Rusia puede abusar de la diplomacia energética
Jorge Blázquez* (@blazquezlidoy) es doctor en economía y miembro de Economistas Frente a la Crisis. Fue presidente de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos.
Hace unos
días Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia pidieron
conjuntamente a Estados Unidos que acelerara al máximo sus posibles
exportaciones de gas natural licuado hacia estos países. Y es que el
conflicto en Crimea ha puesto otra vez al descubierto el punto débil
europeo en temas de seguridad energética: Rusia.
Históricamente,
Rusia ha sabido cómo gestionar a favor de sus intereses la extrema
dependencia del continente europeo de su gas natural. En sus manos, la
energía es un arma diplomática formidable. Es un mal que afecta en mayor
o menor medida a casi todos los miembros de la Unión, y del que solo se
salvan algunos países como España. Nuestra principal debilidad —la
carencia de interconexiones gasísticas y eléctricas con Europa— se ha
convertido en una extemporánea fortaleza durante esta crisis. Pero el
hecho de que estemos aislados de los efectos adversos de un posible
corte en el suministro del gas ruso, no es una buena noticia a medio y
largo plazo.
El miedo
europeo ante un posible problema de suministro de gas ruso no es
infundado. Ya en 2006 y en 2009 cerró la llave del gas, golpeando, la
última vez, la economía de 18 países europeos en pleno mes de enero.
Seguramente a Putin no le temblará el pulso si tiene que hacerlo de
nuevo.
El miedo europeo ante un posible problema de suministro no es infundado: ya en 2006 y 2009 el gobierno ruso cerró la llave del gas
Lejos de ser
un actor secundario, Rusia es el protagonista energético de la Unión
Europea, la región del mundo con un mayor nivel de dependencia exterior.
En conjunto, consumimos el 13,8% de toda la energía mundial y apenas
producimos el 6,5%. Este desequilibrio —el equivalente energético a unos
7.000 millones de barriles de petróleo anuales— se traduce en unas
importaciones enormes. La Unión Europea importa el 85% del petróleo y el
67% del gas natural que consume. Y de este último, el 30% procede de
Rusia.
¿Y qué?
dirán algunos; si falta gas ruso que se traiga de otro lado. Pero esto
no es posible y por eso Europa tiene un problema de seguridad
energética. El concepto de seguridad energética nace en 1911 cuando el
primer lord del Almirantazgo, Winston Churchill, tomó la decisión de
pasar el combustible de la flota británica del carbón al fuel para
hacerla más rápida que su oponente alemana. El carbón británico se
obtenía en casa, en Gales, y el petróleo, en Persia. La respuesta que
Churchill dio a un posible problema de suministro fue la
diversificación, idea central que sigue vigente hoy en día. Y es aquí
donde Europa no ha hecho bien sus deberes.
El mercado
del petróleo es muy diferente al mercado de gas natural. El del crudo es
un mercado global, donde la oferta se desplaza físicamente hacia la
demanda. Sin embargo y hasta hoy, el mercado del gas tiene un componente
mucho más regional. Con el tiempo, el gas natural licuado convertirá
también este mercado en global. Pero, de momento, la falta de
infraestructuras de licuefacción y regasificación convierte al gas en
rehén de las infraestructuras disponibles: los gasoductos.
Rusia ha sabido gestionar a favor de sus intereses la extrema dependencia del continente europeo de su gas natural
España e
Italia se abastecen fundamentalmente de gas del norte de África. Francia
produce casi toda su energía eléctrica con centrales nucleares. Reino
Unido se abastece del mar del Norte. Pero Europa Central y del Este
dependen masivamente de Rusia. El problema ante un eventual corte de
suministro de gas ruso es la falta de interconexiones, que hace
imposible suplir dicho gas con gas argelino procedente de España o
Italia, si fuera necesario. Tampoco Europa ha desarrollado una red
estratégica de plantas de regasificación, que podría aliviar un eventual
corte de gas ruso. Hay 16 plantas de regasificación en Europa
continental. No hay ninguna en Alemania ni Europa del Este.
Por
supuesto, Europa sabe que tiene un problema de seguridad energética y su
principal baza para remediarlo es más diversificación. Pero hoy por hoy
y a este respecto, Europa parece andar sin rumbo. Se discute desde hace
años el Proyecto Nabucco que traería gas de los países productores del
mar Caspio a través de Turquía. Pero de momento es solo un proyecto.
También pierde fuerza la gran apuesta europea en energía: las
renovables. Y la energía nuclear, tras Fukushima, parece descartada.
Aunque dado el nuevo escenario que se abre con Rusia, habrá que ver si
Alemania sigue adelante con su plan de cerrar sus 17 centrales nucleares
o si la factura hidráulica o fracking, que tiene un amplio rechazo social, gana enteros entre los Gobiernos europeos.
La falta de interconexiones gasísticas y eléctricas con el continente convierte a España en una isla energética
La falta de
interconexiones gasísticas y eléctricas con el continente convierte a
España en una isla energética, una ventaja en la turbulenta situación
geopolítica actual. Pero esta falta de conexiones es también el
principal problema para rentabilizar económicamente el faraónico
despliegue de infraestructuras de gas natural a medio plazo. España
cuenta con dos gasoductos que nos unen con África, seis plantas de
regasificación —más que cualquier país europeo— y grandes almacenes
estratégicos de gas. Sin conexiones con Europa estas instalaciones están
claramente infrautilizadas. Y eso que, en una situación como la actual y
dado nuestro nivel de infraestructuras de gas natural, España podría
desempeñar el papel de prestamista de última instancia.
En la crisis
de Crimea, Europa no puede jugar duro con Rusia y lo sabe. En un
combate diplomático y económico, Rusia puede dejar KO a Europa a las
primeras de cambio cerrando la llave del gas. Desafortunadamente, la
Unión Europea tiene una mandíbula energética de cristal y esto
condiciona el papel que puede jugar en Europa del Este y, posiblemente,
en el mundo. Una pena por Ucrania, que tan fuerte ha apostado por
Europa.
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