Alfonso Palacio (Gijón, 1975), director del Museo de Bellas Artes de Asturias, no evita ninguna pregunta. Incluso se hace algunas a sí mismo y se las contesta sin rodeos. Los modales suaves, por momentos profesorales (no en vano proviene del ámbito docente de la Universidad de Oviedo, donde fue vicedecano) ocultan poco un carácter tenaz, de feroz defensor de su entorno y de la pinacoteca que dirige desde hace siete años. Ofrece sin pausa y de memoria, claro está, cifras y datos, la mayoría de cara al futuro. Un futuro en el que deposita grandes esperanzas.
-Hace trece años que se proyectó la ampliación del museo y cinco que se terminó. ¿Fue suficiente?
-En 2007 se pone la primera piedra de la ampliación del museo que, como sabe, se articuló en cuatro fases. La obra era necesaria por dos motivos. En primer lugar, porque había en los almacenes unos fondos ocultos que tenían la suficiente calidad como para ser expuestos; el museo estaba exponiendo alrededor de 470 obras y se tenía que habilitar más espacio: con la ampliación pasamos a mostrar unas 810. La segunda razón, muy importante también, era que los depósitos del museo estaban absolutamente colmatados y había que generar un espacio que oxigenara esos depósitos. La idea era, cuando se completara la segunda fase, albergar las 15.000 obras que tenemos y que ahora mismo están en diferentes almacenes.
-¿En qué estado se encuentra esa segunda fase?
-Nos gustaría sacarla adelante en esta legislatura y estoy convencido de que así será. Ya estaba planteada y diseñada por Patxi Mangado y consiste en la demolición del edificio anexo o de servicios para levantar un edificio nuevo que albergaría en su planta -2 el dique de carga y descarga y montacargas que ahora no tenemos para hacer operativos unos almacenes que sí están hechos ya en la misma planta de la primera fase de la ampliación. También se hará, y esto otra necesidad, un salón de actos en la planta -1. Desarrollamos una actividad enorme de conferencias, mesas redondas… y nos vemos obligados a habilitar como salón de actos una de las salas de la colección permanente. También incluiría despachos, el taller de restauración y algunas zonas para exposición.
-¿Es receptiva la Administración?
-Sí, creo que hay un empeño decidido por parte de la consejería de Cultura para que a lo largo de estos cuatro años cristalice esa fase dos del proyecto de ampliación. Con eso quedaría muy bien estructurado. Las fases 3 y 4 son intervenciones sobre los edificios históricos que están descartadas, porque no conducirían museológicamente a nada. Además, los edificios son BIC altísimamente protegidos, cuya intervención no es que no sea aconsejable, es que no es posible.
-¿Y no habría problemas de este tipo en la fase 1?
-No. El anexo es un edificio del siglo XX sin un gran valor arquitectónico y, en cuanto al subsuelo, en un primer momento se pensó acometer las dos fases de la mano y ya se excavó. Si bajáramos, veríamos una serie de zanjas dejadas por las excavaciones arqueológicas que se hicieron en su día en las que se encontraron restos que fueron llevados al museo Arqueológico. Lo que pasó fue que llegó la crisis económica y solo hubo dinero para finalizar la primera fase, que no se inauguró hasta marzo de 2015.
-Además de la ampliación, ¿cuáles son los grandes objetivos de esta legislatura?
-Son tres: como he dicho, la finalización de la fase 2. Luego, la dotación de un capítulo para compra de obras de arte que desde 2011 no tenemos. Desde el punto de vista presupuestario en 2020 no va a ser posible, pero esperamos contar en 2021 con dinero para ello. Y el tercer objetivo sería tratar de dar una mayor visibilidad, desde el punto de vista turístico, no solo al Museo de Bellas Artes, sino también al resto de equipamientos culturales.
-¿Cuánto dinero se necesita para comprar obras?
-Como digo, desde 2011 no contamos con presupuesto, pero el museo posee muy buenas colecciones y ha habido una política de trabajo de donaciones y depósito muy importante que en cierto modo suplió la política de compras. Y, sobre todo, hemos tenido la inmensa suerte de que en 2017 nos llegó como llovida del cielo la donación de Plácido Arango. Que en un momento de sequía alguien llegara y nos entregara 33 obras de lo mejor del patrimonio histórico artístico español, que incluso teniendo presupuesto hubiera sido difícil e incluso en algunos casos imposible incorporarlas… obras de artistas que no están en el mercado, por ejemplo Zurbarán, o de otros que sí lo están pero son inaccesibles, como por ejemplo Millares, que puede costar 600.000 euros. En el hipotético caso de disponer de dinero, ni siquiera nos habría llegado para comprar esa obra. Esa cifra sería la que podríamos disponer, mantenida una serie de años.
-Antes de eso también estuvo el legado Masaveu…
-Sí, fue un punto de inflexión, clave en la historia del museo. Supone un antes y un después en lo que es el ADN cualitativo y cuantitativo del centro. Pero fíjese que eso no fue una donación sino una dación, es decir, como pago de la familia por unos impuestos sucesorios cuando fallece Pedro Masaveu. Tuvieron que pagar 11.000 millones de las antiguas pesetas y 8.000 de esos decidieron pagarlos en 414 obras de arte. Hay que agradecer, desde luego, la generosidad que mostró la familia en la negociación para entregar esas obras.
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