Asturias ha perdido la mitad de su empleo industrial en medio siglo de reconversiones
El mercado laboral ha virado hacia el sector servicios, que ha triplicado su peso, mientras que el agrícola y pesquero ha caído más de un 90%
Las estadísticas del empleo durante el último medio siglo en el Principado pueden considerarse solo números, pero más allá de las cifras, sin una sola letra, son capaces de narrar gran parte de la historia reciente de la región y, sobre todo, de su economía, sometida a sucesivas reconversiones. Todos los sectores que constituían su columna vertebral hace 50 años sufrieron duros ajustes que ahora dibujan una estructura que nada se parece a la de entonces. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, aquellos procesos no han llegado a culminarse y los recortes en minería y siderurgia o el declive del campo siguen acaparando titulares, cuando ahora se anuncian dos nuevas transformaciones que supondrán sendas revoluciones que coincidirán en el tiempo: la descarbonización y el desembarco masivo de robots en las empresas con el desarrollo de la inteligencia artificial. Las dos amenazan gran parte del empleo asturiano.
En este contexto, el martes y el miércoles se celebrará en la Junta General un pleno monográfico para analizar el estado socioeconómico de la región y, en concreto, de su sector industrial, una situación que aún bebe de las decisiones políticas tomadas hace décadas. La Asturias de hoy dista mucho de la de 1970, cuando el declive de la industria estatal basada en el carbón y la fabricación de metales solo podía comenzar a intuirse y estos sectores aún hacían gala de su enorme potencia. Sin embargo, en aquella región del tardío franquismo, ubicada en la periferia de un país que había quedado retrasado en su modernización, la agricultura y la pesca eran aún las labores que más personas empleaban, mientras que los servicios no habían comenzado a despuntar y el empleo femenino era, prácticamente, residual, algo que ya no sucedía en la Europa democrática. Había entonces en el Principado 413.000 ocupados, 27.000 más que ahora, aunque una clase media mucho menor y más empobrecida.
Medio siglo después, las mujeres suponen el 48% de los trabajadores de Asturias y el sector terciario es el gran protagonista de su economía. Emplea a tres de cada cuatro trabajadores, cerca de 295.000 personas, frente a las 129.000 de entonces, cuando su peso en el mercado laboral apenas superaba el 31% -ahora es el 76% y supone más del 71% del Producto Interior Bruto-.
En este medio siglo, el plantel de servicios no ha dejado de aumentar, con una población cada vez más urbana, con un consumo mayor, y con un sector secundario que incorpora masivamente los servicios a su actividad -comerciales, asesorías, departamentos jurídicos, seguros...-, hasta el punto de que en el precio del producto en sí mismo se integra el de estos.
Por su parte, la industria es responsable en la actualidad de un 20% de la riqueza que se genera en la región, aunque el empleo en esta actividad se haya desplomado a la mitad. Asturias tenía hace 50 años en este sector -incluyendo minería y energía- 110.000 empleados, destinados, sobre todo, a la producción de metales y a la extracción de carbón y, según la última Encuesta de Población Activa, ahora hay 53.600. Así, del 30% del peso que consiguió tener en el mercado laboral a mediados de los años setenta, se ha pasado a menos del 14%. La apertura de la economía y la necesidad de competir en el exterior, unidas a los avances tecnológicos que han disparado la productividad han hecho, sin embargo, que la producción pueda mantenerse o, incluso, mejorar.
Y todo este camino se realizó a través de grandes reconversiones, transformaciones a regañadientes, aunque necesarias para competir, que afectaron a la siderurgia, a los astilleros, a la minería..., pero que cada una obedecía a su propia lógica. De este modo, durante la primera gran oleada de ajustes en Ensidesa, a principios de los ochenta, Hunosa vivía un periodo relativamente tranquilo, impulsada por el fortalecimiento del carbón frente al encarecimiento del petróleo provocado por la guerra entre Irán e Irak.
Esta metamorfosis afectó a todo el tejido económico. A la vez que mineros y trabajadores del metal se levantaban en armas, la agricultura y la pesca agudizaban su larga agonía. En 1970, estos sectores suponían el 32,4% del empleo total de la región y rozaban los 135.000 trabajadores. Ahora rondan los 12.000 y no llegan al 3% del total. La caída es de más del 90%. Sin grandes manifestaciones como las que pudieron protagonizar otros sectores, el campo se ha ido vaciando, a la vez que las ganaderías se modernizaban y el sector pesquero perdía peso.
Economía de servicios
La terciarización de la economía se ha dado también en las demás regiones españolas, pero con menor impacto. En el resto de Europa, los cambios se habían producido previamente, con 10, 20 e incluso 30 años de antelación. En España y, por tanto, en el Principado, la gran transformación llegó de repente, después de la Transición. Tras algunas iniciativas de los gobiernos de UCD, los grandes cambios y sus reconversiones vinieron en las legislaturas de Felipe González, encargado de liderar esa modernización económica.
A pesar de los fondos que llegaron a Asturias -solo de los mineros, unos 6.000 millones-, el gran peso que tenía la industria y el sector del carbón, además de carácter estatal, hicieron que la región viviera con mayor virulencia que el resto las reconversiones, con dos periodos críticos: en los ochenta, con grandes ajustes en el metal y los astilleros, y los noventa, en una segunda oleada que coincidió también con los mayores recortes de la minería. Mientras, España se abría al mundo con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla.
Así, a la vez que la economía española se construía, en muchos casos desde cero, al Principado le tocaba primero desmontar su modelo para rehacerlo, un cambio drástico que exigió un esfuerzo ímprobo de desinversión y posterior inversión que no llegó a culminarse. Se cometieron errores, se reconoce ahora desde todos los ámbitos, pero lo cierto también es que el camino era y es complejo. De hecho, antiguas regiones industriales y mineras de Reino Unido, Alemania y Bélgica, que en muchos casos vivieron sus reconversiones antes que Asturias, siguen sin haber encontrado otro motor para su economía y equiparar su riqueza a la de otras zonas.
En la actualidad, el Principado aún está despidiéndose de la extracción de carbón sin que esta actividad haya podido ser sustituida por otra que dé empleo en las cuencas y, a pesar de los esfuerzos por su transformación, la región mantiene como motor la industria básica. El problema es que esta, frente a la transformadora, ofrece un menor valor añadido y compite mucho más directamente con la de países menos desarrollados, con mano de obra barata y menos restricciones ambientales. Cuenta, de hecho, con una menor capacidad de crecimiento, exige más inversión de capital por cada empleo y tiene una mayor inclinación a las deslocalizaciones, como se ha visto en el caso de Alcoa, pero también como se percibe en las advertencias que se realizan con frecuencia desde Arcelor. La siderúrgica lleva tiempo avisando de que puede ser más rentable traer desbastes de acero -productos semiacabados- de Brasil que producirlos en Asturias.
La competitividad se fía a las automatizaciones, que reducen el empleo, y los compromisos de descarbonización, cada vez más ambiciosos y sin que de momento haya algún tipo de ajuste en frontera para los productos de países extracomunitarios, suponen amenazas añadidas para el modelo económico regional, mientras se vive el fin de la minería, se avanza en el de las térmicas de carbón y se anticipa la transformación radical de la siderurgia. En este contexto, Asturias se enfrenta ya a su gran reinvención, quizás la definitiva.
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