Cómo ha cambiado la vida
intelectual francesa
- Hoy se hace difícil encontrar intelectuales defendiendo públicamente su postura
- en los grandes temas de debate político y social
El principio del fin de los intelectuales clásicos data en todo el mundo de los años setenta y ha venido a sumarse a un importante fenómeno político-ideológico: el declive histórico del comunismo y de las formas de pensar más o menos vinculadas a él; cabe mencionar, en este punto, al marxismo.
En este contexto, aparecieron en Estados Unidos los neocon, provenientes en parte de la izquierda trotskista, que han finalizado su trayectoria histórica en dirección hacia la derecha estadounidense más extrema, de tal modo que apoyaron activamente la actitud de Ronald Reagan y, posteriormente sobre todo, la de George W. Bush. La evolución intelectual y la evolución política, en sus direcciones principales, seguían la misma senda, la de la derechización.
En Francia, el proceso ha sido más complejo, por el hecho de la existencia, en el curso de este mismo período, de dos corrientes que avanzaban en sentido opuesto. En política, el cambio se veía marcado por la construcción de la izquierda unida y, posteriormente, por su llegada al poder en 1981; se trataba, en primer lugar, de una alianza histórica del Partido Socialista Francés, cuya reconstrucción se había iniciado en el congreso de Épinay en 1971, con el Partido Comunista. En la vida intelectual, el rechazo del marxismo y la descomposición del comunismo, que surgieron en este mismo contexto, colisionaron con este movimiento político que operaba en sentido inverso. Por una parte, François Mitterrand aprendía entonces el lenguaje marxista menos por convicción que por oportunismo y, después, se esforzaba en atraer al Elíseo los servicios de Régis Debray y permitirse, de vez en cuando, algún momento de vértigo revolucionario. Por otra parte, los nuevos filósofos vaciaban las papeleras de la historia al proclamar el final del marxismo y su alejamiento del izquierdismo y de su enfermedad senil, el comunismo.
Así fue como el french doctor Bernard Kouchner lanzaba en 1979 la operación un bateau pour le Vietnam (un buque en auxilio de los boat people vietnamitas) y reunía un comité de unos ochenta disidentes e intelectuales (me cuento entre ellos) con el objetivo de fletar un navío que se dirigiría al mar de la China para salvar del ahogamiento a los citadosboat people que huían del régimen comunista vietnamita con peligro de sus vidas. Con una rueda de prensa en el hotel Lutetia, presentó la iniciativa el (nuevo) filósofo André Glucksmann, flanqueado por Raymond Aron y Jean-Paul Sartre, reunidos por primera vez tras muchos años. La escena significaba la derrota histórica del segundo, identificado durante un largo período como un compañero de ruta del comunismo y para quien el marxismo había constituido un “horizonte que no puede superarse”. Los periodistas que se preguntan por qué actualmente los intelectuales franceses no se comprometen como en 1979 por los inmigrantes que arriesgan sus vidas en el Mediterráneo o en otros lugares no tienen en cuenta lo esencial: el éxito del comité que equipó el barco L’Île de Lumièrepara salvar a los boat people obedece a la conjunción de dos lógicas, una humanitaria y la otra, decisiva, política: el adiós al comunismo, al izquierdismo y al marxismo. Quienes querrían encontrar una dinámica comparable carecen de esta segunda lógica.
La izquierda que llegó al poder en 1981, habiéndolo ocupado salvo en los años 1995-1997 y 2002-2012, y que ha regresado con la elección de François Hollande, se ha opuesto al movimiento de derechización intelectual iniciado por los nuevos filósofos o bien lo ha ocultado. Lo tiene en primer lugar como contenido, incluido en su seno, donde las tendencias llamadassocial-liberales, que han cobrado bríos recientemente, se han opuesto durante mucho tiempo a otras, redistributivas, más clásicamente de izquierdas, aparte de que estas últimas se encuentran en la actualidad muy debilitadas. A lo largo del periodo de Hollande en la presidencia, el pensamiento crítico que habría podido desarrollarse por parte de intelectuales de izquierda se ha visto como congelado por una razón muy sencilla: ¿Cómo habrían podido sumar sus voces a las de la derecha, de la extrema derecha o de la extrema izquierda, atacando a un poder, criticable, ciertamente, pero percibido como de mayor valor que cualquier otra alternativa? Buena parte de los intelectuales de izquierdas, en consecuencia, se ha abstenido, para no correr el peligro de aparecer comotraidores a su campo.
Sin embargo, este periodo ya pasó (hasta tal punto parece haber fracasado el poder…) y se ha abierto una amplia brecha en la que han caído algunos intelectuales públicos que ya se habían mostrado más o menos hostiles a la izquierda en el poder y que se han beneficiado de un eco considerable en los grandes medios de comunicación, revistas, diarios, radio, televisión… compartiendo portadas: el escritor Régis Debray, los filósofos Alain Finkielkraut y Michel Onfray, además, sobre todo, del economista Jacques Sapir. Estos se entregan sin restricción a sus inclinaciones o tropismos soberanistas, antieuropeos, más o menos nacionalistas. Pueden, también, propugnar una concepción pura y dura de la idea republicana, evocadora y en algún sentido mágica y además represiva, sobre todo desde el punto en que se trata del islam.
Junto con otros, simpatizan con la perspectiva de una debacle generalizada de la izquierda en el poder y en ocasiones no desdecirían de la postura expresada por el Frente Nacional; las espitas se abrieron en el 2005 a cargo de Alain Finkielkraut en el diario israelí Haaretz a propósito de la selección francesa de fútbol: “Black, black, black (…) es algo que provoca expresiones de desprecio en toda Europa”, lo que no obsta para que estos intelectuales públicos se indignen ante la idea de ser considerados como una especie de portaestandartes de Marine Le Pen. Únicamente, tal vez, Jacques Sapir ha dicho, sin rodeos, que tarde o temprano habrá que negociar con el Frente Nacional.
Lo propio de los intelectuales clásicos es tener su individualidad y ser fuertes personalidades, aunque puede suceder también que se encuadren en un partido o se pongan al servicio del poder. Sería una equivocación meter a Onfray, Debray, Finkielkraut, Sapir y otros en el mismo saco como si pensaran de la misma manera y con las mismas categorías. Comparten sin embargo el adiós a la izquierda clásica, al Partido Socialista. Pero este adiós toma caminos muy distintos. El de Michel Onfray, por ejemplo, adopta una vía libertaria y durante un tiempo fue próximo a la izquierda de la izquierda, a un cierto izquierdismo aunque últimamente se ha distanciado de él; el de Alain Finkielkraut es tortuoso pues se compone de un nudo de conexiones desde donde quisiera poder seguir dos sendas que se bifurcan, por ejemplo encarnando a la vez la idea republicana en su faceta pura y dura y de hostilidad a toda visibilidad de particularismos en el espacio público, y por otra parte abrazando un estatus de icono en el seno de la comunidad judía de Francia, etcétera.
Si bien estos intelectuales no piensan votar al FN, no por ello dejan de profesar ideas próximas que legitiman a este partido. La ebullición que se organiza a su alrededor ya les va como anillo al dedo a los dirigentes del FN, a quienes se les cae la baba cuando los medios de comunicación cómplices suscitan mayor expectación.
No obstante, esto no constituye más que una etapa de un proceso que, desde luego, no ha llegado a su fin. Porque, dado que el poder continúa decepcionando y ahora que los diques de contención han saltado en lo concerniente a las ideas lepenistas, eventualmente revisadas a la baja a propósito de la desdemonización de este partido, el deshielo en la izquierda se acelerará y la palabra se liberará soltando la lengua. Y téngase en cuenta que pensadores de un tipo distinto de quienes han azuzado a los medios y al mundo de la comunicación son también atendidos, escuchados y crecientemente solicitados.
Estos otros pensadores difieren de los intelectuales públicos, que viven en la burbuja mercantil formada precisamente por los medios y el puntocom y no necesitan recurrir a grandes tiradas para sus libros. Son investigadores que surgen de los centros universitarios o bien difunden ideas o materiales basados en trabajos que apuntan alto y se benefician de presupuestos asignados por poderes públicos con requisitos exigentes y competitivos. Saben lo que es el rigor, el trabajo de fondo, el debate exigente entre homólogos, la confrontación con los estudiantes, la publicación en revistas dotadas de comités científicos. Trabajan en el campo de las ciencias sociales, pero también en el ámbito de una pluridisciplinariedad que puede extenderse a las ciencias naturales y las humanidades; se aprecia, por ejemplo, en el terreno de las ciencias cognitivas, las neurociencias o incluso las humanidades digitales.
Son, en buena medida, partidarios de una sociedad abierta y de una nación tolerante y se sitúan lo más lejos posible de todo espejismo de homogeneidad. Tienen sus opiniones, por supuesto, pero ante todo y de modo especial proponen análisis documentados e, incluso, eruditos.
Estos investigadores aparecen día a día en los medios de comunicación, ya se trate para intervenir en las páginas de debate de la prensa, aportar sus conocimientos –por ejemplo a partir de un hecho social determinado– o bien comentar la actualidad en una emisión televisiva; la mejor, la más seguida, es sin duda C dans l’air, presentada en France 5 por Yves Calvi.
En Francia existe también otra vida intelectual distinta de la que fascina en tal medida a los medios de comunicación en la actualidad haciendo el juego al Frente Nacional. Numerosos investigadores se han mantenido durante mucho tiempo relativamente apartados de la política, tal vez soportando algún sacrificio en los años del izquierdismo, del estructuralismo o del marxismo. Esta vía de la investigación se internacionaliza, no se limita a la actualidad francesa y a sus obsesiones electorales. Nuevas instituciones dan preferencia a esta vía, las creadas a finales de los años 2000, como los cuatro Institutos Avanzados de París, Lyon, Marsella y Nantes, las Escuelas de Economía de París y Toulouse, cuyo presidente Jean Tirole obtuvo un premio Nobel en el 2014, o el Collège d’Études Mondiales, de la Fondation Maison des Sciences de l’Homme, fundado en el 2011.
Hasta los años setenta, Pierre Bourdieu, Michel Foucault, Jacques Derrida, Alain Touraine, Roland Barthes y algunos otros gozaban en la esfera pública de una gran legitimidad y su persona era conocida mundialmente. Luego se desarrollaron las ciencias humanas y sociales y el número de investigadores se multiplicó al propio tiempo que desaparecía la mayoría de las figuras señeras de la época anterior. Sin embargo, este periodo llega tal vez a su fin, y el éxito mundial, pero también francés, del libro de Thomas Piketty sobre El capitalismo en el siglo XXI muestra que en lo sucesivo resulta posible, de nuevo, encarnar un pensamiento de izquierda con un impacto y un reconocimiento personal considerables.
Los investigadores en ciencias sociales se cuentan hoy día por millares sólo en Francia y un gran número de ellos participan en mayor o menor grado en el debate público. Tan sólo en mi entorno inmediato, y como les he conocido no sólo en mi propia vida científica sino también en los debates públicos y mediáticos, en la televisión o en la radio, puedo citar, entre muchos otros, en el campo económico a Jean Tirole, que anima la Escuela de Economía de Toulouse; a Thomas Piketty, que pertenece a la Escuela de Economía de París. Ambos también participan, como yo, en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París; puedo citar asimismo a Daniel Cohen, de la Escuela Normal Superior y de la Escuela de Economía de París, cuyo libro Le monde clos et le désir infini conoce un éxito inmenso, o a Marc Fleurbaey, profesor de la universidad de Princeton y miembro en París del Collège d’Études Mondiales que, entre otras actividades, anima una plataforma internacional sobre la justicia social, el International Panel on Social Progress (IPSP), que reúne a unos doscientos investigadores de todo el mundo. En materia de historia –en Francia, esta disciplina se inscribe en las ciencias humanas y sociales, sobre todo después de la época de esplendor de la Escuela de los Anales– me contentaré con citar a Serge Gruzinski, que encarna al mejor nivel la historia global y que rompe con elnacionalismo metodológico conducente, con demasiada frecuencia, al provincialismo o al etnocentrismo; o a François Hartog, especialista de la Grecia antigua, pero también de epistemología, conocido por su análisis del presentismo, ambos de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales.
La geografía humana es una disciplina en plena renovación en Francia, ya se trate de analizar el panorama internacional y la geopolítica, con Michel Fourier al frente de una cátedra en el Collège d’Études Mondiales, o bien de estudiar los territorios franceses, sobre todo con Laurent Davezies, del Conservatoire National des Arts et Métiers, cuyos trabajos de geografía electoral constituyen todo un referente. La filosofía política vive en Francia un período de energía y vigor, con Cynthia Fleury o Fabienne Burgère, que se ha dado a conocer por sus trabajos sobre el care, junto con Marcel Gauchet, pensador de la religión y la democracia, o Pierre Rosanvallon, especialista del estudio histórico de la democracia. De igual modo, se renueva la sociología con, por ejemplo, Dominique Méda, especialista del trabajo y de la ecología política o Farhad Khosrokhavar, notable conocedor del islam, cuya obra premonitoria Radicalisation se publicó una semana antes de las matanzas islamistas de enero del 2015 en París, o bien con jóvenes investigadores como Fabien Truong, autor de un libro destacado sobre las banlieues, Jeunesses françaises. La antropología no queda atrás y vive también una auténtica renovación, por ejemplo con Laetitia Atlani-Duault, directora de investigación del Institut de Recherche pour le Développement (IRD), cuyos trabajos sobre las contradicciones entre acción humanitaria y acción por el desarrollo han sido citados recientemente por el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki Mun. Etcétera.
Esta lista podría alargarse ad libitum y sin fin. Los investigadores mencionados son respetados en su campo y casi todos son conocidos más allá de las fronteras de Francia. Se inscriben en un universo debilitado tras el período glorioso del estructuralismo, en los años sesenta y setenta, y que vuelve a ponerse en pie con numerosos miembros. Animan el debate general y, en muchos aspectos, la vida de los medios de comunicación y, aunque menos populares al lado de los intelectuales públicos más conocidos, muestran sin duda una trayectoria sólida dotada de auténticos saberes y conocimientos.
Los paradigmas que animan esta otra vida de las ideas son más profundos que el pensamiento mediocre que deriva de una mediatización excesiva como la que caracteriza a algunos intelectuales públicos a veces exaltados o agitadores, como decía Céline a propósito de Sartre; una mediatización en cuyo seno estos desempeñan un papel decisivo desde tribunas multiplicadas ad náuseam, entrevistas y participación en pro- gramas de radio o televisión. Por el contrario, los saberes y conocimientos que poseen los investigadores sobre la sociedad y el mundo son profundos. Se toman el tiempo de dejar que sus análisis maduren en lugar de abandonarse en brazos del presentismo. Es verdad que tales análisis se limitan, con demasiada frecuencia, a un problema concreto y a una especialidad un tanto estrecha, circunstancia que dificulta elevarse a un nivel más general y participar en la vida pública.
En cierto modo, hay que alegrarse por Francia, pero también por los mensajes que pueden dirigir a Europa y al mundo y por los éxitos de algunos intelectuales situados en el punto de mira en la actualidad: deberían abrir el espacio de una nueva vida de las ideas en la que los recién llegados desearán de forma creciente salir de un encierro en nichos demasiados especializados a fin de contribuir al debate político.
Esta vida seguirá su camino lejos del FN, cuyo auge habrán acompañado algunos intelectuales aunque les tiemble la voz al decirlo.
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