresión de haber sido creadas para el lugar en el que se encuentran: Saura, Tàpies, Rueda, Warhol, Baselitz... 
Muebles diseñados, la mayoría, por Hans J. Wegner y fabricados por ebanistas daneses, piezas también del diseñador Poul Kjaerholm, sofás de Erik Jorgensen, grifería de Arne Jacobsen, lámparas de Louis Poulsen... y todo el edificio realizado en roble en blanco o natural y suelos de granito negro Zimbabwe. El gusto y la sensibilidad de los propietarios resultan apabullantes.
Gastronomía, evolución
Por supuesto la experiencia Atrio no es completa sin un eje fundamental, la gastronomía (2 Estrellas Michelin y 3 Soles Repsol). Aquí hotel y restaurante son la prolongación el uno del otro, con los mismos protagonistas al frente. Jose vigila que todo en la sala funcione correctamente. Y en la cocina, Toño Pérez que, como buen extremeño, siempre ha sentido apego a los sabores de la tierra y ha defendido una cocina enraizada, sin renunciar a diversos guiños a cocinas y productos «de fuera», cada vez más evidentes en su propuesta. 
Si bien es cierto que aquí siempre se ha comido de forma excelente, nuestra última visita ha sido, sin duda, la mejor de todas. Y es que las creaciones más recientes del menú degustación son, al menos, tan brillantes como sus clásicos. El menú comienza con una suave y agradable «zamburiña en tartar, con perla de cítricos» que da paso a una serie de platos en la parte central del menú verdaderamente sublimes: el «Bloody Mary, con helado de cebolletas», candidato a plato del año; la «Ostra en dos pases»- una más clásica con melisa y mostaza y otra frita, con fresas y kimchi, totalmente rompedora- ; los «guisantes falsos con cochino crujiente y crema de verdaderos guisantes», con mil matices; y la magnífica «gamba marinada con crema agria de caviar». Muy sugerentes también otros platos como la «loncheja ibérica con calamar y curry» o el «venao con peras en negro torrefacto» (sorprendente, y no sólo por su presentación). Como postres, destacar el ya clásico «binomio de Torta del Casar en contraste de membrillo y aceite especiada» y un trampantojo: «la cereza, que no es cereza». 
Entre medias, imposible resistirse a la célebre «careta de cerdo ibérico, cigala y jugo cremoso de ave», un mar y montaña tradicional de la cocina de Toño, de los que se quedan grabados y nunca se pueden dejar de pedir. Este último plato está también incluido en el otro menú, denominado «de siempre», una selección que nos pasea por las distintas épocas de Atrio, y en el que además encontramos propuestas como las «milhojas de boquerón con vinagreta de avellanas», el «capuchino de hígado de pato con boletus y maíz» o la «criadilla de tierra, pasta y hongos».
Estancias llenas de paz
Esa sensibilidad y la constante búsqueda de la perfección se refleja, como no, en las estancias del hotel, hechas en pro de la felicidad del huésped. Uno entra en Atrio con curiosidad, expectación y mucho respeto por todos esos sueños acumulados durante años. Lo que encuentra es serenidad y el deseo de que la experiencia no acabe nunca. Las habitaciones, en consonancia con el resto del espacio, están decoradas con mobiliario escandinavo de diseño y todas ellas incluyen piezas de arte. La suite, entre 60 y 100 metros cuadrados - según disponga de una o dos habitaciones-, ofrece hermosas vistas a la Plaza de San Mateo. Por cierto que la estancia es redonda si se completa con uno de los mejores desayunos de hotel de España, antítesis de los «buffet» de aluvión. Frutas naturales con yogurt griego, migas con huevo, bocadillito de jamón ibérico, dulce de leche con barquillo, exquisita bollería, mantequillas y mermeladas caseras... Todo servido en mesa, habitación, patio o terraza, dependiendo de las preferencias del huésped.
La bodega
Primero los números: 3.000 referencias y 35.000 botellas. Cifras abrumadoras que, sin embargo, palidecen ante la calidad de las mismas. Se necesitarían muchas líneas para poder explicar convenientemente cómo es la bodega de Atrio, pasión personal de Jose Polo. Pero baste decir que la carta de vinos no es tal, sino un elegante libro, casi un tratado, en el que previamente a cada listado se comentan de forma detallada las características de las distintas regiones y variedades vitivinícolas del mundo. Si bien no hay duda de que la carta no tiene puntos flacos, lo que destaca muy especialmente es la selección de tintos franceses: verticales de casas míticas que dejan con la boca abierta (Chateau d'Yquem, Petrus, Margaoux, Lafite, Latour, Romanée Conti, etc.), añadas inverosímiles que comienzan a principios del siglo XIX... Solamente la contemplación de las botellas en la cripta ya pone el vello de punta.


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