Venezuela entre dos torpezas: la de Trump y la de Bolton
El controversial libro de John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional de Donald Trump, revela muchos detalles de la situación en Venezuela. Pero sobre todo echa luz sobre la postura perniciosa de Estados Unidos respecto a la nación sudamericana y América Latina.
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Cuando John Bolton llevaba menos de un año como asesor de seguridad nacional del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, surgió un rayo de esperanza en Venezuela.
En enero de 2019, tras casi dos décadas de una pésima gestión económica, el recrudecimiento del régimen autoritario y la profundización de la crisis humanitaria, la oposición —que por mucho tiempo había estado fragmentada— vio a un nuevo líder en Juan Guaidó, el presidente electo de la Asamblea Nacional, la última institución democrática en Venezuela. El gobierno de Trump de inmediato lo reconoció como presidente encargado del país, al igual que otros casi 60 gobiernos. Las expectativas para el fin del régimen dictatorial de Nicolás Maduro llegaron a un punto álgido.
El recuento de Bolton de lo que sucedió después, incluido en el capítulo “Venezuela libre” en The Room Where It Happened: A White House Memoir, el libro que escribió y que acaba de salir, es un poderoso recordatorio de cómo el gobierno de Trump —con una mezcla de falta de conocimiento, incompetencia y frivolidad— desperdició la oportunidad de ayudar a Venezuela a salir de su situación desastrosa.
Bolton critica a Trump por actuar de manera tan errática en las políticas sobre Venezuela. Al final, sugiere el exasesor, la estrategia de Trump solo se basaba en su agenda personal y reelección. Apenas meses después de declarar su apoyo a Guaidó como presidente legítimo del país, Trump estaba listo para abandonarlo y sugirió que era “otro Beto O’Rourke”, el excandidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos: alguien que arranca con fuerza, pero que se desinfla en el camino sin llegar a ningún lado.
Según Bolton, Trump también sugirió que la nación sudamericana en realidad formaba parte de Estados Unidos. Con esta revelación, entre otras, queda claro el gran problema de la caótica postura estadounidense respecto a Venezuela: tanto el presidente como su antiguo asesor creen que su país controla América Latina; uno por ignorancia, el otro por su deseo de revivir la Doctrina Monroe.
La política de la diáspora de Florida suele citarse como la razón principal por la que Trump hizo una excepción en el caso de Maduro en contraste con su habitual adulación de las figuras autoritarias . Aunque, según Bolton, Trump mostró su debilidad por los hombres fuertes incluso con Maduro, a quien describió como “duro” e “inteligente”, a diferencia de Bolton, Trump percibió de manera correcta que Maduro distaba de ser fácil de intimidar.
En una entrevista reciente, el intento de Trump de refutar el relato de Bolton empeoró las cosas. El presidente confirmó su disposición a reunirse con Maduro y sus dudas sobre Guaidó. Al final, el presidente estadounidense se vio obligado a echarse para atrás con un tuit, en el que se apega a la postura de su propio gobierno: “Solo me reuniría con Maduro para discutir una cosa: ¡su salida pacífica del poder!”.
Aunque el recuento de Bolton ofrece reflexiones sobre la postura paternalista de Trump y su indiferencia hacia lo que ocurría en Venezuela, tampoco deja bien parado al autor.
Bolton tenía mucha confianza en que una combinación de amenazas y sanciones dirigidas a Maduro haría que millones de venezolanos salieran a las calles, se intensificaría la presión internacional y, lo más importante, se convencería al ejército venezolano —el principal pilar de apoyo del régimen— de cambiar su alianza hacia Guaidó. Solo eran sueños guajiros, motivados por la ideología y alejados de la realidad.
No era razonable esperar que el ejército venezolano, por corrupto y criminal que pueda ser, sucumbiría ante las amenazas y los ultimátums —¡hechos mediante tuits!— provenientes de una potencia extranjera, en particular Estados Unidos. No mostraba reconocimiento ni comprensión de la historia de Estados Unidos en la región ni conciencia de que el nacionalismo y el orgullo de los militares venezolanos podrían complicar los planes de Washington.
Las declaraciones y promesas azarosas de amnistía parecían hechas por aficionados y no eran un buen sustituto de las negociaciones serias que habrían podido ofrecer protección y garantías reales a los militares y a otros funcionarios del régimen a fin de facilitar la transición a un régimen democrático. Al tiempo que Bolton no tenía dudas de que los militares se acercarían a la oposición, también estaba seguro de que Maduro permanecía bajo el control del régimen cubano. No cabe duda de que la empobrecida isla respalda al gobierno venezolano, sobre todo en materia de inteligencia de seguridad, pero Bolton no ofrece ninguna prueba de que La Habana tome las decisiones en Caracas.
Además, Bolton estaba totalmente convencido de que la imposición de duras sanciones al sector petrolero de Venezuela, que representaba buena parte de los ingresos del país, pondría en graves aprietos a Maduro y provocaría un cambio de régimen. Sin embargo, sus memorias dejan claro que las sanciones, en vigor desde finales de enero de 2019, se concibieron casi por reflejo y se implementaron con torpeza. Dentro del gobierno de Trump hubo poco pensamiento estratégico sobre cómo el instrumento de política exterior preferido por Bolton daría un resultado positivo.
Esas sanciones solo han afectado aún más al pueblo venezolano. No sorprende que sean muy impopulares y que puedan disminuir el apoyo de la oposición. El argumento de Bolton de que esa estrategia política acabará por funcionar no es creíble. Los expertos coinciden en que sin un esfuerzo diplomático sofisticado de por medio, las sanciones rara vez son efectivas.
Para gran asombro, el relato de Bolton nunca menciona el llamado Acuerdo de Oslo, las negociaciones organizadas por Noruega con el objetivo de encontrar una solución democrática que incluyeron a representantes de Maduro y Guaidó. Bolton no asume ninguna responsabilidad por la política fallida. Culpa a otros (al secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, al Departamento de Estado, a Colombia, al expresidente Barack Obama y al propio Guaidó) de socavar la política de sanciones que, según él, habría tenido éxito.
Es impactante que a Bolton nunca se le ocurrió consultar ni escuchar otras voces, en particular a los venezolanos que aún viven en su país. Cegado por la ideología, nunca preguntó: “¿Qué piensan de esta idea?”, “¿Qué posibilidades hay de que esto funcione?” o “¿Qué pasará si no funciona?”. El exfuncionario no consideró estrategias alternas para restaurar el gobierno democrático.
A Bolton le entusiasmaba Venezuela porque era una oportunidad para reinstaurar la Doctrina Monroe, la política estadounidense que prácticamente se convirtió en sinónimo de la intervención unilateral de Estados Unidos en América Latina. Como asesor de seguridad nacional, estaba decidido a evitar que China, Rusia e Irán ganaran terreno en Venezuela.
En la realidad, la Doctrina Monroe ha quedado obsoleta desde hace décadas, dadas las profundas transformaciones que se han producido en América Latina, Estados Unidos y el mundo. Bolton parece desconocer, o tal vez simplemente no le importa, que para la mayoría de los latinoamericanos esa doctrina deriva de una concepción neocolonial que no tiene cabida en el siglo XXI. Bolton está más cerca de la visión que tiene Trump de Venezuela como parte de Estados Unidos de lo que está dispuesto a reconocer.
Los resultados de las fantasías de cambio de régimen de Bolton y la indiferencia y vacilación de Trump respecto a Venezuela son terriblemente tristes. Mientras el presidente y su exasesor intercambian insultos, el país está en peor estado que nunca: Maduro gobierna, la oposición está en ruinas y la crisis humanitaria, exacerbada por la pandemia, continúa empeorando.
Michael Shifter es presidente de Diálogo Interamericano, un centro de pensamiento con sede en Washington que se centra en asuntos del hemisferio occidental.
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