El papel de los bancos de desarrollo en la construcción de un mundo mejor
¿Pueden los bancos de desarrollo sembrar la semilla de la solidaridad entre los pueblos?
Hace unos días participé en el foro Nuevas formas de fraternidad solidaria: de inclusión, innovación e integración, organizado por la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales del Vaticano, con presencia del Papa Francisco, además de personalidades de la academia, las organizaciones internacionales e instituciones financieras de todo el mundo.
En los bancos y las instituciones financieras nuestro negocio es prestar dinero y recuperarlo con intereses. Y haríamos un flaco favor nuestros países si no exigiéramos la salud financiera y la solidez de nuestras instituciones.
Pero las reflexiones propuestas en el evento -y sobre las que basé mi intervención- fueron más que oportunas: ¿cuál es el papel de los bancos de desarrollo en la financiación de infraestructura social y proyectos sostenibles? Y la segunda, ¿pueden los bancos de desarrollo sembrar la semilla de la solidaridad entre los pueblos?
En mis primeros años en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el entonces presidente, Enrique Iglesias, repetía un mensaje que me marcó personalmente para el resto de mi trayectoria profesional: “Nunca olviden que en el BID somos más que un banco”. Ese “más que un banco” son las personas. Para tener esto siempre en mente, en FONPLATA lo hemos incorporado a nuestro slogan: “Llevando el desarrollo más cerca de la gente”.
Los desafíos son enormes. En América Latina la desigualdad sigue siendo alarmante. De los 50 países con la movilidad social más alta del mundo, solo tres son latinoamericanos y el mejor ubicado es Uruguay, apenas en el puesto 35.
La pobreza es persistente y hereditaria. Los logros económicos y sociales del boom de las materias primas son cada vez más difíciles de mantener, mientras la inestabilidad social, política y económica en muchos de nuestros países dibuja un panorama complejo que, en algunos casos, como Venezuela, ha forzado movimientos migratorios que han generado problemas adicionales en la región.
A esto debemos añadir la mayor amenaza global de nuestro tiempo: el cambio climático y sus consecuencias. Hace unos días el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados, Filippo Grandi, advirtió que debemos prepararnos para el desplazamiento de millones de personas a causa de los eventos climáticos cada vez más frecuentes e intensos.
No enumero estos problemas con la intención de generar alarma o desilusión, sino más bien para proponer respuestas a las preguntas planteadas al principio.
En primer lugar, creo que los bancos de desarrollo deben utilizar su interacción con los gobiernos, la sociedad civil y el mundo empresarial para proveer recursos y alternativas viables que ayuden a superar desigualdades dentro y entre las regiones.
¿Pueden los bancos de desarrollo sembrar la semilla de la solidaridad entre los pueblos?
En segundo lugar, dar prioridad a las alianzas, la coordinación de esfuerzos, conocimiento y recursos financieros entre nuestras instituciones para lograr una capacidad y agilidad de respuesta consistentes con la magnitud y plazos cada vez más críticos de los desafíos que enfrentamos.
La frecuencia y los efectos devastadores de las crisis financieras, migratorias, climáticas o pandémicas, como el actual Covid19 (coronavirus), golpean más fuerte a los más vulnerables, independientemente del lugar donde viven.
En tercer lugar, ser eficiente, más austero y menos burocrático es también un signo de solidaridad hacia nuestros países, que son los que proporcionan nuestro capital. Especialmente en momentos en que los fondos públicos no abundan, sería una señal muy positiva fortalecer las asociaciones con el sector privado.
En cuarto lugar, recordemos que los destinatarios de nuestros esfuerzos son las personas y, en particular, aquellos que se quedan rezagados o enfrentan restricciones que les impiden progresar, tener mejores oportunidades y lograr una mejor calidad de vida. En palabras del Papa Francisco, “es hora de sacar a los pobres de su desesperanza”.
Ahora es también el momento de hacer un esfuerzo significativo para superar otro de los grandes desequilibrios del mundo en desarrollo: la brecha tecnológica.
Ya existe en Brasil un banco 100% digital. Con más de un teléfono celular por habitante, el desarrollo de servicios financieros digitales es un gran paso a favor de la inclusión financiera en un país donde cerca de 50 millones de personas no tienen una cuenta bancaria.
En los bancos de desarrollo tenemos la obligación de abrir nuestras puertas y nuestro financiamiento a este tipo de iniciativas que aprovechan la tecnología para favorecer la inclusión de los más pobres.
Por último, los desafíos ambientales significan que debemos adoptar un enfoque integral, que incorpore nuevas tecnologías y estructuras más sólidas. Pero también cambiar nuestra forma de pensar y actuar, nuestros hábitos de producción y consumo, y tener una actitud de mayor solidaridad ante los inminentes desplazamientos de población que mencioné antes.
Estas son las tareas, los compromisos que los bancos de desarrollo deben asumir junto a las organizaciones de la sociedad civil, partidos políticos, gobiernos y otras organizaciones internacionales.
Si lo hacemos, fomentaremos la inclusión, la igualdad y la superación de algunas injusticias históricas con las que hemos estado viviendo durante demasiado tiempo. Cumpliremos con nuestra responsabilidad de financiar infraestructura con un enfoque social y proyectos sostenibles.
Además, y en respuesta a la segunda pregunta que planteamos al principio, sembraremos la semilla de la solidaridad entre los pueblos.
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