La derrota de Aznar
Tras la retirada de primera línea de Manuel Fraga y la llegada de Aznar al liderazgo de la derecha en 1990, este trató de poner en pie un proyecto político estable de centro-derecha capaz de competir con el sólido bloque socialista que se instaló en 1982 con la más holgada mayoría absoluta de la historia de estos cuarenta años largos de desarrollo del sistema democrático. Fraga no hubiera llegado nunca lejos por la pesada carga histórica que arrastraba y por su temperamento intemperante, pero hay que reconocerle su mérito de haber sabido domesticar relativamente a buena parte de sus antiguos conmilitones franquistas y evitar de este modo el surgimiento temprano de un partido neofranquista. Fuerza Nueva de Blas Piñar fue irrelevante y no llegó a influir en la vida pública española.
El PSOE, que llegó impetuoso al poder, obtuvo tres mayorías absolutas consecutivas en 1982, 1986 y 1989 (en estas últimas logro solo realmente 175 escaños, a uno de la mayoría absoluta), antes de que se hiciera perceptible su lógico y paulatino desgaste. Ha explicado Carles Castro en su Relato electoral de España (1977-2007) (y lo ha glosado después Javier Pérez Royo en un artículo periodístico) que la aparición en la escena política del CDS, que se adueñó sobre todo de parte de voto conservador, dificultó la puesta en pie de la opción simétrica del socialismo y prolongó la hegemonía del PSOE. Según Castro, aquella situación se mantuvo hasta que, tras las elecciones municipales de 1991, ya con Aznar al frente del PP, este partido ‘regaló’ la alcaldía de Madrid al suarista Agustín Rodríguez Sahagún, lo que generó una dinámica que acabaría en la absorción del CDS por el PP.
Aznar se sienta en la Moncloa gracias al desistimiento de González
Las consecuencias de aquella operación no se hicieron esperar: el PSOE, ya decaído por más de una década de poder, ganó por la mínima las elecciones de 1993 (9.150.000 votos y 159 diputados obtuvo el PSOE, 8.200.000 votos y 141 diputados el PP) y el PP ya se impuso, muy ajustadamente, en 1996, consiguiendo Aznar sentarse en la Moncloa gracias al desistimiento de González (desde el primer momento cedió el paso al partido más votado) y al Pacto del Majestic con CiU, gestionado por cierto por Rodrigo Rato con Pujol (para arrancar aquel apoyo Aznar tuvo que humillarse y reconocer que “hablaba catalán en la intimidad”).
Y Aznar construyó su proyecto político, radicalmente liberal, que incluía la desaparición del sector público empresarial y la plena desregulación económica, la liberalización del suelo, la interpretación conservadora del estado social, así como la congelación de la descentralización política (con algún intento recentralizador) que le enemistó frontalmente con los nacionalismos vasco y catalán.
En política exterior, rompió los cánones tradicionales e históricos y dio predominio al vínculo transatlántico sobre la pertenencia europea, divorciándose del eje francoalemán y alineándose con los anglosajones en la guerra de Irak, contra la voluntad expresa de la ciudadanía de aquí, que se manifestó masivamente contra aquel cambio indeseable. En el 2000, Aznar consiguió una clara mayoría absoluta y puesto que en 1996 había prometido que no permanecería en el poder más de dos mandatos, en 2004 cedió voluntariamente el testigo presidencial a Rajoy pero pretendiendo seguir controlando el proceso político entre bastidores. Era aquel un proyecto a largo plazo para que permaneciera el PP en la Moncloa durante un dilatado periodo de tiempo.
Los planes no salieron bien para el PP
Pero las cosas no le salieron bien al PP. Cataluña se había soliviantado por las políticas centralistas y Maragall formó en 2003 —elecciones a las que ya no se presentó Pujol— un “tripartito” con ERC e IC que comenzó a elaborar un nuevo Estatuto de Autonomía. Y llegaron los atentados del 11M de 2004, cuando en el PP ya sonaban las primeras alertas sobre un mal resultado imprevisto. Ante aquel terrible drama con más de un centenar de muertos, Aznar se aterró y equivocó la respuesta; mantuvo invariable la versión de la autoría etarra cuando ya era público y notorio que el atentado llevaba un claro sello islamista. La mixtificación de la realidad que se intentó hacer contribuyó al gran vuelco: el proyecto de Aznar se desmoronó como un castillo de naipes y surgió de la nada Rodríguez Zapatero con un proyecto progresista y modernizador que realizó cambios históricos y llevó el estado de bienestar a sus mayores cotas… Hasta la gran crisis.
En 2008, Zapatero revalidó el gobierno… pero la gravísima crisis económica hundió el proyecto socialista. En 2011, en unas elecciones anticipadas, Rajoy recuperó el poder para la derecha, y puso en marcha un durísimo plan de estabilización que frenó los desequilibrios a costa de provocar lesiones gravísimas al estado de bienestar y a la subsistencia de las clases medias. Aznar debió rebullir de esperanza cuando vio que el PSOE obtenía, con Rubalcaba al frente, los peores resultados de su historia.
Rajoy, sin embargo, no siguió la huella de Aznar; en economía, su liberalismo fue acomodaticio, y en lo social, se comportó con moderación. Por ello se ganó la enemiga de Aznar, quien comenzó a perder rápidamente fuerza y ascendiente a medida que iban estallando los casos de corrupción, muchos de ellos provenientes de su etapa de gobierno. El tesorero Bárcenas acabó siendo la figura paradigmática de una corrupción sistémica que se había desarrollado en los tiempos de Aznar. En todo caso, Rajoy fue autónomo en su legislatura 2011-2015, y Aznar, al frente de su fundación, FAES, acabó siendo un opositor incómodo más que un aliado.
Y llega la moción de censura
Pero encontró Aznar la ocasión del desquite con la moción de censura que descabalgó a Rajoy, quien dignamente decidió irse a casa. Realmente, no tenía otra opción.
Dimitido Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, que agrupaba tras de sí lo más templado del rajoyismo, fue derrotada por Pablo Casado, el hombre de Aznar, apoyado en el báculo extremoso de Cayetana Álvarez de Toledo. Volvieron a escucharse invocaciones recentralizadoras, propuestas antiguas que el PP había ido superando en el camino, discursos de una dureza extrema contra los adversarios.
Pero la posibilidad de reconstruir un gran PP con los mimbres aznaristas se desmontó pronto: si Ciudadanos ya había mermado los efectivos populares por el centro, el surgimiento de VOX representaba la fractura definitiva de la derecha, en una clara emulación del proceso francés. Un proceso que desembocó en la hegemonía del Frente Nacional (Ressemblement National ahora) y en la práctica desaparición de la derecha moderada fundada por Sarkozy, fruto de la reunión de los antiguos efectivos del RPR y de la UDF, republicanos y gaullistas.
Los líderes de VOX, provenientes del PP, han asumido los mensajes más duros de la derecha que Aznar representa, en tanto el PP queda en una incómoda posición tras haber experimentado la marcha de la mayoría de los herederos moderados de Rajoy. Borja Sémper el último de ellos.
En definitiva, el proyecto de Aznar ha fracasado… O no, si VOX termina adueñándose del hemisferio, como ocurrirá si Casado y sus jóvenes conmilitones no entienden que si no son capaces de aguantar el tipo frente a la presión de los ultras acabarán siendo engullidos por los populistas. Lo que sería una tragedia, no sólo para el PP sino para todo el país.
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